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Martín Gambarotta. Contienda, poesía y definición

ENTREVISTA

 

“No está dado el contexto para cortar / un pomelo pero igual corta el pomelo / y así cambia el contexto dado / con un ademán ficticio produce y no produce / una alteración momentánea que oblitera / el único dato cierto / nunca hubo fruta por cortar”. Estos versos de Relapso + Angola, publicado en 2005, sirven para entender el modo de intervención, fundamental por cierto, de Martín Gambarotta en la poesía de nuestro país. En 1995 ganó el Premio Hispanoamericano del Diario de Poesía con Punctum, que salió publicado un año después y se reeditó en 2011. El “ademán ficticio” del libro consistía en examinar la falsa pacificación neoliberal a la luz del lenguaje de la militancia clandestina. Asumir ese contradiscurso no solamente implicaba revisar el pasado en función del presente sino también anticipar coordenadas de lo que podía ocurrir: “avisále, andá, que esto se pone raro / a la viuda de Noble”. Los siguientes libros, Seudo (2000) y Relapso, prolongaban la interrogación, ahora con estilo más breve y criptográfico, sobre las posibilidades contemporáneas de un lenguaje político de izquierda. La nueva plaqueta de Gambarotta se llama Para un plan primavera y lleva a indagar, dado el cambio de contexto, cómo se corta hoy el pomelo.

 

NV: ¿Cómo describirías el pasaje del “Acá no pasa nada” de Punctum a Para un plan primavera, el título de tu nueva plaqueta?

MG: La única manera en que se me ocurre hablar de eso es que, después de ciertas caídas discursivas, hay una posibilidad de armar algún tipo de elocuencia. Para darle una justificación al título, se asociaría a los momentos de primaveras políticas o sociales. Sería darle una oportunidad a la elocuencia en el texto; ya no tanto a la distorsión sino a la intención de articular algo.

¿Esa oportunidad determina un estilo distinto o se mantiene el estilo de los libros anteriores? O en otros términos: ¿cómo asume la poesía política, desde el estilo, un alto momento de politización de la sociedad? El lenguaje cifrado tiene un correlato en el año 95 y ahora seguramente tiene otro…

En algún punto se mantiene porque finalmente no es una elocuencia terminada o satisfactoria. Ahora tal vez veo los tres primeros libros como una trilogía del “no pasa nada”, o del sinsentido o del dar cuenta del colapso de los discursos. Y esta plaqueta sería algo posterior. Podría ser un corte: cerrado eso, lo de ahora es un primer movimiento después de esa trilogía. Tal vez haya menos lugar para el lenguaje cifrado en general y en el 95 la época sí lo demandaba. En términos grandilocuentes, esta época demanda una nueva elocuencia. En ese sentido los textos vienen a interactuar, a decir algo respecto del momento.

Y al mismo tiempo en esta plaqueta hay poemas refritados de Relapso + Angola

Sí, porque tiene que ver con algo muy básico de no poder desprenderse de, o de incorporar lo que podría llegar a tener de elocuente algún pasaje de Relapso y llevarlo al nuevo escenario. Eso se da principalmente con el texto que empieza “Creo que soy un fascista”, una especie de parodia de obra teatral, donde el personaje se define por asumir la palabra. Y en esa especie de monólogo hay una elocuencia que –suena un poco pretencioso– está en Shakespeare: la utilización de un monólogo teatral. O en Eliot. Ese texto, tal vez el que sobrevive a la trilogía, es el que lleva a que alrededor pueda construir una plaqueta.

Hay unos versos en el segundo poema de la plaqueta que dicen “lo anómalo / no es estar desconectado de la realidad sino, a un nivel macro, estar demasiado / conectado”. ¿Cómo se relaciona tu trabajo como periodista en Buenos Aires Herald con la poesía? ¿Cómo encarás, para escribir, ese vínculo con la información y la realidad inmediata?

