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¿A qué emoji respondería la máscara asesina de Scream? Es la única pregunta que la miopía me habilita mientras falla el foco en Michael Gira, apretado como estoy al fondo superpoblado de Niceto. Allá él, al centro de su quinteto, este sexagenario que insiste en no sonreír ni cortarse el pelo. En el stop porteño de la gira donde presenta su obra más reciente, The Glowing Man, vuelve a cantar y exprimir su guitarra sin dejar nunca de dirigir su orquesta de rock neoyorquina, que se llama Swans desde hace más de tres décadas. Gira alterna entre una neurótica disciplina y un abandono dionisíaco que toca el rojo de la concentración, cuando se trata de conseguir que esos hombres entren en trance de intensidad. Cosa de hombres: Swans es una banda orgánica y, sobre todo, “orgónica” (¿recuerdan a Wilhelm Reich?), cuya alquimia musical sucede en la frontera del “soundcheck” y el “soundscape”, como escribió Joe Kennedy. “El escenario debe ser un semicírculo y estoy en el medio para recibir la fuerza completa del tsunami”, Gira explicó a The Guardian un año antes de que lo viéramos así, chamánico, moviendo los brazos como abrazando incienso o alentando a un coro invisible; la guitarra colgando, sus compañeros entregados al rito. Entregados, sí, aun cuando tengamos a dos barbados rumiantes (¿Beldent a los sesenta?), uno en lap steel (Christoph Hahn) y otro en guitarra (el histórico Norman Westberg). Cuando no están cerrados, los ojos de los ejecutantes apuntan al líder, que pega guitarrazos en sincro con el baterista, Phil Puleo, revelando que la orquestación se entiende como “re-percusión” (el tecladista Paul Wallfisch no siempre evita el recuerdo de los hieráticos Dead Can Dance o Ulver, si sumamos el basso-barítono que sale del micrófono). Para ratificar el mito de la “banda que toca más fuerte en el planeta”, lo del tsunami se advierte desde la entrada: te obsequian tapones para los oídos. ¿Y por qué no tocan ellos más bajo y ya? Es que a una altura de volumen, nos dominan tanto una espectralidad sonora de “overtones” como un efecto “háptico” por todo el cuerpo. En 1983, Sonic Youth citó unos versos de Gira, recuperados por él en su último disco, que dicen “El peso de mi cuerpo / es demasiado para soportarlo”, lo cual justifica su paso (al principio, más irónico) por la religión (budismo, cristianismo) y su interés místico en la “completa disolución del yo”. Por eso, no sería exagerado postular que el ritual que propone Swans en vivo, durante sus dos horas ininterrumpidas, resulta un pacto de sadomasoquismo místico. Cómo entrar y salir del cuerpo propio y ajeno es una cuestión que recorre toda la obra de Swans. Por eso, Gira recurre permanente a la imagen de la “piel” como límite de “con-senso” entre las personas: ahora lo vemos repetir como mantra “I am watching your skin”, parte de su tema The Cloud of Unknowing (basado en una guía homónima de misticismo cristiano del siglo XIV). Tras un período al borde del “folk apocalíptico”, este retorno de los Swans al rock —clímax en To Be Kind (2014)— los vuelve a encontrar buscando variaciones sobre su materia: el “powerchord”. Como Sonic Youth, Gira pertenece a la generación post-No Wave neoyorquina, que se propuso más destruir que deconstruir el rock, compartiendo además el liderazgo teórico del minimalista eléctrico Glenn Branca. Swans reinventó el rock para sí, consiguiendo tantas fórmulas como sucesores divinos: The Young Gods, God, Godflesh, Godspeed You! Black Emperor… También temáticamente, de acuerdos y de poder siempre se trató la cosa. Desde aquella Your Property (1984), donde monologaba sobre el goce de ser esclavo, como si Beckett dramatizara a Foucault (más lejos aún que un Randy Newman, Gira enfocaba las relaciones de poder de modo políticamente incorrecto). Y hasta hoy, que en When Will I Return su novia actual canta cómo fue violada (vaya cinismo: Gira fue acusado de abuso sexual años atrás). En definitiva, en un recital inolvidable como este, todos los que permanecimos vibrando, tapados con tapones, sabemos que sinceramos la “consensualidad” S/M del rock cuando se pone extremo: somos títeres gozosos de una microfísica del “powerchord”.
Swans, Niceto, Buenos Aires, 2 de agosto de 2016.
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