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Felicidad clandestina

Clarice Lispector

LITERATURA IBEROAMERICANA

En La pasión según G. H., un día después de encontrar una cucaracha en un placard, contemplarla un largo rato en silencio y llevársela a la boca, la narradora de la novela dice o escribe lo siguiente: “Tal vez me haya sucedido una comprensión tan total como una ignorancia, y de ella haya salido intocada e inocente como antes. Cualquier entender mío nunca estará a la altura de esa comprensión, pues vivir es solamente la altura a la que puedo llegar —mi único nivel es vivir. Sólo que ahora, ahora sé un secreto”.

Es paradójica la relación entre los grandes escritores y sus temas. A veces pareciera que se les revelaran por casualidad de obra en obra, como si entre escritor y tema se instalara un simulacro de fuga y distanciamiento que tarde o temprano fracasará. Las obsesiones que Clarice Lispector examina en la que quizás sea su novela cardinal reaparecen, más o menos transformadas, en todas las demás. En ellas se repite la ida a la materia, el abandono de la razón como puntapié para alcanzar una percepción superadora. La indispensable deshumanización incluso planta bandera en otros géneros. Basta con detenerse un instante en los títulos de sus libros de crónicas: Revelación de un mundo, Descubrimientos.

Aunque con otra fisonomía, escudados en una brevedad sin recetas, los cuentos de Felicidad clandestina también fijan la idea de que la realidad oculta su cara verdadera detrás de un velo que el intelecto no puede correr. El enlace con La pasión según G. H. se hace explícito —como advierte Marcelo Cohen, traductor y prologuista del libro— en uno de los relatos más logrados del conjunto: “El reparto de los panes”, donde los invitados a un banquete son imantados por la comida que tienen enfrente. La esencia de las cosas es feliz porque es neutra. Su ajenidad la perfecciona y la esteriliza contra la supuesta perspicacia del ojo humano.

Pero no solo las cucarachas y los manjares componen la sustancia primordial de la narrativa lispectoriana, y la única acción posible frente a ella no necesariamente es su ingesta. Felicidad clandestina está repleto de hallazgos mayores y menores, personajes que acceden a la existencia solapada a través de caminos que se evidencian a su propio ritmo y siempre según los caprichos de una prosa que discute solo consigo misma. Al narrar el ingreso de una niña en la literatura o en el pandemonio del carnaval, al dar vida a una madre inmersa en el misterio del huevo y la gallina, al describir la crueldad invisible de una mujer que desangra poco a poco la inocencia de una vecinita molesta, Lispector hace con el lenguaje exclusivamente lo que quiere. Lo retuerce, lo desdobla, lo pulveriza. Pasma la facilidad con que desnuda la lógica interior de enunciados en apariencia contradictorios: “Mientras yo invente a Dios, él no existirá”, escribe en alguna parte.

En cuentos como “Una esperanza” o el oracular “Los obedientes”, la construcción de los personajes —ese grial que rige la forma breve desde que Flaubert escribió “Un corazón sencillo”— no parece importarle demasiado. Los suyos son tanto personajes como envases de abstracciones urgentes y primales que deben ser comunicadas sin la mediación de fórmulas ni preceptos. Al fin y al cabo, lo vital es seguir descubriendo, revelar los mundos que quedan expuestos en los quiebres de la palabra, y hacerlo con el mayor efecto posible.

Tal vez ahí resida el aspecto más asombroso de Felicidad clandestina. A pesar de su rareza, de su originalidad irreductible, todos los relatos dejan en el lector un gusto a unidad. La famosa redondez del cuento clásico se filtra por sus junturas, dosifica el patetismo, afila los remates. Será que Clarice Lispector, cuyo nacimiento cumplirá el centenario en diciembre, ya es a estas alturas —y esto no es para nada un reproche— una escritora clásica también, parte no marginal de un canon que ganó hondura, tanto poética como filosófica, al sopesarla y digerirla.

 

Clarice Lispector, Felicidad clandestina, traducción y prólogo de Marcelo Cohen, Corregidor, 2020, 168 págs.

26 Mar, 2020
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