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Desmontar una casa

Cecilia Moscovich

LITERATURA ARGENTINA

Desmontar una casa reúne parte de la labor poética de Cecilia Moscovich, incluyendo los libros La manguera (2009), Barranca (2012) y su reciente homónimo. Inscriptos dentro de la poesía litoraleña actual, por espacio, por estética y por generación, los versos de Moscovich ofrecen la frescura, la ternura, la inmediatez de lo doméstico y el paisaje cercano.

Ya desde La manguera, un estilo desenvuelto, tramado por retazos de frases livianas y precisas, queda instaurado como camino por el cual se abrirá paso la voz. Se trata de una coloquialidad rememorativa y reflexiva a la vez, que hurga en lo adyacente. Nos topamos así con una expedición hasta el kiosco; con la contemplación cándida del río, las islas y la ciudad; con las historias personales de una pileta y una manguera, todo bajo el aura promisora del verano. No obstante, también detectamos pesadumbre en el entorno: “Vuelvo a mi casa / amanece / pero el día es un cenicero sucio. // Me recibe el opaco resplandor / de la pava en la cocina / mi perro / y mi padre durmiendo en la penumbra / en la inmensa soledad del amanecer. // Todo sigue allí. // No había necesidad de todo esto / de estirar la noche hasta el vacío. // Se difumina el alcohol / y sólo quedo yo”.

En Barranca, se acentúan los recuerdos próximos, el pasado hecho presente en las relaciones, los recorridos por la zona. La mirada los aúna y descubre sentido en ellos a partir del ritmo, que cobra mayor duración, tanto en el verso como en las estrofas. “En el río con mi padre” de alguna manera da cuenta de esa búsqueda: “Este instante / este frágil instante / como la huella de un pie mojado en la piedra caliente / resplandece tenue y firme / entre todo lo demás. // El río fluye lento / los perros brillan contra el pasto / al atardecer. / El aire es un globo caliente / que se llena de sonidos. // Yo me siento a la orilla / y estoy en calma / y casi que puedo tocar el tiempo / este instante / tibio y tenue / resplandeciendo para siempre entre todo lo demás”.

Desmontar una casa, más que remitirnos a una mudanza física, nos sumerge en el paso del tiempo. Lugares que vuelven a visitarse; personas a las que se ve por última vez; traslados que implican la imposibilidad del regreso; hechos que por no haber ocurrido ya no podrán ser. Se nos entregan poemas sobre el padre ausente, sobre la herencia materna, sobre el hijo que nunca llegó, sobre un perro viejo al que se intuye pleno de recuerdos. La voz repara en la fragilidad, la pequeñez, la finitud, suyas y de los otros, y sin embargo no pierde luminosidad, como si el paisaje que se palpa bajo los pies soplara en los versos la blandura de sus leyes.

Como ella misma lo enuncia en “Sí”, esta es una voz del verano. Estival por desnuda, por directa, por nítida, con la simpleza de sus detenimientos honra el aire transparente del poema interviniendo lo mínimo y necesario para que el cuerpo aparezca en el espacio que lo circunda, porque “el verano tiene el corazón / hecho de agua y de pasto” y “hace llorar / con un corazón tan claro”.

 

Cecilia Moscovich, Desmontar una casa, Neutrinos, 2021, 68 págs.

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