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Cuando la narradora de una novela siente la necesidad de insistir en su cordura una o dos veces por página, el lector comienza a sospechar que la locura va a ser un tema. Eso, sin contar los muchos otros personajes que aparecen en estas páginas pobladas por obsesivos, narcisistas, negacionistas, fanáticos, sinvergüenzas y más… Y todavía no hemos llegado a la protagonista, o sujeto de la biografía en cuestión, X, que efectivamente encarna todas estas cualidades y varias más con vigor superhumano, además de ser una especie de avatar, o avatares, del arte contemporáneo norteamericano.
Pero nos hemos adelantado. Biografía de X (leída en su versión original, así que no podemos hacer comentarios sobre su traducción) es supuestamente una biografía de dicha artista, escrita por su viuda, C.M. Lucca, en un acto obsesivo de corrección de erratas cometidas por un biógrafo incompetente. Todo está enmarcado en una realidad alternativa pero reconocible; después de la Segunda Guerra Mundial hubo una ruptura en Estados Unidos: los estados del Sur se separaron para formar una teocracia extremista conocida como el “Territorio Sureño”, en parte como reacción al progresismo dominante en el Norte, liderado por Emma Goldman, que resulta ser efectivamente una utopía del socialismo iluminado, con un Estado fuerte, feminista y tolerante. Esta nación apócrifa pero soñada es conocida como el “Territorio Norteño”. Por alguna razón que no se hace explícita, hay también un “Territorio del Oeste”. Hubo una reciente reunificación (enmarcada dentro de la novela, la biografía fue compuesta y escrita en las décadas de 1990 y 2000, y publicada en 2005), pero todavía está en ciernes, con mucha desconfianza entre las partes y en peligro inminente de colapsar. La metáfora no es sutil, pero lo más intrigante de semejante macguffin es que no resulta necesario para la trama. La novela podría haberse escrito sin la historia alternativa y habría tenido quizás más sentido. Crear mundos inevitablemente abre un sinfín de interrogantes que quedan aquí sin resolución. Sin embargo, es menester recordar el dicho de Borges: “No importa si el lector cree en lo que lee, lo importante es que el autor crea en lo que escribe”.
Y nos estamos adelantando otra vez. X resulta ser elusiva hasta —o especialmente— para su tercera mujer, en gran parte porque su especialidad artística era precisamente asumir identidades alternativas por periodos extendidos y después documentar esa experiencia, una costumbre que empezó como modo de supervivencia en el Territorio Sureño y evolucionó después de su escape al Norte. Hasta en sus relaciones personales se entendía que podría desaparecer en cualquier momento, sin aviso ni recriminaciones. No hace falta decir que nunca hablaba de su pasado. El retrato que se revela mientras Lucca cuenta sus investigaciones y comparte sus propias memorias es el de una persona profundamente dañada, encantadora, cruel, brillante y despiadada, tocada seguramente por una genialidad casi mágica, pero también por la locura. X aparece como una Zelig punk en varios momentos fundamentales de la literatura, la música y el arte del siglo XX —y hay sacrilegios por doquier—, apoyada en frases prestadas (e intervenidas) de docenas de artistas reales, debidamente reconocidos en las notas finales, y guiños a amigos y admirados contemporáneos, al estilo Borges, lo que sólo aumenta la atmósfera esquizofrénica.
Pero la verdad es que no hay espacio aquí para hacer justicia a la ambición absurda de esta novela genial, más allá de describirla como una especie de Rayuela neoyorquina, con todas las virtudes y las fallas que eso implica. Parece posible, de todos modos, que su importancia en la escena literaria alcance un estatus similar.
Catherine Lacey, Biografía de X, traducción de Núria Molines Galarza, Alfaguara, 2024, 456 págs.
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