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En esta época en que abunda la escritura del yo, de calidad despareja y a veces sólo para exhibir un egocentrismo exacerbado, Vivian Gornick es una maestra de la narrativa personal. Con una pluma honesta y contundente, transmite su vivencia de lo que llama “acercarse a mirar a los ojos”: la conversación sincera con otras personas afines y sus reflexiones sobre cuestiones de compleja accesibilidad, como el feminismo y el poder.
En Apegos feroces (2017), elegida la mejor memoria de los últimos cincuenta años por el New York Times Book Review, contaba, mientras caminaba por las calles de Nueva York con su madre, su recorrido hacia la clase de mujer que quiso ser, en oposición al mandato impuesto a las mujeres de su época, reducido a casarse y criar hijos. Mirarse de frente, traducida al español peninsular por Julia Osuna Aguilar, es una antología de siete ensayos desarrollados a partir de su propia experiencia de vida, que retoma el punto en que finalizaba aquel libro: las calles de Nueva York. Gornick, que vive sola, reflexiona sobre la amistad mientras observa el espectáculo estimulante que le ofrecen las veredas de su ciudad, con la aglomeración de desconocidos a los que considera una compañía y que, como ella, luchan con su propia humanidad. Luego indaga en las redes que tiende el poder, mientras rememora el tiempo en que fue camarera en la zona de hoteles de los Catskills o Alpes judíos y aprendió, con lecciones brutales, que las relaciones humanas de mandos y jerarquías no pocas veces derivan, subrepticiamente, en la humillación.
En el tercer ensayo cuenta la experiencia de convertirse en feminista, su adhesión fervorosa al movimiento durante los años setenta y el desafío existencial de las mujeres de anteponer el trabajo al amor, además de la depresión que atravesó en 1980, al quebrarse la solidaridad entre integrantes de su agrupación. Y analiza su segunda conversión, cuando profundizó el significado del feminismo y se dio cuenta de que era necesario sostener sus convicciones con el esfuerzo de cada día.
Con su extraordinaria habilidad al momento de expresar ideas, en el cuarto ensayo narra la atracción y admiración que le produjo una escritora feminista a la que se fue acercando y que operó de espejo en el que poder mirarse y descubrirse a sí misma. El punto de partida del quinto es la frustración que le provocó la vida académica en los campus universitarios y la exploración del común denominador del conjunto: la conexión entre las personas. En ese ámbito esperaba disfrutar de conversaciones enriquecedoras entre pares, y en cambio sufrió la reticencia de sus compañeros de trabajo, el silencio en las calles y el consecuente aislamiento.
En el anteúltimo ensayo, Gornick desmenuza el aprendizaje de vivir sola: cómo el miedo a la soledad es el corazón del asunto, ya que, si bien al principio se defendió de él estratégicamente, esperando que pasara el dolor, más tarde comprendió que alguien se siente solo cuando carece de vida interior. El último ensayo aborda el acto de escribir cartas y es una maravillosa apología de cómo el proceso de la escritura alumbra aquello sobre lo que necesitamos pensar. “La carta, escrita en recogimiento, es un acto de fe”, asegura.
Una perla finísima de aguda sinceridad.
Vivian Gornick, Mirarse de frente, traducción de Julia Osuna Aguilar, Sexto Piso, 2019, 156 págs.
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