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Con trece voluminosos y voluptuosos textos, ilustraciones de Dalia Desamor y aportes críticos de Mario Camara y Ferny Kosiak, Poesía molotov concentra poéticamente el trabajo de Cristian Molina a través de un juego con las formas y las tradiciones literarias.
El tono performático que el autor viene desarrollando desde hace años se despliega en este libro de punta a punta, aunque con sensibles matices y fuentes diversas. Por un lado, la sintaxis del manifiesto, del discurso abiertamente sociopolítico, resulta el instrumento mediante el cual una gran parte de los poemas se encauzará para obtener su forma. Pero no por ello debe creerse que esta manera de postular constituya su fundamento o su finalidad. Muy por el contrario, la estructura, la entonación del manifiesto son utilizados como vehículo de una fragilidad latente: la de los cuerpos, la de las voces, la de las historias individuales que, en su sumatoria, confluyen en un delta comunitario.
Asimismo, el fantasma del panfleto deviene un modo de combate frente a las estructuras y superestructuras de la tradición, a las que los poemas buscan enfrentar, ya sea en relación con el pasado como con el presente del canon, como en “Un poema a gusto de mis contemporáneos”, donde la voz entra en disputa con lo heredado y lo impuesto hasta concluir: “el gusto de mis contemporáneos escribirá el poema”, y lamentarse: “ay esta imposible tarea / ay qué tristeza / qué tristeza”, siendo esta queja un claro gesto estético y resistente, donde la interjección lírica opera como cuña de la subjetividad que intenta perforar un gusto externo y obliterante.
La batalla contra el academicismo se da en campo abierto y sin rodeos. Sólo que no hay que dejarse engañar por las fintas borgeanas de la voz, que si bien parece dinamitar y declarar desierto el estilo literario antes de lanzarse a decir, se sirve a la vez de muchas herramientas y construcciones críticas para obtener sus escenas e imágenes. Tal es el caso del primer poema, “Lxs putxs, las travas, las tortas, lxs trans”, donde la enunciación reivindicativa y consolidante que afirma “acá estamos” invoca las figuras de las brujas y hadas marginales que no son invitadas a la fiesta para materializar la ominosidad en la carne del destinatario del discurso (léase la heteronormatividad).
También hay que señalar que el imaginario de estos poemas, además de abrevar en el neobarroso, se nutre de las estéticas divergentes y de la poesía militante, en todo el cúmulo de marginalidad de la literatura europea de la era moderna y contemporánea, con especial énfasis en la sexualidad proteica, en el deseo incontrolable y no tamizable. Así ocurre particularmente en “La venganza del gordo de pelo verde”, donde se interpela al lector a través de la segunda persona y se lo obliga a participar del goce del objeto de su rechazo, enrostrándole mientras tanto un “justo vos que querías ambrosía”.
No hay que pasar por alto que, por más que se nos hable o directamente se nos grite a través de un megáfono, el mar de fondo de este libro es el amplio oleaje de la literatura codificada, de la que será rescatado o renovado todo aquello que sea necesario o útil para sostener la vitalidad de los cuerpos deseantes. Así, resuena en estos versos el leitmotiv de la obra de Reinaldo Arenas, concentrado en el título del poema “Voluntad de vivir manifestándose”, que Poesía molotov hace suyo solapadamente desde el principio para entonar a coro, como en el final del texto de Arenas, “Este es mi momento”.
Marquemos, por último, la sensación que en su sonoridad de mantra provoca cada poema, la que nos conduce, al contrario de lo que se espera de la arenga, a ese punto en el que la conexión entre quien discurre y quienes escuchan es tan honda que sólo despierta silencio en la multitud. Ese silencio abrasador que precede al estallido de la unidad y opera en los cuerpos como un bálsamo y un disparador a la vez, “la rosa mustia gigante que nunca se seca / de la felicidad”.
Wachi Molina, Poesía molotov, ilustraciones de Dalia Desamor, Le Pecore Nere, 2020, 84 págs.
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