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Paloma Efron nació en 1912 en el corazón de la comunidad judía de Basavilbaso y murió en Buenos Aires a los sesenta y cuatro años. Fue conocida por todos como Blackie. Pionera en radio y televisión, divulgadora cultural, introdujo los espirituals al país y brilló en la escena jazzera codeándose con los mejores. Dice Edouard Louis que la historia del cuerpo acusa la historia política; el cuerpo de Blackie acusa la inmigración judía de finales del siglo XIX y principios del XX, que poco antes había dejado atrás el antisemitismo de la Rusia zarista, pero también da cuenta de la posibilidad de alcanzar una nueva tierra prometida y vivenciar una génesis particular: el nacimiento y desarrollo de la comunidad judía en los campos de nuestro país. De las odiseas que antecedieron a una infancia feliz al idilio con su padre y el proteccionismo hacia su madre, pasando por los secretos de su relación con Victoria Ocampo en pleno estrellato, los amoríos, las giras musicales, las ideas políticas, los misterios con que vestía su vida y tanto más, la suma de las partes de Blackie, una voz insumisa conforma una biografía social más que personal. Un efecto inevitablemente orgánico que sucede cuando un andar provoca en cada paso un antes y después, cuando vive en una constante revolucionaria.
“Todo libro tiene su historia, este también”, escribe Pomeraniec en la introducción. Y con el correr de las páginas esa idea deviene en confesión: “los motivos por los que no había podido escribir sobre ella antes: es que, cuando lo intenté por primera vez, el personaje Blackie me quedaba grande”. Hace recordar a la Clarice Lispector de Un aprendizaje o el libro de los placeres: “Este libro pidió una libertad mayor que tuve miedo de dar. Está muy por encima de mí. Humildemente intenté escribirlo. Yo soy más fuerte que yo”. Lo que en un primer suspiro fue apenas un eco, en el segundo fue una epifanía confirmada en el avance de la lectura: las mujeres partimos de ese quebrantamiento para hacer lo que hacemos, y luego, la escritura, o el fruto de lo que sea que hagamos, se nos revela como un recordatorio de lo que podemos (y debemos) quebrar. Marguerite Duras decía que las mujeres que escriben dan miedo porque la mujer que alcanza la escritura logra la primera liberación, la de tener su intimidad.
Del fruto prohibido de la primera mujer a nuestros frutos emancipadores, el andar hace un camino inconsciente. No es que las mujeres debamos ser historiadas sólo por otras mujeres, pero cuando lo hacemos nos damos a nosotras mismas una oportunidad de encuentro y reparación a través del tiempo. Como si se abriera un tercer espacio que hace posible lo imposible: la libertad de una envuelve a todas, incluso a las que no fueron libres. Una victoria retroactiva y futurista para que ninguna se pierda, para que esas historias sigan contagiando a otras, ahora con el impulso de las posibilidades de un presente que tenemos por lo que ellas vivieron, hicieron, resistieron, desordenaron.
Blackie, una voz insumisa hace escuela en esto. Primero, por la propia vida de la protagonista, que no se achicó a lo que su tiempo le imponía por el solo hecho de ser mujer. Segundo, por el cuidado dulce y la generosidad inspiradora con que Pomeraniec escribe esta multitud de historias, haciendo reflejo de lo que la propia Blackie respondió cuando le preguntaron en qué encontraba más regocijo espiritual, si en admirar o ser admirada: “En admirar. ¡Y cuánto me gusta admirar!”.
Hinde Pomeraniec, Blackie, una voz insumisa, Gourmet Musical, 2023, 160 págs.
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