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Siempre hay una luz al final del túnel. La frase hecha nos dice que la esperanza y el futuro están asociados a la luz y que, para llegar a ella, hay que dejar las tinieblas del pasado o incluso la oscuridad del presente. Futuros menores está escrito contra esa luz que alumbró el proyecto de la modernidad sin adjetivos —aunque se la aborde desde Brasil—, que prometía un futuro grandioso, resultado de la acumulación y el progreso y el viaje sin escalas —es decir, sin costos— hacia el Futuro, en singular y con mayúscula. Apuesta en cambio por las luces minúsculas que encienden otros futuros posibles, muchos y menores. Así, frente al viaje unidireccional y tecnológico que propone, por ejemplo, el proyecto de construcción de Brasilia, el libro va armando otro recorrido y, más que ir por la avenida del centro, toma otras encrucijadas —espaciales y temporales—. Luz Horne construye una cartografía de lucecitas, un mapa al ras del suelo que conecta nombres, obras y experiencias, a partir del resplandor de ciertos conceptos o figuras críticas. Ahí está Pasolini, citado y releído por Didi-Huberman, y las luciérnagas que pululan por el libro para posarse en la arquitectura pobre de Lina Bo Bardi, en el under cinematográfico de Eduardo Coutiño, en el experimento psicoetnográfico de Flavio Carvalho, en la narrativa de supervivencia de Andrea Tonacci y André de Leones.
En “Basura”, la primera parte del libro, Horne sigue el vuelo de esa luciérnaga que es la residualidad, en el sentido de desecho o descarte, y recorre el trabajo de la arquitecta Lina Bo Bardi. Despliega así una figura que podría llamarse de “recuperadora urbana”, alguien que rejunta todo aquello que ha sido dejado de lado por la narrativa imponente y confortante de la modernidad (brasileña). En sus espacios —obras, escenografías, exhibiciones para el museo—, Bo Bardi recupera lo rural y popular, no como colección nostálgica y condescendiente sino como vector de renovación de la arquitectura moderna. O hace foco en el uso y la vitalidad de lo estético —en lugar de pensarlo como espacio autónomo—, como ocurre en una muestra sobre bichos que agrega a la información de la enciclopedia natural, un cucarachario y la posibilidad de que su público (los niños) puedan jugar con réplicas gigantes. Es una arquitectura menor, nos dice Horne, una reflexión que no se limita al espacio del teatro o de la vivienda, sino que se propone como un modo de habitar el mundo. Algo similar ocurre en Boca do Lixo, donde Coutiño plantea una teoría material de la imagen que, a partir de la recuperación del descarte, permita abordar la desposesión. Es decir, recomponer de manera coral, a partir de objetos y sujetos descartados, la historia de los que no tienen —cosas, protección o derechos— y su relación precarizada con el futuro.
En la segunda parte, al abordar el trabajo de ese artista total que es Flavio Carvalho, Futuros menores ingresa en la selva como estructura afectiva o entidad viviente y conecta la expedición y el experimento estético-político con los debates contemporáneos sobre el descentramiento de lo humano como amo de lo que existe. Lo que destella ahora es una suerte de luz mala, ese resplandor que surge de los huesos y nos pone de cara a esa materia de la que estamos hechos. El fósforo de los huesos nos habla de un mundo en el que la otredad —la materia, lo animal y vegetal, pero también el otro de la diferencia étnica, cultural— no es algo a observar, mejorar o exterminar. Se trata de pensar la arquitectura de un mundo hecho de otredades que también son temporales, de condensaciones de tiempos que conviven a diferentes ritmos y velocidades y que permiten atisbar otro tiempo: ni el lineal del progreso, ni el lleno del trabajo y el consumo 24/7. Una arquitectura temporal que tiene como principio constructivo el anacronismo.
Por eso, el libro termina con quien hace carne, o que lleva en los huesos, el anacronismo. El sobreviviente es aquel que ha perdido a los suyos y también ha perdido un (su) mundo. Es un cuerpo fuera de lugar pero, sobre todo, un viajero temporal, alguien que ha sido arrebatado de su tiempo para habitar otro mundo y otro tiempo. En el contexto de la pandemia reciente, la catástrofe ecológica en curso y de un capitalismo al que el adjetivo de salvaje ya le queda chico, el sobreviviente es la materia misma de nuestras imágenes y la imagen de nosotros mismos. El pensamiento de lo menor nos mueve a ubicarlo no sólo en el presente, sino incluso en el futuro: como una luz al final del túnel.
Luz Horne, Futuros menores. Filosofías del tiempo y arquitecturas del mundo desde Brasil, Universidad Alberto Hurtado Ediciones, 2021, 298 págs.
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