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Entre las variadas aficiones con las que el que Sátrapa Trascendente Boris Vian mitigaba el tedio de vivir, se cuenta la escritura por encargo de novelas policiales negras que acentúan elementos tales como el sexo, la violencia y la misoginia para coquetear con la censura y asegurarse, de esta manera, mayor volumen de ventas. Estamos lejos de las inconsistencias lógicas y las chifladuras patafísicas que burbujean en Otoño en Pekín o La hierba roja; acá no hay pibes con herraduras en los pies, cuerpos deshilachados ni corbatas que muerden. Aunque se las arreglen para importar una sordidez libérrima en molde lacónico a lo Chandler, no dejan de aspirar al consumo pueril. Vian lo sabía y, por eso, firmaba con el seudónimo de Vernon Sullivan. A esta serie hubiera pertenecido, aunque probablemente con otra firma, No hay manera de escapar, novela que Vian dejó inconclusa y ahora el grupo Oulipo completó en homenaje al centenario del natalicio del escritor francés.
Con la excepción de algún pequeño desliz, los personajes, la intriga y el mobiliario siguen al pie de la letra los clisés del género. Frank Bolton acaba de regresar de Corea con una prótesis de acero en un brazo y el recuerdo tormentoso de los soldados que calcinó con un lanzallamas. Apenas baja del tren se entera de que una antigua novia fue asesinada. Se ofrece como ayudante del pintoresco, extravagante detective privado y amigo Narcissus Rose, aunque pronto su participación queda comprometida por el tendal de mujeres que aparecen muertas y con las que compartió un pasado amoroso. Así va tomando cuerpo un drama familiar de ribetes shakesperianos mientras corre el alcohol y suena jazz —el amado jazz de Vian— de fondo.
La intervención de Oulipo —que siempre hizo de la restricción el salvoconducto a la libertad— no se limita a aportar, respetando el tono y la trama, doce de los dieciséis capítulos que presenta la novela; además, agrega notas con alusiones apócrifas, prescindibles y juguetonas que amplían las resonancias de lectura. No hubiera estado nada mal, ciertamente, que se arrogaran más libertades con respecto al argumento; Vian habría estado chocho. Después de todo, el hecho de que no formara parte del grupo —creado en 1960 por Raymond Queneau y François Le Lionnais— sólo se debió a su muerte temprana. La presente colaboración a destiempo, traducida además por Eduardo Berti, miembro actual del grupo, es una suerte de justicia poética.
Boris Vian y Oulipo, No hay manera de escapar, traducción de Eduardo Berti, Caja Negra, 2020, 144 págs.
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