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Hace más de quinientos años que una extraña maldición azota a las primogénitas de la rama materna de la familia de Ninon Moise, la protagonista de Ciencias de la vida, la novela —y el primer libro traducido al español— de Joy Sorman (Francia, 1973).
Marie Lacaze, la primera víctima de la epidemia de baile de 1518, fue el ancestro cero de esa maldición. Desde ella hasta Esther Moise, la madre de Ninon, una mujer que sufre de acromatopsia (un trastorno que provoca la incapacidad de percibir colores), en este linaje hubo una larga serie de males extraordinarios: desde sorderas y cegueras súbitas hasta delirios místicos y casos de toxicomanía, lupus, síndrome de Tourette y ataques de risa.
Noche a noche, la joven parisina Ninon Moise escucha las historias de estas mujeres de boca de Esther, su madre, hasta que un día amanece con una extrema sensibilidad en los brazos y —primogénita, ella— sabe que en ese preciso instante se acaba de activar la maldición en su cuerpo.
A partir de ahí, Ninon se somete a una batería de estudios (análisis de sangre, radiografías, resonancias) hasta que logra dar con un diagnóstico (“alodinia táctil dinámica”, una afección poco frecuente) y, en busca de una cura, se sumerge en un frenesí médico que incluye visitas a dermatólogos, neurólogos, osteópatas, acupunturistas, kinesiólogos, gastroenterólogos, masajistas, mesoterapeutas, hipnotizadores, alergólogos, homeópatas y hasta chamanes.
Si no fueron diagnosticadas histéricas y tratadas como tales, buena parte de las mujeres de este linaje fueron consideradas fabuladoras o estuvieron cerca de terminar en la hoguera. Eso, que no deja de ser un peso con el que Ninon debe cargar cada vez que manifiesta sus peculiares sensaciones dérmicas, hace que, a tono con uno de los principales imperativos de mercado de los últimos años, esta novela admita una lectura feminista. Sin embargo, vale decir que lo que entra en juego en Ciencias de la vida va más allá.
Con una prosa fresca y magnética —una prosa llana y ligera que, en un notable trabajo de traducción de Sofía Traballi, fluye y se desliza— Sorman, que además de escritora es comentarista de televisión y presentadora de radio, no sólo escribe una novela que pone en perspectiva algunos de los juicios y prejuicios a los que se vio sometido el cuerpo femenino a lo largo de los últimos cinco siglos, sino que, de un modo más bien atemporal y más allá de la cuestión de género, da cuenta de la experiencia del cuerpo humano en cuanto al reconocimiento de sus límites y sus posibilidades.
Ante la perplejidad y los raptos de amor y de odio a los que la enfrentan el azar y la genética, Ninon pasa por una serie de estados que, más allá del miedo y la angustia, van de la amargura a la rabia y del cansancio a la resignación. A la vez que se recluye y encuentra algo de alivio en los analgésicos, el vodka y la marihuana, junta valor y decide abandonarse a los brazos de la medicina, poniéndose a disposición de sabios y expertos que la someten a experimentos e investigaciones que terminan provocando en ella una dulce dependencia.
En ese viaje, inmersa en una historia familiar que no es otra que la de una angustia renovada generación tras generación, Ninon alcanza a vislumbrar que de la ciencia médica a la ciencia oculta hay tan sólo un paso, y entiende, desde la propia experiencia, que —tal como lee en El crack-up, de Fitzgerald— “toda vida es un proceso de demolición”. De eso trata, en síntesis, Ciencias de la vida, de la existencia humana en el marco de un conjunto de saberes que involucran tanto la fe como la praxis, y de la vida vista como un proceso que, a fin de cuentas, deja a las claras que si algo duele es, ante todo, un síntoma irrefutable de que todavía está vivo.
Joy Sorman, Ciencias de la vida, traducción de Sofía Traballi, Sigilo, 2023, 224 págs.
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