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Hace poco más de diez años, Alan Pauls cerraba su trilogía histórica sobre los setenta con Historia del dinero (primero fue el llanto, luego el pelo y por último el dinero), una grandísima novela que narra una época poniendo el foco en el dinero, mejor, en su papel dentro de una familia (un país) a lo largo de los años, de tenerlo a perderlo. En La ficción del ahorro, la nueva y exquisita novela de Carmen M. Cáceres, hay una operación, al menos desde la temática, similar: se narra una época (los noventa, que, como todo argentino sabe, terminan en el 2001) a través del dinero, o mejor, de su rol dentro de una familia (un país) de clase media provinciana. Sin embargo, son novelas opuestas en la forma —Cáceres es mucho más cercana a la literatura de Saer—: mientras Pauls apela a la extensión y a la volatilidad narrativa —que se confunde con la incertidumbre económica del país—, Cáceres apela a la concisión y a la cadencia, funcionando, en efecto, como una ahorrista: usando las palabras justas. Podríamos decir, tranquilamente, que la novela de Pauls es la de un porteño y la de Cáceres, la de una provinciana.
La trama es simple: en pleno verano de 2001, Belén, una joven veinteañera, vuelve desde Buenos Aires a su casa familiar en Posadas, en su provincia natal, para ayudar a su segundo padre —así lo llama, eso es— a sacar los dólares que él tiene ahorrados junto con su madre en la caja de seguridad del Banco City para guardarlos en la casa. ¿El motivo? Adelantarse al “corralito”, que en aquel momento era una amenaza latente para cualquier ahorrista.
La novela está dividida en tres partes: una primera parte que narra en presente, de manera detallada y pausada, la búsqueda de los dólares del banco hasta su salida a la calle; una segunda parte narrada en pasado que viaja a 1995 —menemismo avanzado: los dólares se guardaban entre las medias hechas un bollo y un revólver—, al origen de esos dólares, y se centra en la familia de Belén: sus padres, Carla, su hermana mayor, y Natalia, la hija de su segundo padre, y el recuerdo del suicidio de una vecina adolescente, un punto ciego; y, por último, una tercera parte que retoma la salida del banco hasta la llegada a la casa familiar con los dólares, con un altercado en el río en el medio. Todo está narrado en primera persona por Belén, que alterna la narración con descripciones sensoriales y reflexiones lúcidas (sobre el dinero, la familia, el país, la casa). Algo más: cada parte comienza con una fórmula (“conviene tener siempre”), una recomendación, que varía levemente. Conviene tener siempre, en orden de aparición: un presente, un pasado y un futuro a disposición (también se dirá: es necesario, ya no una conveniencia, tener una fe a disposición). El tiempo, Cáceres lo tiene claro, es otra ficción.
Ahí está uno de los deleites de la novela: la destreza con que la autora narra el tiempo; en gran parte es una narración lineal pausada (una acción como guardar los dólares y salir del banco se prolonga por varias páginas), en la que el tiempo lento del presente de provincia se enuncia, pero sobre todo se siente (“los posadeños aprendemos de chicos, hay que desplazarse sin alterar la sangre, como los reptiles, persiguiendo la sombra de árboles y marquesinas”, dirá la narradora); y, por momentos, esa linealidad se rompe yendo hacia atrás (como sucede en todo el segundo capítulo, el más extenso) o incluso hacia adelante, a lo que pasará (como sucede con Carlitos, el amigo de su segundo padre, en dos líneas). La ficción del ahorro es una ficción familiar, desde ya, pero también, y especialmente, una ficción del tiempo. En efecto, ahorrar, como narrar, es vivir en otro tiempo.
La ficción del ahorro habla entonces de tiempo y de familia, los dos pilares ficcionales del ahorro, que, como insiste la narradora, moldea la imaginación, permite fantasear un futuro familiar distinto. Sin embargo, la conversación que plantea sobre la ficción familiar se basa más en el amor (a la madre, al segundo padre, a sus hermanas, de sangre y no) que en el dinero, que sirve como herramienta para entender esa dinámica familiar, sin caer en la tentación de explicar de más. La novela también abarca con astucia otros temas, como la diferencia entre ser de Buenos Aires y ser de Posadas y, sobre todo, las vicisitudes de ser argentino. En ese sentido, es una novela profundamente política sobre la clase media argentina y su gran odisea: la permanencia.
Además de Pauls, y antes que él, otro de los autores que escribió sin pudor sobre el dinero en más de una ocasión, que tejió ficciones alrededor de él y sus vínculos, fue Fogwill. Una de sus grandes novelas, La experiencia sensible, publicada en 2001, también narra una época (finales de los setenta) a través de la descripción de una familia de clase media alta que viaja a Las Vegas a vivir su sueño consumista y dolarizado, mientras las consecuencias de un modelo económico hervían en su país natal. Ahí Fogwill, con una distancia de veintitrés años —y la precisión de su mirada sociológica—, escribía sobre el pasado, cuyas consecuencias se parecían mucho a las del presente en que se publicó el libro. En La ficción del ahorro hay una operación similar: Cáceres, con una distancia de veintitrés años, narra un pasado, una época, que parece repetir el presente en el que se publica —y predecir el futuro—. En definitiva, como dice la narradora, enfrentar una crisis cada veinte años también es una forma de estabilidad.
Carmen M. Cáceres, La ficción del ahorro, Fiordo, 2024, 96 págs.
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