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Aunque lo admiraron, aunque más de una vez hicieron pública esa admiración, quizás Proust y Céline sean los causantes involuntarios de que Paul Morand todavía no pueda desbaratar, a un siglo exacto de la publicación de su primer libro importante y a cincuenta años de su muerte, la espiral de rescates y olvidos que envuelve su figura. Sucesor de uno y predecesor del otro —hablando rigurosamente en términos cronológicos—, Morand parió una obra muy distinta a monumentos como En busca del tiempo perdido y Viaje al fin de la noche. Sus más de cien volúmenes, que atan poesía con narración breve, relato con crónica de viajes, lo describen como un autor de una concisión y una ligereza sibilinas, fáciles de relegar ante la sombra paquidérmica que proyectan legados franceses más notorios.
A partir de una nueva traducción al español, aquel primer libro importante recibe de este lado del mundo su humilde boleto redentor. Tendres Stocks reúne tres cuentos que involucran a sendas mujeres en el contexto insular de Londres, ciudad donde Morand se educó y que se pliega sobre sí misma ante las amenazas de invasión que llegan desde el continente. Son los primeros años de la Primera Guerra Mundial, evento que las muchachas en flor de Morand ignoran o simulan ignorar mientras lidian con penas u obsesiones íntimas.
“Cuando te llamé por teléfono para decirte que Alemania le había declarado la guerra a Rusia, sólo respondiste: —Estaba en el jardín; cortaba unas rosas.” Así interpela el narrador a la mujer del relato inaugural, y eso es lo que ella le responde. Que la rosa sea un emblema heráldico tradicional de Inglaterra seguro guarda alguna simbología, pero lo importante es que las otras dos mujeres también tomarán una postura oblicua y personal cuando les llegue el turno. Después de todo, se trata apenas de la última iteración de la guerra interminable de los hombres, y tanto a Clarisse como a Delphine y Aurore les están pasando cosas más urgentes. Aunque Morand las canta y las celebra por igual, las variaciones se van remarcando a medida que el tríptico se completa en la lectura: una muchacha se derrumba si no salva toda baratija que encuentra en sus paseos diurnos, otra estira una perfidia disfrazada de duelo, otra lucha contra las convenciones de una sociedad que olvidó su origen salvaje. Demasiado sutil para rebajar su prosa con explicaciones, Morand erige a sus tres protagonistas a fuerza de detalles evanescentes —y en su mayoría visuales— que sugieren que lo que se dibuja con trazos leves no está destinado a durar.
Pese a que los tres cuentos ocupan el centro del libro, esta nueva edición los excede y le da al conjunto una sobrevida inesperada. La publicación original tuvo un prefacio famoso de Proust; reubicado ahora como posfacio, lugar que se ajusta mejor a la naturaleza de su contenido, el texto se despega enseguida de Morand y explora el único tema literario que a Proust le elevaba las pasiones: las maniobras del estilo, los recodos donde la forma encuentra su verdad a medida. Ladino, olvidado de pronto de la amistad que lo unía al autor, Proust habría aprovechado además la ocasión para vengarse de Morand por la publicación inconsulta de cierto poema en el que este último aludía a la vida nocturna del maestro, que siempre vivió su homosexualidad como un maleficio deshonroso y necesariamente privado.
La edición generosa de Leteo incluye el poema, titulado “Oda a Marcel Proust”, y la carta de reproche que el homenajeado le hizo llegar a Morand no bien el libro salió de la imprenta, así como un prólogo a cargo del traductor, dibujos centenarios y una bibliografía pormenorizada. La red que forman estos elementos, sean principales o subsidiarios, produce el milagro de instaurar una atmósfera de novedad alrededor de un escritor que es todo menos nuevo. Pocas veces un rescate trae una fiesta: esta es una de esas veces. Bienvenido entonces, Paul Morand. Bienvenido una vez más.
Paul Morand, Tendres Stocks (Brotes tiernos), traducción de Christian Kupchik, Leteo, 2021, 160 págs.
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