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El signo de los tiempos

Sakunosuke Oda

OTRAS LITERATURAS

Nacido en Osaka en 1913, muerto a los treinta y tres años por la tuberculosis que se agenció a lo largo de una vida errante y concienzudamente marginal, Sakunosuke Oda vivió rápido y escribió a igual velocidad. Junto con Osamu Dazai y Ango Sakaguchi, integró la tríada notable de escritores buraiha que dejó su marca en Japón a mediados del siglo XX. Buraiha: el término fue inventado por Dazai y no tiene una acepción definida, pero remite a una escritura del fracaso y la alienación, repleta de personajes quebrados e irrecuperables, la supuesta baja estofa que menudea en los bajos fondos de las ciudades. Prostitutas, delincuentes, borrachos, vagabundos. Y, por supuesto, los escritores que narran sus vidas.

Pese a la afinidad por lo grotesco y lo erótico —lo grótico, como bautizó su mujer a los productos de su pulsión creadora—, Oda fue también un conocedor afilado de las tradiciones literarias de su país y su provincia. La mezcla entre vanguardia y raigambre hizo de él un esteta irredento que escribió desde un yo más preocupado por observar que por observarse. Su narrativa no es conocida en español. Los relatos que componen El signo de los tiempos vienen a subsanar esa carencia.

El cuento que da título al libro se erige a fuerza de un engaño. Lo que en las primeras páginas simula ser un anecdotario disperso —viñetas de la vida desalentada del Japón de posguerra, donde conviven comerciantes ineficaces, madamas fantasmagóricas, lúmpenes muertos de frío y un narrador que lo registra todo con compasión o ironía, según la marea de sus humores— va encontrando un ritmo casi musical, perfecto en su dosificación, que se robustece a medida que repite el lamento que en un principio sólo se escuchaba de fondo. “El signo de los tiempos” habla de la persecución que se entabla entre un escritor y sus temas, aunque no queda claro quién persigue a quién, y mucho menos si la cacería traerá algún resultado.

Los otros relatos son muy diferentes entre sí, lo que puede indicar un eclecticismo de origen o una decisión de corte editorial. “Bajo la sexta estrella de metal blanca” recorre la biografía de un perdedor nato. Hay un hermano que es superior en todo, unos padres avergonzados, una terquedad que sólo puede traer hundimientos peores, la radiografía de una sociedad inclemente con los nacidos sin estrella. Por las grietas de “Ciudad de árboles” se cuela una nostalgia sin dobleces. Oda se espeja en los personajes que va acumulando: libreros devenidos vendedores de vinilos, hijos endebles, hijas silenciosas. El tiempo arrasa, pero algo deja. “Otoño profundo”, escrito en 1942, cuando los pulmones de Oda ya iban a pérdida, obliga al narrador a mediar entre un hombre enfermo y una mujer arrepentida en un hotel de montaña. Lo que enrarece la prosa, lo que merodea sin intervenir, como una araña en las sombras de una habitación, es la fealdad de una vida ya marcada por la muerte, contra la cual ningún descargo es posible.

Traducido por Masako Kano, Mariana Alonso y Maia Worsnop, quienes optaron por el voseo en la conversión de los diálogos, El signo de los tiempos muestra las habilidades de un tipo más bien inusual de escritor desencantado. El nihilista curioso, el escéptico melancólico. Aunque no se espere nada de nadie, parece decir Oda en estos cuentos, siempre habrá piedad para ofrecer. Porque la piedad no se niega, porque la literatura tampoco.

 

Sakunosuke Oda, El signo de los tiempos, traducción de Masako Kano, Mariana Alonso y Maia Worsnop, También el Caracol, 2020, 168 págs.

30 Abr, 2020
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