Inicio » Edición Impresa » CINE » El anfitrión y las largas duraciones

El anfitrión y las largas duraciones

CINE

 

Noticias de la Antigüedad ideológica. Marx, Eisenstein, El capital (Nachrichten aus der ideologischen Antike Marx Eisenstein Das Kapital, Alemania, 2008). Guión y dirección: Alexander Kluge. 570 minutos.

 

Noticias de la Antigüedad ideológica no es exactamente una película. Es un “programa” de casi diez horas de duración. Sabemos, de Wagner a esta parte, hasta qué punto el largo aliento es una pasión alemana. Ahí están el Hitler de Syberberg, el Heimat de Edgar Reitz, incluso el Berlin Alexanderplatz de Fassbinder, concebido como serie en una época en que el formato no despertaba mayores estremecimientos estéticos. Pero sólo Alexander Kluge trabaja la larga duración a fondo, tan radicalmente que lleva sus objetos audiovisuales al límite, sacándolos de quicio y convirtiéndolos en limbos inestables, informes, cuyos componentes nunca terminan de cuajar, afectados por una heterogeneidad violenta, y aparecen sobre todo como potencias. En su desmesura, su seriedad recalcitrante, su enciclopedismo, Noticias de la Antigüedad ideológica dialoga de memoria con las Historia(s) del cine de Godard. Circula entre ambas la misma megalomanía, el mismo frenesí aluvional, la misma voluntad de hacer del cine un lugar del pensamiento. Noticias y las Historia(s) son dos de los más grandes monólogos exteriores filmados del arte contemporáneo. Pero mientras el de Godard, con todas sus anomalías, sigue siendo un film, en la medida en que reivindica los auspicios del archivo y la Historia, el de Kluge en cierto modo ya es una monstruosidad y excede toda clasificación.

“Programa” es una palabra que suele aparecer ligada a la obra de Kluge. No figura en el cuerpo mismo de Noticias de la Antigüedad (que por otro lado omite cualquier clase de división o marca de organización internas y se presenta como un continuo brutal), pero sí, a menudo, en los comentarios que la acompañan, comunicados de prensa, comentarios críticos, fichas técnicas que en el caso de Kluge se leen menos como satélites de comunicación publicitaria que como leyendas conceptuales, signos de una verdad íntima de la obra que sólo puede llegarnos desde el exterior. Un primer sentido de “programa” alude por supuesto a la televisión, y sirve para organizar de un modo más o menos convencional el movimiento torrencial del film. Así, las diez horas de Noticias se dejan fragmentar en media docena de emisiones de duración estándar cuyo destino “natural” sería el aire de la televisión comercial, la ciudadela en la que Kluge viene metiendo múltiples caballos de Troya desde fines de los años ochenta, cuando tomó la decisión política de desertar del cine.

Pero la noción televisiva de programa no agota la cuestión. Si Noticias es un programa (y no sólo un pack de cinco programas de TV) es porque lo que está en juego en esa definición excede en mucho el problema específico de la visibilidad (dónde y cómo mostrar objetos audiovisuales aberrantes). El programa, en Kluge, implica la discusión de formatos y estrategias de exhibición, pero nunca se deja confundir del todo con ella. Lo que está en juego es toda una manera de concebir y hacer: un método. Lejos de producir programas para televisión, Kluge produce más bien un flujo, una corriente, un curso sin objetivos, ni estructura, ni horizontes institucionales predefinidos, apenas imantados por un problema, una situación puntual o una idea fija. Va registrando cosas, personas, discursos, ideas a propósito de temas, que forman constelaciones y que recién después, en virtud del encuentro entre ese archivo in progress y una ocasión particular (que puede ser artística, política, mediática, institucional), el cineasta segmenta y formatea en determinado tipo de unidad e inscribe en alguna clase de contexto de aire (televisión, Internet, museos, libros, etc.). Así, Noticias puede ser muchas cosas a la vez, ser vista de manera múltiple y servir para usos diversos (según el tipo de necesidad específica que intercepte el flujo y obligue a Kluge a reapropiarse de su material). Puede ser vista como una película, una epopeya –quizá la última– sobre la necesidad, la urgencia anacrónica y la imposibilidad de traducir El capital de Marx al idioma del cine; pero también, si se la desmiembra siguiendo sus troquelados invisibles, como un ensayo sobre el demencial lado B de las vanguardias soviéticas de los años veinte, una celebración de las heterodoxias de izquierda durante el siglo XX, un álbum de diálogos con un dream team de interlocutores abrumador (Sloterdijk, Groys, Enzensberger, Negt, Joseph Vogl, Dietmar Dath), un glosario de mots d’ordre marxistas (“mercancía”, “fetichismo”, “alienación”, “revolución”, “ideología”), una historia de cómo ese glosario fue interpretado –en el mejor de los casos mal– por el arte moderno. Puede ser un film-río, una enciclopedia, una colección de diálogos, un libro en imágenes y sonidos, una instalación, un documental pedagógico, un panfleto político de vanguardia. Puede ser un pack de cinco emisiones para televisión, pero también el canal entero que las programaría. Si nos atenemos al programa Kluge, lo que vemos en Noticias no es un film, ni siquiera los numerosos films posibles que palpitarían en un film. Vemos ante todo eso que era antes de ser un film: un stream of consciousness.

