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Como hecho de teselas o pequeños mosaicos, reunidos con cierta libertad de movimientos, de agrupamientos, lanzando redes de interconexión a formar, muchas veces por quien lee: así los brevísimos textos que se reúnen en este libro.
Es una investigación, como su autora dice, entre académica (lo refuerza la bibliografía citada al final) y creativa (con anotaciones reflexivas, a veces sentenciosas o autobiográficas): un género híbrido que permea posibilidades de escritura y de lectura. Es también otro tipo de investigación: en la línea del investigador del subgénero noir, la autora se implica como puede en una búsqueda de datos de sus padres, ambos muertos de sida cuando ella era una nena, y en esa búsqueda, (a) no encuentra lo que estaba buscando porque (b) se da cuenta de que busca algo que no existe.
Si la derrota parece el punto (filosófico, datos hay, aunque escasos, pero lo que nadie le puede dar salvo ella misma es la interpretación y, sobre todo, la respuesta psíquica y emocional a esos datos) de llegada, al finalizar el libro nos daremos cuenta de que en realidad es el punto, desconocido para la investigadora, como una mancha de lo real, de partida.
Hay dos ejes que organizan la distribución del material: la idea de virus, y sus conceptos aledaños como contagio, replicación, destrucción (y por eso hay una historia del HIV que marcha en paralelo a una historia del desarrollo informático y de internet) y cierta metaforicidad en torno a lo biológico y aun lo químico. Estas dos redes de construcción de sentido son la malla que restringe las posibilidades del sujeto para cernir sus propias emociones o para encontrar palabras que le permitan hacer algo con ellas. Así como la idea de red, conectividad y acceso parece en principio dejar de lado los intereses corporativos que mueven esas modalidades de las interacciones, tanto como su parcialidad y su no desdeñable margen de error, tontería y manipulación.
Esta visión de las cosas, tal vez una marca generacional, tal vez un sello del positivismo norteamericano y sus dificultades para lidiar con todo aquello que no sea del orden de lo material, termina señalando una punta de real, la angustia e impotencia para articular una experiencia. En este sentido, el texto da cuenta del modo en que las metáforas configuran modos de ver, pensar y actuar, al mismo tiempo que el hecho de que muchas de ellas vienen dadas en las estructuras culturales. La experiencia misma aparece como mediatizada, prefigurada, por los medios masivos y las redes sociales. Como si la realidad completa pasara sólo por la virtualidad de las pantallas. “La actividad de la pantalla me brilla en la espalda o la cara, la realidad cuidadosamente dispuesta se confunde con la vida real y la mezcla me infecta. Esas presencias guiñadas son confiables”.
Para el duelo, o para el amor, se recurre a lo que del duelo o del amor muestran las películas; para la historia de los otros, a lo que dicen las redes sociales o lo que se señala en Google, al mismo tiempo que se adscribe a una teoría de la comunicación y de la información que no cuestiona demasiado la idea de referencialidad ni la de autotransparencia del lenguaje. Pero ¿qué hacer con la angustia, incluso con los síntomas en el cuerpo, como el pánico o el insomnio, que hablan de un más allá de la información y las pantallas?
La respuesta aparece por donde menos se la espera, y restituye, frente a esos valores de superficie que estructuran el texto, los cuerpos, la conversación entre personas, la asunción de la vulnerabilidad propia y, sobre todo, la incertidumbre ante la vida misma. Podría decirse: la contundencia de la interpretación, situada, corporizada, emotivamente configurada, ante una neutralidad de la información y de la genética que en realidad no existen.
El libro, cuya autora es una artista estadounidense de la imagen y de la palabra, tiene otras muchas capas, está escrito en una prosa precisa, reticente, hábil, en la que no hay asperezas ni palabras de más, y se lee de manera casi adictiva, para terminar como una chispa que reluce y anima a seguir pensando, es decir, se inserta como una respuesta creativa y lúcida al dolor y las complejidades del mundo y su espesor, con una densidad que va más allá de lo observable.
Heather McCalden, El universo observable. Una investigación, traducción de Virginia Higa, Sigilo, 2024, 416 págs.
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