No sé si eso es específico de esta plaqueta… en los textos anteriores los personajes o las voces también estaban demasiado conectados con la realidad. Básicamente, es una cosa que está en El anti-Edipo pero que me gusta pensar que lo tenía incorporado desde otro lugar, antes. La anomalía no está en que alguien esté desconectado de la realidad sino en que esté demasiado conectado con la realidad. Lo que puede ser una anormalidad también puede tener sus ventajas en el momento de hacer textos o lo que sea. Ese es un poco el planteo. Y, por otro lado, ¿quiénes son los que están demasiado conectados con la realidad? Los políticos, los periodistas, la inteligencia, la opinión pública, lo que entendemos por comunidad que lee los diarios. El juego es que estos son textos de alguien que está demasiado conectado con la realidad o da cuenta de los que lo están. Por supuesto, no la realidad cotidiana, que sería otra cosa, sino la realidad macro, los acontecimientos vistos a través de un televisor. A eso llamo estar demasiado conectado con la realidad en un escenario donde –tal vez es así en todo el mundo– los acontecimientos se suceden minuto a minuto; es una lucha cuerpo a cuerpo. Puedo dar cuenta de que, en la pequeña redacción del diario donde trabajo, levanto la vista y lo veo a Mariano Ferreyra muriéndose en la pantalla… Una jornada que hasta ese momento era ordinaria se volvió extraordinaria. Esos versos se refieren un poco a este minuto a minuto.

Estos versos del tercer poema, “se puede dejar en el suelo lo que otros / podrían tener interés en llegar a levantar…”, suenan como una poética de la anticipación. Pasó con algunos versos de Punctum como “el enemigo tiene estilo / robado de canal 13”, o con la serie de poemas “rumanos” antes de que Carrió comparara a Kirchner con Ceaucescu.

Sí, o el viaje de Moreno a Angola (risas). Claro, son como disparadores. En realidad esas lecturas las están haciendo los demás. Creo que a Leónidas Lamborghini lo citaban en el sentido de que confiaba en el poder oracular de la poesía. Bueno, esa es la manera “poética” de decir que hay un análisis. Decir: esto está analizado y está transmitido y volcado… y podés tomar únicamente el artefacto literario como tal. No es obligatorio tomar los mensajes que se pueden leer en ese artefacto o texto. Me parece que, a la vez, en algún momento, tanto el discurso de la literatura por la literatura misma como el de la literatura política se vuelven ridículamente extremos. Hay textos que contienen otro tipo de mensaje.

En ese sentido de la anticipación, y también pensando en momentos de tus libros en que los personajes o voces tienen un discurso paranoico, se me ocurría pensar en géneros como la literatura de espionaje o la ciencia ficción.

Sí, pero no sé si lo tengo incorporado al sistema. Está más del lado del placer, como decir: voy a leer El espía que vino del frío, de John Le Carré, pero no lo incorporé a lo que se supone que es mi sistema, lo leo porque me gusta la simulación que hace de un juicio en Alemania del Este. Lo mismo la ciencia ficción, que me gusta, no así la cosa más mágica tipo Tolkien.

¿Y Thomas Pynchon?

Pynchon me parece que sí está más incorporado o que, salvando las distancias, está en el mismo ámbito. La bola paranoica de Pynchon es algo que me interesa más que la ciencia ficción pura o las novelas de espías. Ahí encuentro el discurso de la paranoia contemporánea, donde todo es y no es al mismo tiempo una gran conspiración. Pynchon llega de una manera no marxista a lo mismo a lo que podrían llegar los marxistas diciendo que la existencia es una gran lucha de clases económica. Me interesa la visión paranoica de la realidad como una gran conspiración, una guerra interminable (Pynchon) o una gran lucha de clases económica (Marx). Eso sí es parte de mi sistema. La realidad es eso. Hay otro caso, el de un dibujante ya muerto. Se llama Mark Lombardi y, a partir del caso de la venta de armas a Irán, el caso Irán-Contra, y todas las conexiones, por ejemplo, hace un dibujo, una ilustración: un objeto de arte. Quiere decir que las grandes conspiraciones paranoicas o luchas económicas pueden mostrarse en un objeto artístico. La ciencia ficción y las novelas de espías son un poco más acartonadas, casi como que no está la carnicería, que sí está en Osvaldo Lamborghini, por ejemplo.

De lo que leíste últimamente, ¿qué te interesó?

Por un lado, todos los sistemas que arma [Pablo] Katchadjian me interesan y, justamente, se podría pensar que es literatura por la literatura misma o que se agota ahí –en el buen sentido–. Por otro, lo que me interesaba postnoventa, por hablar de las etiquetas, nunca se terminó de consolidar. Me interesaban, por ejemplo, los artefactos que podía armar Lucía Bianco y otras cosas que empezaban a aparecer. Y finalmente, aunque está por verse, es como si los autores no hubieran tenido la confianza como para seguir adelante con esa veta, ¿no? Veía esa veta como una etapa superior –para hacer un chiste– del noventismo, una cosa más de partido que de movimiento. Eso que me entusiasmaba a mí no sé si llegó a entusiasmar.  Pero hubo cosas que dieron cuenta de la progresión de los noventa. También los textos de Violeta Kesselman, cuando tenía su blog. A la vez lo más interesante me pareció ese amague de formalizar el caos de los noventa.

