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Cuentos completos

Dylan Thomas

OTRAS LITERATURAS

Así como algunos versos de Robert Browning ―según el insidioso veredicto de Chesterton― resultaban inteligibles no a causa de su vaguedad sino debido a unos pensamientos demasiados evidentes como para considerar aclararlos, la lengua febril y acaso ebria de Dylan Thomas naufraga por mares gélidos y cielos caniculares. No es para menos en alguien que se había confesado un enamorado de las palabras. Probablemente haya sido Robert Lowell quien dio con la fórmula más feliz para leer su poesía, que según el norteamericano puede disfrutarse sin necesariamente ser comprendida.

El galés nacido en 1914 había aprendido de los surrealistas la importancia de la entrega y el trance, a la vez que se distanciaba de Breton y sus secuaces al ejercer una vigilancia estricta sobre el material elaborado. En la carta que luego se llamó Manifiesto poético, Thomas dice: “No me interesa de dónde se extraen las imágenes de un poema; si se quiere se pueden sacar del océano más recóndito del yo oculto; pero antes de llegar al papel deben atravesar los procesos racionales del intelecto”. Más provecho, de todas maneras, encontraba en Blake, Rimbaud y Yeats, de quienes había asimilado el rapto visionario, el coqueteo con el mito y el retorno a las raíces celtas. Si a esta tríada se le añade el riguroso desparpajo de Joyce en el uso de la lengua, se obtienen frases o versos de frescura rutilante y cadencia emoliente. Pero como un estilo no es resultado de la suma de las influencias, no habría que descuidar la reiterada concurrencia del propio Dylan Thomas a los bares de su Swansea natal. Sea como fuere, en buena medida allí se encuentra el germen no sólo de su poesía, sino también de sus cuentos.

La sacralidad del paisaje, la urdimbre mito-poética que une a hombres y mujeres con su tierra y la búsqueda de una lengua que no rebaje la riqueza palpitante de la vida, por gris o minúscula que esta sea, son algunos de los puntales de Hacia el comienzo ―primer volumen en que se dividen estos Cuentos completos―, que por sus tenues argumentos y por abrevar en un mismo cúmulo de motivos puede leerse en paralelo a sus libros de poesía. Abundan los temas bíblicos y del folclore galés bruñidos por un onirismo que no desestima la pesquisa de la metáfora singular (“Sobre los bordes de un cielo transparente y acuoso apareció un sol como un caramelo en un vaso de agua”). Maduros en su lenguaje, no en la forma, estos cuentos respiran un aire de cansina juventud.

En cambio, las diez piezas de Retrato del artista cachorro ―ni el título ni su organización ocultan el influjo joyceano― componen una biografía facetada cuyo arco traza una parábola que va desde la pícara exuberancia infantil y el descubrimiento pubescente de la sexualidad, hasta los ensueños de cumbre literaria de poeta en ciernes y el trasnochado deambular del periodista neófito por los suburbios de Swansea en busca de material trascendente. A diferencia del volumen anterior, hay aquí un mayor espesor narrativo y un abrirse al mundo circundante. Si bien la escritura no cede su opulencia, el foco está puesto en los vínculos y las situaciones y en el desarrollo espasmódico del personaje. Algo que se acentúa en Con distinta piel, novela inconclusa que de todas maneras puede leerse como un cuento y que presenta una nueva soltura tanto en la construcción de escenas como en la tutela de varios personajes.

Susan Sontag dijo que la prosa del poeta trata casi siempre de la condición de poeta, mientras que el categórico Joseph Brodsky se lamentaba de la irremediable pérdida que sobreviene cuando un poeta se pasa a la prosa. El caso es que Dylan Thomas fue poeta aun antes de lacrar esa condición en versos y la prosa era para él la continuación de la poesía por otros medios.

 

Dylan Thomas, Cuentos completos, traducción de Miguel Martínez-Lage, presentación de Manuel Vicent, Nórdica, 2024, 560 págs.

 

23 May, 2024
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