En ese sentido, Noticias (y el programa Kluge en general) les debe tanto a Marx y a Eisenstein (cuya legendaria tentativa de llevar al cine El capital es el punto de partida de los 570 minutos de la película) como a Joyce, y a Joyce tanto como a Molly Bloom, gran inventora de flujos. Producir, para Kluge, se parece bastante a esa práctica bioartística femenina. Se trata de crear continuos, arcos de larga duración, intervalos de paciencia y espera donde algo, en algún momento, pueda suceder. Trabajar todo segmento, aun el más pequeño, como si fuera una fábrica de tiempo. De ahí el efecto desconcertante que produce Noticias. No es sólo su gigantismo general lo que nos impresiona. Nos impresionan igualmente sus prodigiosas dilataciones internas, el tiempo que se toman dos actores para leer pasajes textuales de El capital, por ejemplo, o el modo en que una conversación telefónica fraguada en una lógica de plano y contraplano va devorando sin prisa minutos y minutos de película, o la parsimonia ensimismada con que Kluge se abandona a la charla con sus interlocutores, sin cortes, durante cincuenta minutos.

Porque Kluge –como se puede ver en Noticias– no entrevista: conversa. La diferencia es crucial y forma parte del programa. Entrevistar no es producir un continuo sino entrecortarlo, regularlo, articularlo en función de un determinado interés (hay siempre una estrategia y un cálculo de fines en toda entrevista). Conversar, en cambio, es hacer posibles las condiciones necesarias para la aparición de un continuo. Hay todo un protocolo de preliminares en las entrevistas: empezar, tantear, ir acercándose… La conversación no tiene principio ni fin; siempre ha empezado antes y seguirá siempre después (conversar no es más que encabalgarse sobre un flujo que ya lleva años, siglos, precipitándose). Una entrevista implica siempre una cuenta regresiva: el tiempo con el que se cuenta, el que se pierde en llegar al grano, el tiempo que queda para acceder a la verdad del otro… La conversación, por su parte, es abierta por definición, y es incondicional; si la métrica del tiempo no la hostiga es porque es ella misma –la conversación– la que la inventa sobre la marcha. Conversar es añadir tiempo al tiempo. Para entrevistar, por fin, no hay más remedio que interrogar. Kluge jamás pregunta; lanza frases-párrafo, piensa en voz alta teorías instantáneas, emite pequeños chispazos que quedan flotando en el aire, entre los dos interlocutores, como promesas, hasta que el otro encadena y las multiplica, las desvía o las profundiza. Entrevistar es perseguir la revelación de una verdad; conversar, reunir condiciones para que algún acontecimiento auténtico sobrevenga.

