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Vidas del poema es una serie larga de poemas en prosa. Cada uno tiene su unidad, pero remite a los anteriores y a los sucesivos. Los poemas se suman, o se desdicen, ensayan una definición que se construye en su misma variación, su imposibilidad de ser fijada. Ese trayecto tiene como protagonista al poema personificado.
Se cuenta entonces una historia de la poesía como intentos sucesivos para configurarse y definirse, intentos situados y evanescentes, con sus logros y sus fracasos, sus posibilidades e imposibilidades, cuya importancia radica justamente en ese carácter tentativo. Hay sucesión y simultaneidad en esa historia, hay movimiento, momentos de humor, definiciones precarias, búsquedas. El poema se mide así con sus límites: lo discursivo, el diccionario, la gramática, y afirma su poder de sustracción de toda norma. En algunos de los textos se reconocen lecturas de autores particulares, interpretaciones de poéticas o de momentos históricos, como en el que alude a Rimbaud, pero lo potente de la poesía, dice el libro, es su devenir, siempre a la vez alumbramiento y fin.
En ese lugar incierto, al que se accede por medio de la paradoja o el oxímoron, se descubre la relación entre las palabras y las cosas, el sujeto y el objeto, lo que se puede decir y lo que no, la narrativa y la metapoesía. Finalmente, aparece como eternización del instante, fugacidad atrapada al vuelo, y el poema es “un pez que sólo fuera pez en el momento en que consigue fugazmente saltar fuera del agua”.
El diálogo con las imágenes, cuadros de Stupía que aparecen en la parte inferior de las páginas impares, tensa sus lecturas con los textos ubicados en la parte superior de las pares, y pone en juego una dimensión nueva que multiplica y descentraliza todavía más la indagación en torno a lo poético como creatividad o comienzo del fenómeno artístico: por medio de la abstracción, del óleo que deja ver la huella del pincel, la personificación del poema muestra su ardid y se complejiza la lectura, lanzada a su propia pregunta. El libro escenifica así el espacio poético como experiencia de lectura y visión, como imantación de los signos y movimiento de los sentidos, a la vez que como materialidad y presencia.
El primer texto presenta al poema como “un hilo dedicado a hermanar aquello que, de otro modo, habría regresado a la nada sin remedio”. Más adelante, la verdadera y secreta felicidad del poema consiste en “saber —y de inmediato olvidar— que, más que existir, él ocurría”. Si la ocurrencia del poema se debe a que es “Atraído al mundo por los incesantes parpadeos del mundo mismo”, la idea del poema, de raigambre romántica, trata de anclarse también entre la materialidad de las cosas y la de las palabras, huye de las definiciones estables y se construye como disolución de su existencia al mismo tiempo que la afirma. En el trayecto, deja el recorrido de este pensamiento del poema, que, por momentos elusivo, imaginario o incluso cómico, lee al bies la historia, la teoría y las poéticas, sin grandilocuencia y sin intento de justificación, contundente porque elude la afirmación y solo se presenta o se interroga a sí mismo.
Guillermo Saavedra / Eduardo Stupía, Vidas del poema, Cienvolando, 2021, 170 págs.
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