En algunas entrevistas mencionaste a Saer y Zelarayán. ¿Qué opinás de otros narradores argentinos, por ejemplo Aira…?

No tengo una lectura…

O Piglia…

No, tampoco.

¿Por qué Punctum está dedicado a Fogwill?

A mí me atraía Los pichiciegos. También está dedicado porque me impresionaba la manera en que asumía la difusión de un texto que le parecía valioso. Más allá de que el primer movimiento fue con el premio del Diario de Poesía… Además, está dedicado porque después fuimos amigos. Lo que me interesaba de lo que yo llamaba amistad con Fogwill era esa posibilidad de hablar con alguien acerca de lo que aparecía anterior a Punctum. Fogwill me traía una conversación que yo venía tratando de entablar con un modo de hablar que no era ciertamente de ese momento. No es una deuda, pero él abrazó el libro de una manera muy poundiana. Ahí se abre una conversación y una manera de leer y de hablar que a mí me venía a confirmar que todavía algunos hablaban o leían de ese modo. Entre Punctum y Seudo fue donde más conversación hubo con Fogwill. Justamente, lo más sorprendente de Los pichiciegos era ese diálogo entre dos colimbas sobre Firmenich y Alfonsín, con Firmenich como una especie de mito, que tenía un ejército… Obviamente es un delirio, la realidad puesta en la literatura para hacer un delirio, pero con personajes de peso político real y tratados de una manera que demuestra cierto conocimiento de la coyuntura política. Si no tiene el contexto y la información, si no está demasiado conectado con la realidad, es básicamente imposible que alguien escriba ese diálogo. Eso lo encontraba en Fogwill y en casi nadie más, quizás por limitación mía. Muy pocos habían hecho eso en literatura como para poder hablar desde ese lugar.

Y en el caso de la plaqueta o de lo que estás escribiendo ahora, ¿cuál sería el marco, los interlocutores?

Los pichiciegos es un libro discutido pero a la vez mítico. Eso que sucede ahí también es difícil poder hacerlo una y otra vez. Son situaciones casi excepcionales, donde parece que las posibilidades de la literatura se potencian, ¿no? Está la literatura como la entendemos, o los buenos libros, y después están los libros míticos: Los pichiciegos, Poesía civil, Las patas en las fuentes… donde la literatura se potencia. En el caso actual sería como una especie de aceptación de que no siempre se puede comunicar algo de esa manera o de que, más allá de que el texto pueda potenciarse, sigue siendo un texto. Se potencia, pero es a partir de la escritura y no de algo externo, finalmente. Tiene que partir del texto para afuera y no de afuera hacia el texto, si no ahí es donde se arma el gran problema. La plaqueta emite una aceptación de que el enemigo, por llamarlo de alguna manera, es mucho más grande y perseverante de lo que podés imaginar. El enemigo pensado en términos paranoicos… No existe ningún enemigo sino que se construye en la lucha de clases o en la lucha paranoica. El chiste de la primavera es como decir: bueno, es una primavera, pero si es una primavera se va a terminar, y la idea es cómo la perpetuás. De ahí la elocuencia. Si es una primavera, ¿cómo hacés para que no te arrollen de nuevo, como en tantas otras primaveras? Siempre vas a tratar de armar algo para que perdure un poco más.

Las figuras de Rumania o de “lo que fue el Este”, donde hubo procesos políticos largos, por decirlo así, ¿señalan algo en ese sentido?