Esa es en verdad la razón de ser de toda larga duración artística. “A menudo hay que producir todo un circo, y durante un largo tiempo no sucede nada. Hasta que llega el número del trapecio, y ahí una de dos: o la trapecista hace todo bien, o se desploma y la catástrofe ocurre…”, comentaba Kluge en 1998 ante Hans Ulrich Obrist, un curador suizo célebre, entre otras cosas, por sus maratones de mesas redondas y las más de dos mil horas de conversaciones con artistas que lleva grabadas desde principios de los noventa. La fórmula del continuo y el acontecimiento no es nueva; Kluge ya la había insinuado en El asalto del presente contra el resto de los tiempos, el film con el que anunciaba a mediados de los ochenta que el nuevo campo de batalla político no era la imagen ni “el audiovisual” –como creían muchos de sus contemporáneos más lúcidos–, sino el tiempo. Kluge repatriaba allí dos figuras de la antigüedad griega, chronos y kairos, para articularlas en una economía temporal ultracontemporánea. Chronos –ese dios gigante que se devora a sus hijos– era el tiempo que lleva a la muerte, tiempo que se consume y devora a sí mismo; kairos –un dios-gnomo menudo, calvo, aunque con una coleta de pelo denso en la nuca, que sólo los muy rápidos o muy afortunados lograban asir– era la ocasión, la irrupción del tiempo feliz: el timing como una de las bellas artes. Así, para producir treinta segundos de acontecimiento autónomo –no alienado–, hay que producir antes un continuo de cuarenta y cinco minutos. Kluge a Obrist: “Kairos es el elemento gracias al cual vivimos, y nuestro único propósito es recrear ese principio en el corazón de la TV-Chronos, aunque sólo sea durante algunos segundos”.

Esa atención casi obsesiva a los contextos (mucho más que a los textos) explica también la extraordinaria hospitalidad de un film a primera vista áspero, aprensivo, como Noticias de la Antigüedad ideológica. De todos los títulos a los que Kluge podría aspirar –cineasta, escritor, activista cultural, crítico institucional, doble agente en el riñón del poder televisivo, narrador de historias ajenas, animador de talk shows high brow–, quizás el único verdaderamente atinado, la única identidad capaz de absorber todas las demás sin reducirlas ni amordazarlas, más bien potenciándolas al máximo, sea la que lo define como un anfitrión. Eso es un artista según Kluge. Alguien que fabrica más que una imagen: el marco que la enmarcará, la pared donde colgará, el museo que la exhibirá. Noticias de la Antigüedad es un ejemplar perfecto de esa política de convivialidad ávida, un poco desenfrenada, en la que confluyen la vieja razón crítica y el sueño de comunidad más contemporáneo, y para la cual decir o mostrar algo sobre la relación entre El capital de Marx y el cine no implica necesariamente enunciar algo personal sobre el tema –algo propio, firmado– sino más bien correrse a un costado y hacer lugar, producir espacio y tiempo para que se hagan oír y resuenen y se conecten las voces de los otros. Más que un director, Kluge asume el papel de un host, alguien que organiza una escena, reparte cartas, distribuye el juego y espera sin apremio que las fuerzas que ha movilizado se desperecen, entren en fricción y den frutos. Más que una película, Noticias de la Antigüedad es una suerte de plataforma, un lugar común donde –de Luigi Nono a Tom Tykwer, por nombrar sólo a dos artistas que hacen sus cosas dentro del film de Kluge como quien las haría en una galería– se dan cita películas, textos, obras, imágenes, pensamientos ajenos. Una mezcla de ágora y cenáculo, de bunker y de salón, de brainstorming room y sala de espiritismo donde algo parecido a una esfera pública puede quizás empezar a reconstruirse.

  

Imágenes [en la edición impresa]. Performances. Revolución Rojas, Espina no peito de Mariana Obersztern, pp. 20 y 21; Puré de tomate de Mauro Guzmán, p. 23, C.C.R. Rojas, 2010. Fotos: Jorge Miño.

1 Dic, 2010
  • 0

    Lo oficial y lo maldito

    Silvia Schwarzböck
    1 Sep

     

    Tierra de los padres, de Nicolás Prividera: hacia un cine de la historia de los vencidos.

     

    La perspectiva de los vencidos, para contar...

  • 0

    Nostalgia de la experiencia

    Emilio Bernini
    1 Dic

     

    Hachazos (Argentina, 2011). Dirección: Andrés Di Tella. 80 minutos.

     

    La “biografía” de Claudio Caldini que Hachazos, el libro y el film, declara ser respecto del...

  • 0

    La política según el segundo

    Silvia Schwarzböck
    1 Dic

     

    El estudiante (Argentina, 2011). Guión y dirección: Santiago Mitre. 110 minutos.

     

    El final de Lost revelaba, entre otras cosas, que el mejor personaje de la...

  • Send this to friend