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La merma

María Moreno

TEORÍA Y ENSAYO

Refiriéndose al pasado, que por lo general está hecho de personas que en algún momento se cruzaron con uno, María Moreno comienza así su libro más reciente: “Ahora todos han muerto y de mí, queda sólo la mitad”. La frase tiene la contundencia punk de lo preciso como para saber que sólo así se aleja de lo patético. Tanto que ni siquiera describe, sino que, por su propio peso, trae al comienzo una verdad que se teje en pequeñas entradas, en atisbo de memoria, en formas autobiográficas en ciernes que, con dos páginas o más, se amoldan a señalar, como si la escritura fuera la única prótesis que no se rechaza, que, ahora, quien escribe es “sólo la mitad” de la que fuera antes. 

Pero ¿quién era María Moreno en ese antes de La merma y quién es esta mitad del “yo es otro” a la Rimbaud-recargado que desarregla los sentidos de su prosa? La obviedad nos lleva a parafrasear un currículum harto conocido: cronista incansable, crítica cultural irreverente, militante de minorías en varios de sus ismos. Y, sin embargo, a la luz de “sólo la mitad”, uno podría decir que Moreno ya no es un sujeto ni un nombre, ya es una operación. Como Rodolfo Walsh o como Carlos Correas por lo urgente del riesgo del presente y también por el bovarismo del pasado—, la inteligencia sólo puede ser pasión. Y de la pasión a lo icónico hay un paso endeble y arriesgado, pero también súbito-humorístico: “Ahora vendrán los premios y los reconocimientos, que, en el fondo, se deberán a mi silla de ruedas, y no a mí”. 

En 2021, Moreno sufría un accidente cerebrovascular e ingresaba al Sanatorio Güemes, atravesaba una terapia intensiva de seis meses, salía de ese limbo con su habla afectada y con su “mano de escribir” inutilizada para finalmente desplomarse sobre una silla “eléctrica” que, aquí y allá, en diversas performances, la iba a transformar en la paseante que no claudica ante su recorrido por los escombros y las ruinas. Ahí comienza La merma, retratando una convalecencia, pero también construyendo la biografía de un miembro fantasma: el brazo que yace en una bandeja de hospital, la mitad desconocida que despertaba. Esa mano con las uñas pintadas pero paralizada, resto de un pasado heroico y ahora muñón procrastinado en el club loco del presente, era la que producía lo barroco y lo plebeyo en una misma página haciendo convivir giros de la calle y actualidad teórica que, de los bares de los setenta y las redacciones afiebradas de los años ochenta, se mudaba a la computadora asaltando con dos dedos el cielo del teclado. Lo que siguió fue entonces la “rehabilitación” de la escritura. Esta vez sólo con un dedo y poco a poco, con todo lo aprendido y con todo por aprender, hasta que una frase lograda quepa “tallada en un grano de arroz”, parece decir el lado zen en un descuido del guion con el que se filma una película clase B. 

Moreno cuenta entonces su propia caída, el viaje en ambulancia sin saber qué será de ella, el coqueteo con el plan de operaciones para un suicidio encargado a conocidos de la militancia, el decir no al cuidado institucional-afectivo que en todo exceso devela lo siniestro-capitalista y, por supuesto, que da cuenta de la mirada descarnada en el parque temático “disca” donde hay que comenzar de vuelta, subida a caballito de un término que se volvería emblemático. 

En La merma uno podría leer entonces un adiós por demás intenso de tan breve. Y también, una continuidad obstinada que muestra socarronamente lo que se repite sin saber muy bien qué se quiere decir cuando se lo dice: nadie sabe lo que puede un cuerpo. Pues bien, a veces ese no saber es su potencia, si la escritura en la vejez no lo ha abandonado. 

 

María Moreno, La merma, Random House, 2025, 160 págs.  

16 Oct, 2025
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