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“Cada uno es rojo a su manera”, dice Irene Gruss. Cada uno entiende, atraviesa el dolor a su manera. Renata Prati avanza con una tarea compleja: armar una antología de poetas mujeres, traducirlas y escribir ensayos breves. Las poetas son Emily Dickinson, Sylvia Plath y Linda Pastan. Al final hay un ensayo de Virginia Woolf. Podrían trazarse varios puentes entre las vidas y las obras de todas las poetas. Hay algunos explicitados en el libro.
Prati menciona las razones que la llevaron a publicar esta antología. El libro, dice, trata sobre malestares. Malestares que encuentra plasmados en los poemas como pequeñas joyas, bálsamos, amuletos. Hay reflexiones sobre el dolor y la mujer, la lectura de poesía en tiempos de gran angustia, la tarea terca de traducir poesía. Casi al final de la introducción, se hace mención a la luna. A la cara que no vemos. Quizás estos poemas sean eso. El envés del dolor. Restos que laten.
La antóloga irá aportando citas puntuales: en su mayoría vendrán de la teoría feminista, o de mujeres. La antología es rigurosa; los comentarios y las referencias bibliográficas, pertinentes.
Prati se suma a otras poetas argentinas que tradujeron a Dickinson. En su versión respeta las mayúsculas, los guiones. Y también el extrañamiento. “Tiene forma la Ruina”, dice Dickinson. Existe en estos poemas un dolor que piensa. O la ilusión de una compañía tan larga que puede caber en algunas palabras. Hilvana el dolor, lo mira a los ojos, le hace lugar.
Cada uno atraviesa el dolor a su manera. Los poemas de Sylvia Plath son distintos de los de Emily Dickinson y los de Linda Pastan. Ella escribe desde el fondo, lo conoce bien. Hay poesía en sus asociaciones. Las imágenes son duras: hospitales, enfermeras, mujeres solas, una naturaleza a veces gótica. Plath intenta, quizás, desafiar a la muerte con palabras. Y en eso muestra un gran temor. “Me resulta natural acostarme / así hablo directamente con el cielo”: esa amplitud, esas pupilas que intentan absorberlo todo, es lo que podemos leer en esta selección, a la vez agria y tierna.
Linda Pastan, menos conocida, nació y murió en Estados Unidos. Aparentemente, hay sólo uno de sus libros traducido al español y pocas publicaciones en revistas. En alguna entrevista dijo que fue una niña melancólica y que eso se refleja en sus poemas. Sí, pero mucho más. En “Renunciar”, que abre la selección, la voz lírica habla —reniega— de la belleza. Dice: “Basta, por favor / de toda sensación. Cierren los museos // pongan bajo llave los pianos / en sus largos, oscuros / ataúdes”.
Linda Pastan escribe sobre el dolor, en cambio, de una manera desafectada. Las formas de sus poemas son similares, su léxico no es complejo, tampoco las imágenes, y sin embargo, da cuenta de una experiencia de dolor madura, constante: un peso que acarrea, con el que se aprende a vivir. Dice: es esto lo que me tocó, al cabo, una resignación. Habla del paso del tiempo, los animales, la casa, del amor. “Linda Pastan”, señala Prati, “escribe de manera simple lo complejo”. Y con esa simpleza logra un efecto mayor. En el primer poema leemos una voz lírica cansada de la belleza. En el último poema, sin embargo, se dice: “Cuando mis penas cantan para mí / con la voz clara del zorzal / yo respondo cantando”. Esa belleza, y la contradicción, son también las únicas formas de intentar tomar algo de aire.
Por último, el ensayo de Virginia Woolf es fresco. Expresa rápidamente su punto de vista. Dice que hay poca literatura sobre la enfermedad y tanta sobre el amor. También hay dos mundos: el de los sanos y el de los enfermos. La salud es un simulacro y, al enfermarnos, “dejamos de ser soldados del ejército de los erguidos: nos volvemos desertores”. Ya no estamos de pie sino horizontales. Esto nos permitirá, por ejemplo, mirar hacia arriba. Woolf escribe desde la enfermedad, desde la franqueza en la enfermedad, sin edulcorantes.
Lo oscuro, dice Prati, “pide espacio, escucha, traducción” y abre una línea de lectura. La antología, como algunos dolores, nos acompaña durante un tiempo. Y como otros dolores, quizás siempre quede.
Poetas del dolor: Dickinson, Woolf, Plath, Pastan, compilación y traducción de Renata Prati, Omnívora, 2024, 128 págs.
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