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Los temas o problemáticas “de género” pasaron en unos años de estar en la cresta de la ola a estar entre los enemigos anatemizados por la sensibilidad oficial, y por lo tanto los objetos y prácticas que los abordan se ven resignificados. Esta obra, por ejemplo, fue un proyecto del Teatro Nacional Cervantes, que convocó a tres directoras para armar obras unipersonales basadas en el libro Reunión: cuatro legendarias en el Gondolín. Reunión es un proyecto de Dani Zelko que consiste en juntarse con personas en ronda —generalmente integrantes de minorías o víctimas de diversas violencias— y conversar. Zelko transcribe a mano lo que dicen y ese registro oral se convierte en libro: memoria viva de una experiencia, dicha con la voz de la experiencia. Una escritura con palabras llenas de cuerpo. Que a su vez aquí fue inspiración para la dramaturgia elaborada por Kamien y Federico Liss, donde Payuca, primera actriz trans en actuar en los teatros Cervantes y San Martín, desde su cuarto en el hotel encara lo que podría llamarse lo común en una travesti: una vida que se resiste a obedecer lo que los poderes mayores querrían de ella, una vida que sufre el menosprecio, la estigmatización, donde la prostitución aparece como destino asignado por una sociedad que “de noche te garcha y de día corre la mirada y te niega”. Una vida queriendo amar y ser amada, como cualquiera; con goce, con diversión, con alcohol y cocaína. Con ganas a veces de vivir de noche y de día no salir para nada, quedarse encerrada en el hotel, refugio de existencias disidentes. Una vida con ganas, también, de maternar. Pero resulta que el ¿novio?, el tipo con el que parece despuntar el amor y una vida distinta, diurna y trabajando de secretaria —lo que no destierra necesariamente las drogas y la promiscuidad—, al final es “lo de siempre”. Al final le miente, la usa; al final le pega. Ella se defiende, él cae, se golpea la cabeza, y ella huye del telo dejándolo ahí, inerte: así empieza la obra, con Lorena ingresando desesperada en su cuarto. El punto de partida es el final que pareciera estar predestinado en todo conato de sueño de una vida trava.
Muerta de miedo, queriendo escapar, pidiendo guita prestada, desde ahí Lorena cuenta su historia, con una fluidez narrativa de gran cohesión para hilvanar, en ese tenso eje, también el humor, las aventuras, las resignaciones, la amistad, la ternura, la complicidad, en fin, las facetas de una vida cualquiera —porque toda vida es cualquier vida, y en todas está la vida—, que Payuca actúa con impecable performance. Ella, Payuca, no es prostituta, es actriz; no es “su” vida la que cuenta, contra lo que podría imaginar un espectador desprevenido, desde la inercia de los prejuicios instituidos. Sin embargo, acaso sí sea su historia, quizá sí son problemas suyos en tanto que persona trans porque, aunque los haya eludido, estaban ahí como promesa, como amenaza, como sino… Pero un ser fecundo es el que logra renunciar a su destino, como dice Emmanuel Levinas. Acaso eso también sea lo que se aplaude al final, un aplauso cerrado cuando la obra termina y ya no está Lorena sino Payuca, visiblemente emocionada, ¿llorando, incluso, de emoción?
Pocas veces el aplauso final, y el agradecimiento del artista, forma parte de la obra, como acá, porque la obra es lo que la obra obra, lo que la obra hace, y eso, ese efecto, es patente en ese llanto. Una obra, pues, no cerrada sobre sí misma, sino que obra una subjetivación en la artista. Contrario, quizá, a tendencias donde se pone “la realidad” en el escenario —bajo la idea de que ya es ficticia la realidad exterior—, y la vida propia resulta capital escénico, acá el biodrama se compone de una vida común, no privada, y en vez de negar la ficción y hacer del escenario un territorio más para el narcisismo yoico, ficcionaliza la biografía para que la ficción altere la vida; en vez de llenar lo teatral del remanido yo, lo hace actuar y termina llenando al yo de teatro.
Lorena, dramaturgia de Felicitas Kamien y Federico Liss, dirección de Felicitas Kamien, El Camarín de las Musas, Buenos Aires.
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