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Dissipatio H.G.

Guido Morselli

OTRAS LITERATURAS

Todo en Dissipatio H.G. —la raíz, también, es la nuestra; real, académica: “disolución”—, todo, en la última novela que el italiano Guido Morselli completó antes de morir (1912-1973) se concentra, adquiere densidad, cosa curiosa, mediante un continuo ejercicio de disuasión. Continuo no, indeclinable. El plural a veces es más privativo. Ejercicios. No sólo, ni únicamente, en las coordenadas particularísimas que Morselli establece (hijas de una sintaxis sobriamente bop) para la progresión dramática, una suerte de agrimensura existencial del planteo argumental: la desaparición, la desmaterialización espontánea, repentina, de la especie humana en su conjunto, menos el H.G. (Humani Generis) que la narra, el Yo (aquí supremo y desterrado) y acaso en apariencia —sólo en apariencia, porque también es uno— el lector; sino en los asideros alegóricos que Morselli huele, tienta, antes de dar el paso que deja los términos de la parábola en offside: vaselinas (las nuestras, que en todo vemos el designio de lo contemporáneo, y aquí se nos mata el hambre) que se empeñan en conservar el marcador en cero.

Estamos de algún modo en el apero de Kafka; en el despertar (las mañanas, las habitaciones) de Gregorio Samsa, de Josef K. Pero Guido Morselli se vale del set up kafkiano (en este caso, la habitación donde la catábasis del hombre moderno se precipita es una gruta en el hinterland de una ciudad montaraz, que se hace extensa al orbe, y la mañana un viaje al sin fin de la noche iluminada) para poner en fuga, del mismo modo, a Daniel Defoe (sin ir más lejos, la primera palabra del libro es “naufragios”), a Proust (en el final de ese mismo primer párrafo, leemos: “La memoria involuntaria no tiene nada más, y esos recuerdos fluctúan, insistentes y vagos”), a los fantasmas de Dickens, que fulguran en las visitas que realiza el narrador-protagonista-antagonista, un escritor solitario y misántropo, a los domicilios vacíos de sus más o menos antiguos vínculos (una ex novia, un lugar de trabajo, una clínica psiquiátrica) donde de ellos, como de todos los “extintos”, sólo queda el signo (insospechado) de una circunstancia insignificante: “un pequeño ventilador sigue zumbando sobre la mesa. Ella estaba escribiendo, la pluma está cruzada sobre la hoja, como caída de su mano. Pero el sillón no está tumbado. Al contrario, no está separado del escritorio”.

No habrá, sin embargo, esteroides vitalistas, ni halterofilia del sentido (instinto de conservación, supervivencia, neceser del héroe) a partir de estos desplazamientos por la soledad absoluta. “No tengo veleidades de ciencia —anota el narrador—; ni siquiera, lo noto en mi honor, de ciencia ficción”. Morselli no es Richard Matheson (el demiurgo de I Am Legend). Todo esto, por cierto, para explicar el qué. Pero ¿a quién? “Voy comentándome, exorcizándome, el fin del mundo”, se lee en otro pasaje. Esto se transfigura (transfigura en buena medida la materia del relato) en peripecia filosófica. Oponer categorías para pensar su circunstancia, como cerillas que descartara al quemarlas, es la aventura imperativa del último hombre sobre la faz de la tierra. En los cuños de ese discurso, que se entreteje con la memoria y el espacio geográfico personal (biográfico) del protagonista, resuenan —se podría decir: entre acordes heideggerianos y “frecuentaciones teológicas”— los soliloquios que Dostoievski pone a boxear contra su propia sombra, y no sólo, en Los endemoniados.

Tanto aprieta y tan poco abarca en la novela de Morselli, que el protagonista se mueve a tientas como buscando entender qué anota, qué leemos: “Me sucede, en cambio, preguntarme si no será un sueño”. Como si sólo el lenguaje fuera susceptible de preservar lo ilegible. Que lo es.

Un chiste infantil podría servir acaso de reactivo para una dark comedy: ¿cuál es el colmo de un solipsista? Pero a Morselli, condenado al calabozo de su persona por su gesto definitivo (facilismos significativos que depara el suicidio) ha convenido siempre ponerlo a vender meditaciones suicidas. Abismos de autor. Hacerlo saltar (no fue el modus, por cierto) una y otra vez, como un saltimbanqui del mercado de la redención. Esta primera versión al castellano —prefacio, contraportada, nota al pie— no prescinde de la marca de origen al recargar las tintas (tintas, por cierto, de las que la novela no se priva: el suicidio es la bestia más dócil y más impasible de cuantas pastan en sus prados) pero enturbia, con el artificio lúcido del psicologismo, el raro prodigio de indeterminación que la lectura de Guido Morselli reserva a quien se detenga a hacerle compañía, y a lo sumo, si de echar luz se trata, ofrecerle lumbre para sus Gauloises.

 

Guido Morselli, Dissipatio H.G., traducción y prólogo de Diego Bigongiari, Edhasa, 2023, 160 págs.

28 Mar, 2024
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