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Desde un tiempo largo hasta aquí, Guillermo Saccomanno viene dando cuenta en sus colaboraciones en el diario Página/12 de un compromiso vital como lector de poesía. Las experiencias de vida en paralelo a las búsquedas de varias y varios poetas lo han llevado a ser un fervoroso divulgador del género. Por eso no sorprende —y se agradece— este Los días Trakl, un diario de lectura cocido a fuego lento, donde el rescate de la figura y la obra de Georg Trakl —el Rimbaud austríaco, alusión que Saccomanno deplora— es también un viaje al centro de la cocina de un escritor.
Primero, Saccomano se propone traducir los poemas que el joven bardo muerto a los veintisiete años por sobredosis de cocaína en un hospital militar durante la Primera Guerra Mundial nos legó. Sin embargo, como no sabe alemán, se ocupa de ir cotejando las traducciones con que se topa para armar la suya. Al método lo llama “transfiguración”, una manera de reconstruirlas, operación que denomina “deconstrucción reconstructiva”. Y después involucra sus lecturas de Ludwig Wittgenstein como copiloto, para ver si es posible capturar “lo indecible de la poesía que sólo la poesía puede decir”.
Los días Trakl comienza en una lectura de jóvenes poetas en San Telmo y finaliza en los bosques de Villa Gesell. En la escena inicial, el escalofrío del Angst lo despierta la lectura de Sebastián en el sueño —una edición bilingüe, con traducción y notas de Pablo Ascierto—, libro que Saccomanno compra en una librería del barrio porteño. En la otra, el follaje, el cielo y las nubes como telón de fondo provocan preguntas de carácter existencial entre dos amigos, uno que se deshizo de todo —dueño de un balneario, lo dejó en manos de sus hijos— y el gran narrador que viene de enfrentarse a lo largo de casi ciento cincuenta páginas a una crisis que lo atraviesa últimamente: la insatisfacción de la ficción versus el vértigo de la poesía.
En un momento de este diario surge el planteo de un personaje de Saul Bellow (Charles Citrine) en El legado de Humboldt (1975): la clarividencia de que le quedan pocos años para escribir como nunca lo hizo. ¿Qué pretende curar Saccomanno al sacar de la galera a un poeta amante de su hermana, cocainómano, suicida, extranjero de su familia, asiduo cliente de prostíbulos? ¿Qué pretende dirimir Saccomanno al sumergirse en una poética de lo inasible, muy alejada de la suya como narrador? ¿Qué espejo lo convoca? Está la imagen de ambos a los veinte años, con la ropa de soldados, los borcegos en la nieve, el fusil cargado en las noches de guardia. En la evocación, el magnetismo. En la memoria, el canto de las sirenas del futuro.
Además, en el ir y venir de lecturas —de George Steiner a Oscar del Barco, de Alejandra Pizarnik a Françoise Dastur—, visitas a librerías como a bares y paseos flaneureanos por las calles de Olivos y el Bajo porteño, Saccomanno teje asimismo un encuentro —y desencuentro— con sus propios poemas, quizá la respuesta inmediata a esa crisis de fe en la narrativa que sobrevuela a Los días Trakl. El conflicto como única forma de convivir con lo inexplicable. Como si caminar por esa cornisa fuese el modo de restablecer lazos con un mundo en ruinas. Tal vez el de su cuerpo, tal vez el de su escritura.
Guillermo Saccomanno, Los días Trakl. Diario de lectura, Las Cuarenta, 2020, 144 págs.
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