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Bajo lluvia, relámpago o trueno

Fermín Eloy Acosta

LITERATURA ARGENTINA

Bajo lluvia, relámpago o trueno, sorprendente primera novela de Fermín Eloy Acosta —ganadora en la Bienal Arte Joven Buenos Aires 2019—, lleva como epígrafe la frase de Macbeth de donde extrae su título, pero también podría haber llevado el famoso verso de César Vallejo “perdonen la tristeza”. Con ritmo lento y regular, con tono bajo, la triste voz que narra es la de una mujer sin nombre. Junto con una hermana y una tía, guiadas por un baqueano, van en cortejo fúnebre hacia Villa Evangelina, donde deben enterrar a su madre, que acaba de morir en algún otro punto inexacto de la provincia que ahora deben cruzar. Un viaje interminable por los espacios imprecisos y los tiempos míticos de la literatura argentina: la campaña, la pampa, la frontera, el desierto, algún momento del siglo XIX.

La pampa no es un escenario pasivo, sino un medio vivo que actúa sobre los personajes. Los peina y los gasta, escribe Acosta, es decir, los arrastra dentro de su geografía, los cerca con su clima y los vacía hasta matarlos. Pero es ahí, después de los cuerpos, cuando sobreviven y surgen —a lo Pedro Páramo— las voces: la de esta hija que narra y la de la madre muerta, que se le adelanta y prologa cada uno de los cuatro capítulos, con anuncios, consejos y exigencias. Si estas advertencias de la trama separan escenas, también condicionan la narración, en tanto fundan un plan de escritura. Todo podrá deshacerse (gastarse), salvo ambos mandatos maternos: la promesa del entierro y la conminación a escribir.

Porque lo que se discute en esta novela es el poder de mando. ¿Quién manda? ¿La autoridad de los mayores, con la madre dominante y la tía protectora? ¿La fuerza masculina, con Pedernera, ese hombre que conoce los caminos y ve el futuro en las entrañas de los animales? ¿La voz del entorno natural, que también se despliega para anunciar monotonía y vacío (“todo eso que nos decía esto soy, no tengo más, me repito, este es el paisaje”)? ¿O la tradición, que reclama relatos de aventuras, desafíos, guerra y exterminio? Ninguno de ellos. A todos enfrenta y se impone la voz femenina que narra. A la tradición, componiendo un relato en el que la peripecia es mínima. A la madre y la tía, reconstruyendo sus historias silenciadas. A Pedernera, explotando su necesidad de dinero. Y a la pampa, comprendiéndola, para poder ver y descifrar la vida allí donde aparentemente no había nada. La capacidad para nombrar lo que está en el campo corroe el registro realista por medio del uso de una lengua que, mientras suprime palabras y altera sintaxis (“las sierras se iluminaban. Agua dorada”), se expande en la develación de flora y fauna (pandera, murta, sarandí, cebadilla, nim-nim, espadaña; vizcachas, gavilanes, caranchos, comadrejas, garzas, teros). De esta forma, sin llegar a ser técnica o especializada, sí adopta una forma única, de alguna manera tuerta, como el rastreador Pedernera, o ciega, como el “Lengua”, el perro que acepta ese nombre al sumarse a la caravana.

Lo que Fermín Eloy Acosta viene aquí a demostrar es que no manda quien impone las condiciones sino quien las acepta, juega dentro de ese marco, lo enfrenta y reconvierte los paradigmas: los de la narrativa del siglo XIX, en este caso, que la narrativa del siglo XXI viene modificando últimamente.

 

Fermín Eloy Acosta, Bajo lluvia, relámpago o trueno, Entropía, 2019, 194 págs.

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