Sí, es un terreno muy difícil ese. Es una especie de exploración de cosas que Latinoamérica nunca vivió, básicamente. Hay una anécdota: estaba en una comida y había alguien que decía “mi novia es de Hungría”, empezó a hablar de su novia, y ella obviamente, entendiblemente, odiaba a los gerontes soviéticos. Parece que después ella vino a Latinoamérica y cuando estuvo en Chile o la Argentina dijo “ahora entiendo, esto es peor que Hungría”. En ese chiste, o esa gracia, porque es bueno tomárselo así, está lo que me quiero preguntar en esos versos sobre lo que fue el Este. Vas a Berlín y caminás por un bulevar que se llama Karl Marx, que fue construido en los cincuenta, a fuerza de realismo socialista, con concursos de arquitectura y guiños al neoclásico… Y, claro, en un latinoamericano (para usar una palabra terrible), levantar la vista y que una calle se llame Karl Marx impacta, porque acá hubo una masacre para que eso no sucediera. Acá no hubo ni partido republicano ni partido comunista; hubo saqueo en todo sentido, tierra saqueada por un lado y por otro. Vas a Alemania o vas a Grecia y ves una estructuración de Guerra Fría que acá no llegó a concretarse en esos términos. Lo de “rumano” era un motivo, que está plasmado claramente de modo genial en la película Autobiografía de Nicolae Ceaucescu [del director Andrei Ujica]. Preguntarse por lo que fue el Este de un modo más neutral… El contraste es evidente, sin valorar. La cantidad de campeones olímpicos cubanos comparada con la cantidad de medallas olímpicas de toda Latinoamérica… Eso no deja de ser un tema. Un poco es lo que teoriza Zizek desde un lugar mucho más alto.

Ahí también entraría el monólogo de “Rodríguez en Angola”, de Relapso + Angola

Sí, es como bordear o explorar los asuntos de la corrección política. Si analizás, sin tomar partido, lo que dijo la semana pasada Moyano sobre la Presidenta: “está tratando de transformar el Estado argentino en un soviet”, podés hacer una lectura muy interesante de eso… ¿De qué soviet estamos hablando?, ¿de los que organizaron con cierta eficacia a principios del siglo XX? ¿Eso lo tuvo alguna vez la Argentina? Esas cuestiones, la aparición de pronto de la palabra “soviet” en la discusión política, son materia de un texto literario porque son intentos de definir las condiciones de la época. Moyano lo dice negativamente, pero se vuelve al chiste de la húngara: o partido republicano o soviet, o institución o caos. Cuando se dice “esto es un soviet”, siendo que definitivamente no lo es, lo que se está diciendo es que realmente existe un intento de apuntar a un Estado más organizado. Eso que ahora está planteándose de esa manera se puede plantear con el tema del descalabro del socialismo real, los cubanos en Angola, Silvio Rodríguez. En realidad es completamente experimental o macro porque no puedo tener ninguna autoridad para hablar sobre el conflicto real en Angola. Es usar la referencia y ver que en algún momento hubo un Rodríguez en Angola. Es por eso que hay masacres: la lucha es por quién organiza el Estado. El que logra eso, define la contienda por muchos años.

¿Qué pensás del pasaje de poetas que también son de tu generación a la participación política? Martín Rodríguez trabaja en la TV Pública, Sergio Raimondi, en la Dirección de Cultura de Bahía Blanca, Fabián Casas firma una solicitada a favor de Binner…

En el caso de Raimondi y Rodríguez, lo veo como una buena noticia, un dato que debería tomarse como muy positivo de este tiempo. Tal vez porque esa “militancia” ya estaba presente en los textos, antes de que se les diera la oportunidad. Me parece algo que ahora se hace evidente. En ese sentido, lo veo, si bien no tiene tanto que ver, como esa idea de etapa superior, partidaria. Del caos del movimiento de los noventa –asumiendo la etiqueta–, de ese caos inevitable o evidente visto para atrás, también es evidente que Raimondi y Rodríguez van a asumir. Me parece que no hay que obviar la circunstancia de cada uno… ¿Y cuál sería tu circunstancia en ese sentido? En mi caso, el posicionamiento sigue siendo marcadamente el de observador, de estar conectado con la realidad, y todavía muy marcadamente a partir de mis textos. No veo que esté tan claro en mi caso que pueda asumir, por decirlo de alguna manera, funciones, al menos en el corto plazo. Ni sé si es de mi interés. De todo mi trayecto no se hace evidente que sea mi función desembocar ahí. En ese sentido, si eso es así, lleva a la solicitada. ¿Cuál sería la función de firmar una solicitada apoyando a un candidato? Sería una especie de impulso, una sobreactuación si se quiere, de demostrar un compromiso político porque ahora el contexto es explícitamente político. Entonces, sin ánimo de condenar, la pregunta sería para qué, siendo que en el momento despolitizado la cosa no era tan evidente. Y eso –y quiero que se tome con pinzas porque no lo digo en el sentido más negativo de la palabra– es reaccionario, porque reacciona al contexto. Es una reacción y, como toda reacción, es un gesto al que no le encuentro sentido. La única solicitada que firmé fue en apoyo a la Ley de Medios. Claramente la posición del momento es: ok, si uno se va a politizar, va a activar, no va a firmar solicitadas porque, en ese sentido, una solicitada es una antigüedad, una especie de artefacto oxidado. A la vez, la declaración de un voto en las elecciones presidenciales no es una definición política, si vamos al caso. Definiciones políticas son otra cosa, a mi entender. Sí me parece que estoy en condiciones de dar opiniones políticas más macro o de otro tipo, por ejemplo decir “La Nación es un diario conservador”. Es una definición que considero importante. No digo que sea un mal diario, pero ordenemos las cosas. Firmar una solicitada es menos fuerte que eso. En el marco de 2008, estoy de acuerdo con el máximo de tributación para la soja: eso es una definición política que yo podría dar, dentro del contexto de lo que soy, y asumirla en público si se quiere. Estoy a favor, por decir algo, del noventa y cinco por ciento para la soja. Entiendo los problemas políticos y de coyuntura para los funcionarios, pero, si asumimos posiciones políticas sería eso, no “voy a votar a Kirchner”. En ese lugar más macro sí me encuentro pudiendo dar ese tipo de definiciones: La Nación es un diario conservador, estoy a favor de colectivizar la soja, estoy a favor del aborto, etc. Ahora, en el tema del día a día, creo que me excede a la edad en que me caen los acontecimientos. Lo que no quiere decir que uno no sepa cómo funcionan o de qué lado van cayendo las cuestiones de peso.

