LITERATURA ARGENTINA

En otro tiempo, una vampira arribó al puerto de Buenos Aires, vivió en el barrio de San Telmo y caminó por el Bajo hasta el Cementerio del Norte. Vio morir a una ciudad bajo la epidemia de la fiebre amarilla, vio sofisticarse a la ciencia médica, vio cómo se construía la Casa Rosada y conoció a la mítica Rufina Cambaceres, enterrada viva. Más de cien años después, otra mujer recorre, en tiempo presente, las mismas calles. Es una mujer normal, pero le toca enfrentar la monstruosidad de un cuerpo que se descompone enfermo. Es el cuerpo de su madre. Entabla, entonces, una relación íntima con la muerte y empieza a frecuentar el cementerio de la Recoleta (el Cementerio del Norte) y sus misteriosas, suntuosas y húmedas bóvedas.

En La sed, la edad de oro de la raza vampira ha terminado junto con el surgimiento de la modernidad. Como en la tradición fundada por “El vampiro”, el relato que John Polidori escribió en Villa Diodati mientras Mary Shelley bocetaba Frankenstein, la revelación de los vampiros acompaña la decadencia de los regímenes monárquicos y feudales y el surgimiento del capitalismo industrial: los vampiros aparecen, muchas veces, como los últimos representantes de un universo aristocrático en lenta extinción. Pero el texto se hace cargo, también, del furor sexual de los siglos siguientes y de la tendencia realista de nuestra década. Es que, en rigor, los relatos de vampiros siempre se diferenciaron de otras literaturas de monstruos por una particular e intensa relación con la sexualidad. Para consumir la sangre de un cuerpo, el vampiro tiene que dominarlo como el depredador a su presa. Pero en la antropomorfia esa dominación no sólo obedece a las leyes del más fuerte; también se pliega en el universo de la erótica. El desenfreno de la sed pone de manifiesto lo bestial del vampiro; su desenfreno sexual pone de manifiesto lo bestial (lo animal, lo monstruoso) del humano.

Una figura central en las ficciones del siglo XX se desprende de lo anterior: la femme fatale. Una mujer que seduce a los hombres y luego los destruye. Como las sirenas, las redes que tejen estas Venus de las pieles son irresistibles. Podríamos decir que esta novela toma el arquetipo y lo tuerce, vuelve al objeto de la femme fatale subjetividad y agencia. Es la vampira quien narra la sed como una atracción sexual; es la vampira quien muestra que el sexo puede ser un arma para calmar la sed. Su existencia, por otra parte, es tan cruel, solitaria y marginal como la de cualquier otra. Pero una mujer normal (con un hijo, un ex marido, una madre que no termina de morir) se relaciona con el sexo con algo más de restricción: vive, naturalmente, bajo los angostos parámetros del trabajo, las obligaciones, las tareas de cuidado. Y la heteronorma. Es en el movimiento de un cuerpo que se abandona, de a poco, a sí mismo, como la (otra) narradora descubre algo de su propio cuerpo. Como en todas las grandes novelas de monstruos, la de Marina Yuszczuk es una novela que reflexiona sobre los modos en que se construyen los regímenes de normalidad. Al final, no es un espejo de las miserias humanas lo que la vampira ofrece al mundo de los vivos: es la posibilidad de una fuga.

 

Marina Yuszczuk, La sed, Blatt & Ríos, 2020, 392 págs.

11 Mar, 2021
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