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Pompas fúnebres

Jean Genet

OTRAS LITERATURAS

Puede que el origen de la disruptiva prosa mística sucia de Jean Genet (París, 1910-1986) resida en las mil y una vidas que vivió antes de ponerse a escribir por primera vez, ya adulto y en una cárcel. Su madre prostituta lo educó en el catolicismo y en sus ritos. Ella murió cuando él tenía siete años y lo dejó a la deriva. Los robos del pequeño Genet lo mandan a internados y al instituto de menores, siguen los robos y desfiles en cárceles, se enrola en la Legión Extranjera sólo para que su pena sea conmutada porque al rato abandona esa fuerza de mercenarios, se prostituye, comete más robos y al final lo mandan a otra cárcel donde escribe un libro de sonetos en alejandrinos y más tarde su primera novela Notre- Dame- des- Fleurs (1942), en la que desnuda su amor por uno de los asesinos más brutales de Francia —y cuyos primeros capítulos los guardias encontraron y destrozaron y Genet reescribió de memoria—. En esas páginas buscaba inmortalizar y homenajear a uno de sus amantes. Y por supuesto hablaba con exaltación del amor homosexual entre presos, rufianes y demás delincuentes, y del amor divino que empujaba detrás, lo cual escandalizó y asombró al mundo literario francés.

En Pompas fúnebres (1947) también es una muerte la que lo lleva a escribir y mitificar el alma de Jean Decarnin, integrante de la Resistencia, muerto en las barricadas de París en momentos de la reconquista de la ciudad, cuando los nazis comienzan ya su retirada y los días de la ocupación llegan a su fin. No estamos en presencia de una historia donde la trama importe demasiado, más allá del foco que hace en dos personajes, además de Decarnin: Erik, el soldado alemán, amante de quien mata a Jean, y un tal Riton, miliciano traidor. Tampoco podría decirse que Genet, como se ha comentado, sólo emula una experiencia narrativa vanguardista común en ese entonces. La materia acá es el luto por la muerte de su amado, y por lo tanto en lo que se embarca Genet es en una elegía bestial, que no tiene por qué tener forma, aunque sí fondo.

Dos planos se tironean y se mezclan: el terrenal y el místico. Por el complejo sistema nervioso que los conecta va Genet, borracho de amor y tristeza. El escenario terrenal: soldados franceses, milicianos, colaboracionistas, nazis, nazis amantes de soldados franceses o de sus ciudadanos, confusiones, traidores a mansalva, días de anarquía y de muertes innecesarias, no sólo en París, sino también en Alemania y en colonias africanas que convocan a la Legión Extranjera o a batallones integrados por ex convictos o gente con problemas con la justicia, y donde la práctica homosexual, como en las cárceles, es común y corriente. El plano místico lo ofrecen los ritos católicos funerarios, las oraciones, la santa misa, la presencia del amor inmortal porque existe un alma revuelta en el erotismo del cuerpo. Proliferan escenas de amor entre soldados franceses con alemanes, ida y vuelta, y violaciones a prisioneros o subalternos con lujo de detalles —la Segunda Guerra Mundial también se trata de eso, aunque esos bajos fondos bélicos no suelan narrarse— y siempre Genet buscando algo furiosamente sagrado en ellas.

Al no poder unirse con el amado, al llorar su muerte y a la vez conservar la esperanza de volver a unirse con él algún día, la elegía sólo puede girar sobre sí misma. Y así se va concentrando la fuerza dialéctica de Genet, el tornado Genet que mezcla la divinidad con la carne homosexual y la violencia con la pornografía, el tornado que pasa por encima a la maquinaria nazi, la París invadida y liberada, la Europa hecha pedazos.

 

Jean Genet, Pompas fúnebres, traducción de Juana Bignozzi y Javier Ignacio Gorrais, El Cuenco de Plata, 2024, 304 págs.

 

 

16 Ene, 2025
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