¿Cómo fue la experiencia de la lectura en el Senado?

Justamente, se trata de cómo vas al Senado; después viene la estigmatización del diario La Nación. Estás yendo al Senado porque es un lugar público y así fue planteado claramente. El planteo era que el Parlamento es el lugar de las diferentes voces políticas y al ciclo iban a ir las distintas voces poéticas a leer. Después viene la estigmatización del “Senado k”, que no quiere decir nada, y el juego semántico que se propone. Pero vas al Senado en tanto los senadores son autoridades legítimas. Y ya que estamos hablando de institucionalidad, también se pueden hacer otros aportes analíticos. Por ejemplo: se supone que este es un tiempo institucionalmente débil pero, yendo al análisis de los problemas de 2008, el vicepresidente desempató en el Senado a favor de no aumentar las retenciones a la soja y eso se respetó. ¿Cómo incorporamos eso a la idea de instituciones supuestamente frágiles o no respetadas? ¿Cómo justificamos entonces que alguien vaya a leer al Senado y sea estigmatizado como un K?

¿Qué lugar pensás que tiene en nuestro país el discurso de la poesía?

En un espacio donde hace mucho que se resolvieron los conflictos, la poesía puede ocupar un lugar completamente esterilizado según la estética de quien haya resuelto el conflicto a su favor. El ejemplo más claro, en otro modelo, es el realismo socialista. Conflicto resuelto, poesía esterilizada: todo es realismo socialista, salvando las distancias. En la Argentina, a mi entender, el conflicto no está resuelto y entonces las corrientes discursivas tienen peso político, inevitablemente, porque es una disputa. No por nada, tarde pero seguro, se habla de batalla cultural. Si se habla de batalla cultural es porque hay un conflicto no resuelto, y en la batalla cultural la literatura o la poesía son parte de esa contienda. Ese discurso latoso, lloroso de la marginalidad de la poesía… Si hay algo de lo que no participó la poesía de los noventa es de eso, de la idea de que la poesía no circula, no se lee. En un contexto de batalla cultural y de conflicto no resuelto, esa es la dimensión política que tendría la poesía argentina.  

 

Imágenes [en la edición impresa].Tomás Saraceno, Flying Garden / Air-Port-City (2005), almohadas inflables elípticas, cuerda elástica, helio, aire, nubes, dimensiones variables, instalación en Villa Manin, Center for Contemporary Art, Codropio, Italia, fotografía: ©Sillani, p. 61; detalle de 32sw / Stay Green / Flying Garden / Air-Port-City (2007-2009), almohadas, aire presurizado, webbing, fieltro negro, césped, paneles solares, baterías, bomba, sistema de provisión de agua, pileta; diámetro aproximado: 4,9 m, fotografía: ©Studio Tomás Saraceno, p. 64.

Lecturas. Martín Gambarotta ha publicado los libros: Punctum (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1996; reedición por Mansalva / Vox en 2011); Seudo (Bahía Blanca, Vox, 2000); Relapso + Angola (Bahía Blanca, Vox, 2005); Refrito (Santiago de Chile, La Calabaza del Diablo, 2009); Para un plan primavera (Bahía Blanca, Vox, 2011). 

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