Inicio » Edición Impresa » IDEAS » Juguete

Juguete

IDEAS

 

Reseña crítica sobre la exposición The Sigmund Freud Antiquities: Fragments from a Buried Past [Las antigüedades de Sigmund Freud: Fragmentos de un pasado sepultado], University Art Museum de la State University of New York, Binghampton, 1990.

 

Cuando miro el catálogo de la colección de Freud, pienso en el Museo de Cera de Madame Tussauds, una analogía que no es necesariamente despectiva. La colección es un documento, nostálgico como una pieza de época y muy conmovedor. Freud coleccionaba objetos porque le daba placer y porque era bueno para su autoestima. ¿Por qué querría Freud aumentar su autoestima? No lo sé. ¿Es posible que un hombre como Freud necesitara reafirmarse? La colección le daba quizá una posición social que acaso sentía que le faltaba. O decoraba su consultorio. O era una distracción durante sus horas de trabajo, en las que las tragedias de sus pacientes seguramente lo dejaban exhausto. También los silencios pueden ser agotadores. Es terrible pasar una hora con alguien que no dice palabra, no porque no quiera sino porque no puede, o porque no tiene nada que decir, o porque está confundido, o porque en realidad sólo quiere ir a emborracharse o expresar su contrariedad. Los motivos de un silencio son insondables, pero lo más probable es que a Freud lo aburrieran soberanamente. Dudo mucho de que se interesara por la mayoría de sus pacientes, lo que sólo prueba que era humano.

La colección era un pasatiempo para Freud. Podía tocar las piezas, acariciarlas, quitarles el polvo, tomar contacto físico. Aunque en sus escritos sobre la psiquis y el inconsciente abundan las metáforas arqueológicas, no creo que sacara provecho de las antigüedades para su trabajo. Era un médico, un neurólogo, un discípulo de Darwin, un estudioso de Charcot, un materialista y un determinista. Le interesaban las leyes de la causalidad. Quería convencer a sus pacientes de la necesidad de atender a la razón. Rechazó incluso la hipnosis. Sólo contaban las pruebas, las evidencias y los documentos. La información que usaba provenía a menudo de su propia biblioteca. Le interesaban las biografías, los casos y la documentación escrita y fiable. No creo que extrapolara conclusiones a partir de estos objetos. No era una persona particularmente visual; la colección no es consistente en términos visuales: salta de China a Grecia, de Grecia a Roma y de Roma a Egipto. Curiosamente, el arte africano no parece haberle importado demasiado. Y por supuesto no tenía ningún interés en el arte de su tiempo.

Es cierto, como sugiere el catálogo, que se puede asociar el psicoanálisis a la acción de excavar. Pero la analogía es muy pobre. Excavamos cada vez que se nos presenta un problema. Escarbamos en la mente, buscando la verdad. El gato escarba en el jardín para ocultar sus heces. Todos excavamos continuamente y por lo tanto la metáfora es demasiado obvia. En su obra, el uso de términos tomados de la física y la mecánica, tales como “energía”, “condensación” y “desplazamiento”, es mucho más revelador que el lenguaje antropológico. Freud aspiraba al conocimiento científico.

Resulta así que estos objetos no eran importantes para su trabajo. Eran sus juguetes. Lo entusiasmaban, lo divertían y, como ya dije, quizás le daban confianza. Creo también que hay que pensar en la presencia de Jung, insoslayable y amenazante, por detrás de esta colección. Aunque a veces se excedió, Jung dedujo muchas de sus teorías de sus conocimientos sobre antigüedades. Freud, en cambio, era un sensato hombre de ciencias. Estas fruslerías le gustaban pero no convocaban su intelecto ni sus conocimientos médicos. Uno de sus métodos de cura consistía en levantar la mano hasta la frente del paciente y tocarlo. Este contacto físico era tan real que el paciente de pronto empezaba a hablar, como si algo se hubiera puesto en marcha. Freud era un sanador poderoso. La realidad por lo tanto no era para él esa colección de figuritas, sino la vida o la muerte de sus pacientes. La realidad era la lucha por la supervivencia de sus pacientes.

Su consultorio, repleto de histéricos medio muertos, debía ser un lugar muy deprimente. No quisiera exagerar, pero me los figuro como gusanos. Freud era tan sensible al sufrimiento de sus pacientes, y al sufrimiento que les provocaban sus fantasías y supersticiones, que seguramente encontraba consuelo en el espectáculo de civilizaciones que han desaparecido pero siguen vivas. Necesitaba un alivio en su constante confrontación dolorosa con las mentes destrozadas que analizaba. Aunque no era religioso, creía en una especie de resurrección. Freud trataba a estas personas porque era una forma de luchar contra la muerte. Por motivos egoístas, se sentía desafiado a probar que era más fuerte que la muerte. El paciente se estaba muriendo por dentro pero Freud podía expulsar la muerte de su cuerpo. Aun así, se enfrentaba constantemente a la desaparición de los gusanos. La comparación no es quizá del todo ajustada, porque los gusanos son criaturas muy vivas. Rebosan de vida. El gusano es en verdad un símbolo de resurrección.

