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El precio de la amistad

Kjell Askildsen

OTRAS LITERATURAS

A veces la desnudez de ciertas prosas instala equívocos. A Kjell Askildsen, considerado por muchos como el gran cuentista noruego de la segunda mitad del siglo XX, se lo suele incluir entre las luminarias de una escuela que ni siquiera es nórdica —aunque el clima huraño la favorezca como ninguna otra geografía— y que rebalsa de metáforas de hielos flotantes y realidades enlodadas, y todo porque los referentes de esa escuela y el nacido en Mandal confluyen en algunos catecismos: la parquedad estilística, la llaneza para dar cuenta de actos que encierran sentimientos, la frustración como atmósfera de vidas siempre a punto de volcar e incendiarse.

Sin embargo, en este último punto asoma una primera diferencia esencial. Mientras que otros ascetas literarios trabajan con personajes que no dicen porque sienten demasiado, porque no saben cómo gestionar eso que los quema por dentro, Askildsen crea personajes que no dicen porque no sienten nada. Su problema es que no sienten y que jamás se animarán a poner en práctica las ideas que se les cruzan como fardos. En El precio de la amistad —como ya ocurría en No soy así (2018), la antología en español que lanzó Nórdica, en reemplazo de la original de Lengua de Trapo— abundan los hombres que fantasean a escondidas con mujeres sobre las que ejercen violencias que no se detallan. Más que de una manifestación psicopática, se trata de un repliegue contra una impotencia aluvional. Askildsen disfraza a sus criaturas de peligrosas para arrojarlas después al abismo de la cobardía y el ridículo, del que no se vuelve y cuyo resultado es humorístico a la manera existencialista. O sea: un humor sin comicidad, que no hace reír, que pretende todo menos eso.

Escritos entre 1998 y 2004, más breves y aireados —aquellos párrafos monolíticos, habitados por oraciones cortas y filosas, se han retraído hasta volverse frases indolentes y de pocas líneas—, estos once relatos se despegan en gran medida de la cuentística que Askildsen viene desarrollando desde la década del cincuenta. La matriz es la de siempre. Permanecen los funerales sin pathos, los hermanos que huyen de hermanos, los viejos envueltos en una guerra secreta contra todo lo demás, las conversaciones lacónicas en jardines y la misantropía generalizada, pero la forma se ha descentrado al punto de exonerar a la trama de la necesidad de un efecto. Escenas de peripecia frágil se vinculan sin proponer un remate, algún diálogo retiene un destello de sentido, y entonces el cuento se acaba.

La desorientación refuerza la intensidad subyacente. Huérfanos de un núcleo contra el que dirigir sus vacíos, sus desarreglos, sus imprecaciones nunca formuladas, los personajes parecen todavía más perdidos y alienados que antes. Hasta queda espacio para alguna innovación decorativa. En “Marion” la protagonista es una mujer, algo poco común en la narrativa de Askildsen —por más que su enajenamiento sea igual al de cualquier ejemplar de la gran plantilla de personajes masculinos concebida en el pasado—, y cuentos como “Konrad T.” y “La casa roja” incurren en la aparición, siempre a lo lejos, de figuras fantasmagóricas que siembran aprensión y deseo. Los paseos por el bosque vienen con desvíos y el regreso lleva a un hogar que no es el propio. A veces el hogar ni siquiera es una casa. En el cuento que da título al libro, dos amigos se juntan después de mucho tiempo: lo que tienen para decirse es escaso, ni siquiera se guardan rencores. En el medio brindan.

Traducidos con limpidez por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, los relatos de El precio de la amistad nos oponen al precio del tiempo, de la nada que el tiempo trae, que empuja y demuele, y no deja ni polvo.

 

Kjell Askildsen, El precio de la amistad, traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, Nórdica, 2020, 104 págs.

21 Ene, 2021
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