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Normalmente, una reseña sobre Emilio García Wehbi debería emplazarse en la sección Teatro de esta publicación. Y es que hace más de treinta años que él, uno de los fundadores del mítico grupo El Periférico de Objetos, navega por las aguas de las artes escénicas. Como director o performer, como actor o autor de sus propios montajes, que también comprenden la intervención urbana y la instalación teatral, nada de la escena parece resultarle ajeno.
Por eso, Maratonista ciego (Bildungsroman), su primera novela, se destaca como novedad en el marco de sus producciones artísticas.
Si la novela de formación o aprendizaje encuentra al héroe en su recorrido vital, podemos suponer que el que traza el protagonista de Maratonista ciego coincide con el del propio autor. Todo nos habilita a sostenerlo, comenzando por el tratado de educación de Jean-Jacques Rousseau que, en el marco de la trama, cae de la biblioteca familiar, exhibiendo su título (Emilio), que no es otro que el nombre del artista, novelista en este caso.
La vida aquí desplegada no se enuncia en primera persona. La voz de un narrador será la que distribuya los campos de sentido que se desarrollan en la obra.
Así es como a lo largo del texto se irán alternando aquellos hitos que signaron la naturaleza del protagonista, forjaron su carácter y armaron su biografía. Después de todo, como cree Giorgio Agamben, una obra es el encuentro real entre una masa de discurso y una vida.
En la del personaje, madre y padre ocupan un espacio privilegiado y omnipresente. Muertos ambos, no dejarán de aparecer en sus recurrentes evocaciones. Quizá la escritura funcione como un acta de defunción definitiva, que impida que el fantasma de los muertos se inmiscuya en el mundo de los vivos para venir a quitarles el sueño. Y si de sueños se trata, la novela hará de ellos uno de sus materiales fundantes, porque en este caso también se es lo que se sueña pero no menos que lo que se lee. Guerra y paz será la flor azul que corone el camino.
Giras, festivales internacionales, viajes alrededor del mundo, así como inmersiones en plena naturaleza puntean el derrotero del artista que aprovecha el intercambio epistolar para dar cuenta de una poética cuya amalgama reúne sin impedimentos a los antitéticos Brecht y Artaud. En un procedimiento que recuerda el de su teatro, García Wehbi actúa por acumulación: colecciones de citas literarias y filosóficas, de objetos singularizados por sus procedencias, de muñecos y animales, son el contrapunto narrativo de un funcionamiento plenamente escénico.
En este sentido, su público teatral podrá gratificarse, como lo haría un voyeur, cuando identifique a varios de los personajes que invoca el protagonista sin nombrarlos y que resultan el blanco de sus odios y amores.
Sin ser vitalista, la novela exhibe una vida y una educación que —aun cuando se pretenda antiacadémica— se nutre de los postulados del academicismo. Y no es contradicción, es más bien paradoja. ¿No es acaso paradójica la figura de un maratonista ciego?
Emilio García Wehbi, Maratonista ciego (Bildungsroman), DocumentA/Escénicas, 2020, 156 págs.
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