Hambre

John Fante

OTRAS LITERATURAS

Charles Bukowski quería ser escritor, pero no sabía qué escribir ni cómo hacerlo. Deambulaba como un croto por bibliotecas públicas en busca de inspiración, pero los libros no le decían nada. Hasta que de un estante que nadie consultaba agarró un ejemplar de Pregúntale al polvo, de un tal John Fante. Y se hizo la luz. O así al menos decía Bukowski. Ya se sabe: cada escritor crea a sus precursores.

“Tus libros me ayudaron, me hicieron creer que es posible escribir y dejar que las emociones salgan a flote”, le agradeció en alguna de las cartas que le mandaba cargadas de elogios, casi considerándolo un dios, y que a Fante le daba pereza contestar.

John Fante (1909-1983), nacido en Estados Unidos, hijo de inmigrantes italianos pobres, se dedicó sin titubeos a la literatura. Pocos se enteraron de eso. Que su obra se hiciera conocida en todo el mundo se debe al trabajo de Stephen Cooper, su biógrafo, pero más que nada a la aún más fatigosa tarea de Joyce Fante, la viuda, que buscó siempre que a su marido se le diera el lugar que se merecía, aunque ya no estuviera ahí para disfrutarlo.

Ahora se recopila este volumen con dieciocho de sus relatos. Diecisiete de ellos fueron publicados en vida de Fante en diversas revistas y pasaron sin pena ni gloria. Los primeros datan de 1932, plena época de depresión mundial. Y el último es de 1959, cuando se vivieron las épocas de mayor bonanza de aquel país y Fante ya se había hecho adicto a la bebida y a la práctica de golf. Sólo un texto de esta colección jamás fue publicado. Se trata de “Prólogo para Pregúntale al polvo”, una versión compacta, rara, imbuida de un no muy habitual tono poético en Fante, de aquella novela que le sirvió de brújula a Bukowski.

La prosa de Fante es bestial, por ir al grano de modo elegante, por la ausencia de ornamentos innecesarios, por su capacidad para crear atmósferas en dos o tres líneas, por el derrame de humor sobre las emociones siempre a flor de piel de individuos castigados por la vida, hombres tempranamente envejecidos, inmigrantes que deben romperse la espalda por pocos dólares y que van de aquí para allá detrás de trabajos precarios, como ocurre en “Ciruelas en Santa Clara, arroz en Solano, salmón en Alaska, atún en San Diego”. Pero la pobreza es lo que menos importa y rara vez Fante se detiene en un realismo social. No pretende hacer denuncias de modo directo ni englobar a los desposeídos en una masa. Al contrario, son historias de personajes únicos en busca de alguna bocanada de aire fresco y que no necesitan que se les tenga lástima.

Llaman bastante la atención las recurrentes historias entre amantes que no gozan de la bendición de sus familias o amigos, sea dentro de comunidades italianas o, como en el lindísimo “Mary Osaka, te quiero”, un romance entre un inmigrante filipino y su novia descendiente de japoneses que tienen la mala suerte de casarse en secreto horas antes del ataque a Pearl Harbor. También se disfrutan los relatos en los que el protagonista es un alter ego de Fante, escritor que intenta ganarse la vida con ese oficio, aun cuando nadie de su entorno lo considere un trabajo digno, más bien lo contrario.

“Aunque la verdad sea a menudo desagradable, debe contarse”, escribió Fante en “Soy un escritor veraz”, uno de los relatos de este volumen. Esa fue su revolución póstuma y vale la pena dejarse invadir por ella.

 

John Fante, Hambre, traducción de Antonio-Prometeo Moya Valle, Anagrama, 2022, 288 págs.

29 Sep, 2022
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