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Las edades del tango

Sergio Pujol

MÚSICA

Sergio Pujol es el responsable de algunos libros claves sobre la música popular argentina. La vida y obra de Discépolo, el Gato Barbieri, Atahualpa Yupanqui, María Elena Walsh y Oscar Alemán han sido revisadas como parte de una más vasta producción que incluye una historia del baile y la música argentina del siglo XX, así como el modo en que el rock atravesó la última dictadura militar. También ha escrito una perlita confesional sobre su fascinación con Louis Armstrong​​. Las edades del tango, de 1897 al siglo XXI es quizá su empresa más ambiciosa por todo lo que se pone en juego en casi seiscientas páginas. El tango es “eso que los argentinos no consultamos a Europa”, decía Macedonio Fernández. No es necesario que los argentinos lo bailemos para estar contenidos en el significado más profundo de la palabra. Pujol lo entiende como un desafío intelectual. 

El suyo es un ensayo de alto calado que parte de varias premisas articuladoras: el tango es una construcción histórica de las más bellas que dio este país. Pero además de tener una historia de estilos y nombres propios, es una historia social, y esa es la línea que se desarrolla con una ingente documentación. El historiador encontró su modelo conceptual en The Jazz Scene, de Eric Hobsbawm, y fue a partir de una pregunta que le hizo el propio inglés sobre la existencia de una historia social del tango a fines de los noventa que tomó nota de ese vacío y se propuso llenarlo. Lo social incluye sus mediaciones y por eso Pujol, materialista aquí, recuerda que las eras del tango han sido tantas como las que presentaron modificaciones de las condiciones de producción y recepción.  

Uno de los méritos de este ensayo es el ordenamiento a partir del concepto de “edad”, que evita las jerarquizaciones y privilegia el valor que encierran ciertas unidades temporales. A partir de esta idea sigue las resonancias tangueras del siglo XXI con sus aperturas y reinvenciones.  

El libro se corre de los debates sobre la fecha del origen. Pujol detecta un comienzo más poderoso que se organiza a partir de lo que Leopoldo Lugones construye en 1913 alrededor del Martín Fierro durante una conferencia a la que asiste la elite política y económica de la Argentina oligárquica. Si el gaucho era para él la encarnación sudamericana de una fantasía apolínea, la mitología del basamento espiritual de la nación, el tango sonaba como la música guacha, huérfana, al carecer de un linaje legitimador. El compadrito es la némesis de la figura épica que desglosa en El payador. Pero detrás del artificio culterano, Pujol detecta una falacia. “La suposición de Lugones de que los payadores y primeros tangueros pertenecían a mundos completamente diferentes es falsa”. Uno y otros podían recelarse ocasionalmente. Sin embargo, eran parte de una misma cultura popular. “En términos musicales, la herencia de la milonga campera sobre el tango era notoria”. El esfuerzo que Lugones hizo desde el mundo letrado para condenar al tango no tuvo parangón y no es ajeno a la fantasía de una Argentina de máxima pureza donde la mitad de la población era inmigrante. Que el autor haya tomado nota del brulote lugoniano no es casual. A su modo instituyó un binarismo que con distinta amplificación se verificó en otras edades de una música que pasó de ser mera expresión callejera a una cultura de masas.  

En algún momento de esa línea ascendente se cuela el Estado, que es decir el peronismo, y Pujol desmenuza un hecho clave: una reunión entre el coronel que ocupaba la Secretaría de Trabajo y una delegación de SADAIC que sienta una base diferente en lo que se refiere a la tolerancia y los derechos de autor. “Si bien no sería correcto afirmar que la cultura del tango fue peronista in limine, resulta incuestionable que tanto aquel primer encuentro con Perón con los músicos de SADAIC como las posturas políticas de fomento a la música popular impulsadas por su gobierno fueron positivas para ambos protagonistas de la relación”. El otro momento estatal, señalado en el libro, llega en junio de 1990, cuando Carlos Menem firma el decreto que constituye la Academia Nacional del Tango. Un gobierno neoliberal inicia el proceso de patrimonialización. Menem, como se recordará, tenía un divertimento que compartía con sus amigos, entre ellos Gerardo Sofovich: escuchar FM Tango y adivinar en los primeros segundos de qué tango se trataba.  

Las figuras de Gardel, De Caro, Canaro, Troilo, Salgán, Piazzolla, Pugliese, Rovira, Mederos, entran y salen de estas páginas. Otro de los logros de Las edades del tango tiene que ver con el seguimiento que hace Pujol de la estela de los tiempos gloriosos y el derecho que han ejercido las nuevas generaciones a no ser escuchadas como meros ejercicios epigonales o historicistas. La Fernández Fierro, Escalandrum, Marcelo Nisinman, Pablo Mainetti, Julián Peralta, Tomás Gubitsch, Sonia Possetti, son citados como parte de una corriente diversa que ha sabido responder a la pregunta de cómo saltar el cul de sac que funcionó con Piazzolla en vida y tras su muerte en lo que respecta a los horizontes modernizadores. Le presta especial atención al proyecto del pianista y compositor Diego Schissi (“uno de los corpus más originales de la música argentina del primer cuarto del siglo XXI”) y al desprendimiento virtuoso de su quinteto: el contrabajista y compositor Juan Pablo Navarro. 

El tango fue un texto social de Buenos Aires que por décadas no tuvo competencia, hasta que llegó el rock que no fue ajeno a sus influencias. Pujol las advierte ya en “Avellaneda blues” de Manal. Su letra podría haber sido un tango (como “Cuando ya me empiece a quedar solo” o algunas canciones de Spinetta). Pero con las décadas, y a partir del envejecimiento mismo del rock, el proceso migratorio se da al revés. En 2007 se crea la Orquesta Típica Ciudad Baigón, inspirada en una letra del Indio Solari, quien les ofreció a sus integrantes textos para los temas “Una manera de imitar a un gallo” y “Las ventajas de rezar solo”.  

El libro comienza con Lugones y casi termina con el poeta nacional. Sobre el cierre, Pujol avizora un horizonte heterogéneo e imaginativo, sin mandarines. “Tal vez sea verdad la transitada máxima de Leopoldo Marechal de que el tango es una posibilidad infinita”. La más remota de las variantes “la más nómade, remitirá siempre al territorio que lo vio nacer”. 

 

Sergio Pujol, Las edades del tango. De 1897 al siglo XXI, Planeta, 2025, 624 págs. 

25 Dic, 2025
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