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El expediente de mi madre

András Forgách

OTRAS LITERATURAS

Si la figura del padre es leitmotiv de la literatura universal —y el lugar de construcción de la identidad—, la de la madre, que también lo es, se muestra aún más compleja por tratarse de un vínculo cargado de sentimientos encontrados, mayor dificultad en su representación y un ineludible misterio. No es fácil escribir sobre la madre. András Forgách lo hace sobre la suya, muerta hace décadas (como el régimen comunista húngaro), a partir de un archivo con documentos secretos que un conocido le entregó y que es el testimonio de su colaboración con la dictadura de János Kádár. El epígrafe del Eclesiastés pretende justificar el acto: “Hay un tiempo para callar y otro para hablar”, y a Forgách le ha llegado el momento de contar algo hasta entonces oculto y debe hacerlo aunque sea doloroso: sus padres, judíos antisionistas, colaboraron con el gobierno títere de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, con los alias “Pápai” y “Señora Pápai”.

El texto, traducido acertadamente —si bien no evita el léxico del español ibérico— por Teresa Ruiz Rosas, está dividido en tres partes: la primera, relatada por un narrador omnisciente, se compone como una mise en abyme a partir de cartas, recuerdos y el expediente sobre ese trabajo encubierto que el lector tiene delante de sí junto con aquellos producidos por el narrador, en un pleno ejercicio de metaficción. El lector colabora en el trabajo creativo con la búsqueda metafísica del narrador y, acaso, de dilucidación: primero de su padre, a quien la doble vida de espía y la de judío húngaro le habrían estimulado una irreversible esquizofrenia, la misma que el autor considera que atravesó a la sociedad húngara de la época; y luego de su madre, que continuó el trabajo de espionaje de su marido cuando él fue internado en un hospital neuropsiquiátrico. A partir de los documentos expuestos, percibimos el grotesco del régimen que, como en los relatos kafkianos, se obsesiona tanto con la vigilancia de sus ciudadanos como con su imagen en el exterior, y esto hace que lo que el narrador llama “espionaje” parezca, más bien, obcecada delación.

La segunda parte, en verso y de notable belleza —un sosiego para el lector, tras el arduo trabajo—, es puro sentimiento. La tercera, narrada en primera persona desde la voz del propio autor, se aproxima a los protagonistas llamándolos “mi padre” y “mi madre”, o por sus nombres, y los juzga a partir del análisis documental: “Mi padre fue retirado de muchos empleos”, “A veces sus superiores se asustaban de su extremado fervor ideológico”. También los disculpa: “Debió de ser difícil y humillante reanudar cada vez todo el trabajo desde cero como Sísifo”. Y los interpela; por ejemplo, a su madre, quien informó sobre amigos y vecinos, y hasta sobre sus propios hijos: “Lo que quiero aquí y ahora sólo es entender a mi madre”. El tono de esta última parte es confesional, el autor toma partido por su madre desde su lugar de hijo; se burla del léxico de los funcionarios, se exaspera con los comentarios que hacen sobre ella y se enoja por el hecho de que la información que ella les otorgara les haya sido útil.

El expediente de mi madre se construye desde un valor testimonial que desvanece los límites de los géneros literarios, consecuencia de un pasado móvil e incierto, de un viaje hacia el origen que nunca trae respuestas claras ni definitivas.

 

András Forgách, El expediente de mi madre, traducción de Teresa Ruiz Rosas, Anagrama, 2019, 384 págs.

11 Abr, 2019
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