En el caos de las relaciones con los pacientes, Freud descubrió que podía creer en la resurrección a través de la cultura. Las culturas que reunía en su colección lo alentaban a creer en la historia como un todo y en que todas las civilizaciones tienen derecho a existir. Podía encontrar un sentido en la historia y asegurarse un lugar en ella. A pesar de las injusticias que sufría, encontraba allí una forma de pertenencia. A fin de cuentas, aceptó con determinación el sufrimiento de su padre. Todos queremos defender a nuestros padres. Empezó la colección, de hecho, después de la muerte de su padre, y en eso era muy generoso. Acogió todas esas piezas, le dio un lugar a cada una, para que también él pudiera tener un lugar. La existencia de esos objetos sobre el escritorio o en los anaqueles de su consultorio tenía una entidad física. Pero no eran importantes para él en términos visuales. Diez libros habrían significado lo mismo. Freud, en verdad, estaba enamorado de su biblioteca, que podía prescindir perfectamente de estas pequeñas entidades concretas.

Yo no soy coleccionista. Descubrir un objeto me da un placer extraordinario pero una vez que lo compré y me veo obligada a predicar con el ejemplo, pierdo el interés por completo.

Me avergüenzo de haberme permitido ese placer y trato de deshacerme del objeto en cuanto puedo.

Una vez encontré una colección de mi padre y la conservo todavía. Es una caja con piedras, cientos de piedras; la caja estaba sobre su escritorio. “Cada momento hermoso que vivo”, me dijo una vez, “es una prueba de que vale la pena vivir, y entonces pongo una piedra en la caja en señal de gratitud”. En realidad, coleccionaba momentos hermosos. ¿Por qué lo hacía? Probablemente por su ansiedad, porque la vida le parecía un infierno, porque tenía que probarse a sí mismo que, a pesar de todo, había buenos momentos; las piedras eran una prueba de la existencia de esos momentos.

Desde esta perspectiva, una estatua griega tiene el mismo valor que una piedra. Ambas pueden hacernos creer que la vida tiene un orden y una razón de ser. Y sin embargo hay una gran diferencia entre un símbolo personal y un símbolo social. Hay también una gran diferencia entre un artefacto y una pieza de arte. Un artefacto es ante todo útil y no hay relación más vital con él que la posibilidad de uso. Su sentido es limitado y momentáneo y es un objeto que puede reproducirse con facilidad. No es un original. Por lo tanto, hay muchos artefactos en el arte contemporáneo, como en la colección de Freud. Una estatuilla griega de Tanagra ¿representa cabalmente a esa civilización? En realidad, esas figuras se hacían por miles, con moldes, porque eran estatuillas funerarias que se colocaban en las tumbas. Han dejado de ser símbolos. Andy Warhol coleccionaba frascos de galletas, cuyo único valor es haber sido elegidos por Warhol. Tenían un significado para él, pero no tienen ningún sentido social; hoy sólo son bienes de consumo de la cultura de masas. Un juguete está muy bien, pero es apenas un juguete. No es la realidad. El arte es la realidad. El artefacto es un objeto manufacturado; una obra de arte es un lenguaje. El artefacto sólo tiene valor pedagógico o sentimental. La obra de arte tiene valor absoluto. ¿Es posible pensar que Freud haya apreciado la calidad estética de estos objetos, cuando algunos de ellos son estéticamente muy pobres?

A fin de cuentas, el interés de Freud en el arte me importa menos que su interés en los artistas. Simplemente quiero saber qué pueden hacer Freud y su tratamiento, qué han tratado de hacer, qué se espera que hagan, qué podrían, no podrían o no pudieron hacer con el artista aquí y ahora. Y lo cierto es que Freud no hizo nada por los artistas, o por los problemas de los artistas, o los tormentos de los artistas, porque ser artista implica una cuota de sufrimiento. Los artistas se repiten porque no llegan a curarse. La gente sublima y se dedica al arte, en primer lugar, porque querrían tener una vida sexual pero tienen miedo y, en segundo lugar, porque se sienten culpables. En los tiempos que corren no es difícil dejar el sexo de lado. No hace falta ser religioso para tenerle miedo al sexo. La necesidad de los artistas sigue insatisfecha y también continúa su tormento.

 

Traducción de Graciela Speranza

 

Imagen [en la edición impresa]. Miguel Mitlag, Florero.

Lecturas. La reseña de Louise Bourgeois fue publicada por primera vez en enero de 1990 en Artforum (vol. 28, n° 5, pp. 111-113). Se reproduce aquí con autorización del Studio Louise Bourgeois, acompañando la muestra Louise Bourgeois: El retorno de lo reprimido, curada por Philip Larratt-Smith, Fundación Proa, 19 de marzo al 19 de junio de 2011.

1 Mar, 2011
  • 0

    Cuerpo argentino

    Alberto Silva
    1 Mar

     

    Apuntes sobre un estilo.

     

    Vine a vivir a Buenos Aires en 2009. Creía saber algo de la cultura de este país por haber...

  • 0

    Condiciones de una resonancia

    Francisco Ali-Brouchoud
    1 Mar

     

    Música experimental e inmanencia.

     

    La pregunta sobre una posible condición inmanente de la música puede ser un punto de partida productivo para pensar...

  • 0

    Desfiguraciones

    Patricio Lenard
    1 Sep

     

    El uso público de la historia y la malversación política de la palabra.

     

    A la hora de reivindicar la represión ilegal durante la...

  • Send this to friend