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Sería interesante, al menos como ejercicio de modelado para un futuro posible, imaginar qué sucederá cuando se haya publicado toda la correspondencia de los escritores, en su sentido manuscrito, y nos quedemos sólo con los imperecederos, y por eso mismo olvidables, mails que vinieron a suplantarla: habrá que idear una manera inteligente de remover el improbable espesor de estos ya que han sido despojados de la materia aurática (sobres, sellos, caligrafía, etcétera) que los revestía.
Adelantándose a estas cuestiones, Dorothee Elmiger (Zurich, 1985) ensaya en Desde el ingenio azucarero una suerte de superación por la vía literaria, aunque teniendo el “diario” como objeto de conflicto.
Podría postularse que la clave nodal de su libro se cifra en esta pregunta: ¿cómo hacer que un borrador de ideas, recuerdos, anotaciones diversas, se vuelva literatura? Desobedeciendo a las modas, pero prestando atención a lo fragmentario, Elmiger inserta aquí pistas para que el lector complete el rompecabezas.
Hija dilecta del macguffin hitchcockiano, pareciera sugerir que el hilo conector de su ficción sui generis lo constituirá el azúcar en la multiplicidad de sus dones, en tanto ente simbólico como real. Y es así en parte, pero está claro que sus intenciones van más allá; de Toussaint de Louverture hasta Madame Bovary, pasando por Ortega y Gasset, el fantasma del azúcar parece querer decirnos algo a través de su sincretismo (a veces es objeto de deseo, a veces sólo es un elemento más en la cadena del significante narrativo), pero no es el único, ya que la autora ha elegido diversas partículas que permiten armonizar su obsesión por contar: la vida del bailarín Nijinsky, los escritos de Max Frisch, la historia psiquiátrica de Ellen West y algunas elucubraciones en torno a Heinrich von Kleist, entre tantas otras referencias, se dan cita en su ingenio.
Uno de los ejercicios más radicales de su experimento lo constituye una suerte de lapsus por donde se cuela la ficción pura y dura; para remarcárnoslo, Elmiger ha elegido representarla a través de la itálica como variante tipográfica: es en esas historias dentro de la historia donde el lector puede sentirse un poco confundido ya que no sólo la forma de lo contado cambia en su acepción figurativa, sino que por momentos parece estar sucediendo un desdoblamiento que no tiene que ver en nada con lo que se venía leyendo.
Más allá de esto, es preciso notar que en Desde el ingenio azucarero una voz distinta hace gala de sus dones, ya que no sólo es inteligente para analizar la polisemia de las expresiones (le dedica un par de párrafos al jamás resuelto “¡Derevaun Seraun!” joyceano), sino para recobrar símbolos de una cultura, la occidental, que cree encallada en la más absoluta decadencia. Ante la nula creatividad de “lo nuevo”, Elmiger viene a proponer que en la cultura de hoy — Peter Handke dixit— sólo se puede escribir en los intersticios.
Dorothee Elmiger, Desde el ingenio azucarero, traducción de Carolina Previderé, Serapis, 2023, 254 págs.
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