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Con la espada de mi boca

Inés Garland

LITERATURA ARGENTINA

Según el Apocalipsis, la palabra de Dios es una espada capaz de matar tanto el pecado como a los pecadores, y la única manera de esquivar su hoja es el arrepentimiento. Esa espada filosa manda y organiza el patriarcado cuya piedra de toque, como en el nuevo libro de Inés Garland, es la sexualidad. Diecisiete relatos enhebrados casi siempre por Lucía, narradora-protagonista que proviene de una familia de clase alta cuya infancia transcurre durante la última dictadura militar argentina.

Esa familia está erigida sobre una pareja monógama cuyas premisas intocables son “para toda la vida” o “hasta cumplir las bodas de oro”, como un “bloque inseparable”, tal el título del primero de los relatos. “Los amigos de mis padres venían todos de a dos. Eran como casas. No podía imaginármelos a cada uno por su lado”, dice Lucía, quien años más tarde descubre las fisuras en esos bloques macizos, las rendijas por donde se cuela la hipocresía y el sufrimiento que conlleva tanto esfuerzo por sostener sólida la apariencia, y todo ello con la sexualidad como una piedra en el zapato. ¿O no es la sexualidad el cimiento de las relaciones humanas y también el antídoto contra la soledad?

Esos bloques que se pretenden herméticos no pueden evitar las filtraciones, ni sus consecuencias: la felicidad como una exigencia esencial, los embarazos no deseados, los amores tan prohibidos que es preferible el suicidio, incestos que mejor negarlos y pretender que no sucedieron, pulsiones tan álgidas que serán irrepetibles. Las mujeres son culpables de ardides para atrapar hombres o locas capaces de “chocarse contra las paredes” o de excitar hijos. Nadie queda a salvo: tampoco las mucamas, que pierden sus trabajos porque los hijos adolescentes de sus empleadores permiten que se las acuse del robo que ellos cometieron para pagar prostitutas. Tampoco faltan los accidentes mortales que se arreglan con abogados, los viajes para olvidar malos tragos ni los padres entregadores de hijas e hijos y hasta Medeas asesinas de sus bebés.

En el mundo de Lucía, esa espada es verbal, se apoya en la Biblia, los mandamientos y el catecismo aludidos en los epígrafes, y es eficaz con lo no dicho y con eufemismos en inglés, francés y castellano. También, con frases hechas que provienen de burlas, ya que uno de los pilares que sostienen ese mundo es el chiste, cuyas expresiones ayudan a deconstruir la rigidez: “un mono con navaja”, “una chupacirios”, “una mosquita muerta”, “una reventada”, “lo enganchó”, “es un avión”, “es buena onda”.

Las que más pierden en esa ecuación son las mujeres, ya que se les exige belleza además de ser ángeles patrocinadores de la imperturbabilidad de la arquitectura familiar. Probablemente, por eso a Lucía lo que más dolor le produce es la complicidad de las mujeres empeñadas en mantener ese orden infecto, empezando por su madre. Como consecuencia, los vínculos son siempre decepcionantes y hablan de la imposibilidad del amor salvo que se trate de una fantasía tan fugaz como infantil. En cambio el sexo, que sólo requiere de una proximidad pasajera, es la única salida posible.

La prosa de Garland, en el mismo tono que la de sus libros anteriores, es sencilla y reticente, como la de Natalia Ginzburg, y envuelve líricamente lo no dicho.

 

Inés Garland, Con la espada de mi boca, Alfaguara, 2019, 192 págs.

28 Nov, 2019
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