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La poética de la obra de Elvio Gandolfo, incluso desde sus primeros relatos, es sólida y madura. Los lectores sentimos que cada palabra es exacta y no puede ser reemplazada por otra, y la destreza con que está construida Un error de Ludueña lo confirma. Publicada antes en Ferrocarriles Argentinos (1994) y en varias antologías, es bueno que la hayan reeditado sola. Es un clásico, un policial que se mira no del lado de la ley sino del lado del delito.
Primero se narra el final, dejándolo abierto: una encerrona planificada. Luego, en los capítulos sucesivos, tienen lugar los recuerdos del protagonista. Un romance, la infancia, la llegada a la gran ciudad, los empleos temporarios y el ingreso en el mundo del hampa, donde va ganando prestigio. En el capítulo final se devela lo que se insinúa en el primero: a Ludueña lo matan baleándolo mientras intenta escapar.
Quiero detenerme en el capítulo “Mujer del norte”. Aquí se construye un romance. Gandolfo es un experto y sabe que este tipo de historias necesitan desarrollarse con tiempo, marcando los matices y los avances de la relación que, entre otras cosas, hacen que el erotismo pueda ir desplegándose. Antes de un primer encuentro físico, transcurren páginas en donde los protagonistas del romance, Ludueña y Dolores, se tratan de usted. Pero hay un punto de inflexión y es cuando, por un pequeño tropiezo de Dolores, los dos estallan en carcajadas. “Yo no soy así”, piensa Ludueña, y se sorprende.
Por supuesto, el romance tiene fin, uno que se va anunciando con pequeños cambios en el trato pero que termina de manera abrupta, inesperada hasta para el propio Ludueña. Por pedido de la organización a la que pertenece, se sube a un tren y se va del pueblo y de la casa de la mujer que lo había alojado. Si tuviéramos que graficar este capítulo lo podríamos hacer con una curva que asciende y luego decae. El ritmo es exacto tanto cuando crece como cuando decrece. Tal vez “Mujer del norte” sea la parte de la novela que más en claro deja la maestría de Gandolfo.
Otro de los efectos de la poética de Gandolfo, común a otros grandes narradores, es que hace simple lo que podría ser complicado. Una trama como la de esta novela, que cuenta la historia de una vida, podría estar llena de recovecos. Sin embargo, la prosa se desliza sin estridencias, toda la trama argumental encaja y se justifica haciendo que al lector no se le ocurra que podría haber sido narrada de otra manera.
Kurt Vonnegut, en sus consejos para escribir, dice que hay que crear un personaje por el que den ganas de hinchar. Eso Gandolfo también lo hace. El lector se pone del lado de Ludueña, quiere que gane. Y aunque su final es trágico, queda el gusto de haber asistido a la precisa y empática construcción de un héroe.
Elvio E. Gandolfo, Un error de Ludueña, Tusquets, 2022, 136 págs.
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