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Josha berrueca

Alejandro Moreyra

ARTE

¿Cómo es la mano que engarza una perla berrueca y decide que es digna? La pregunta no es cómo hacer de lo berrueco un objeto feliz, en términos de Sara Ahmed, sino cómo dislocar esa felicidad para que lo berrueco pueda construir su propio espectro de emociones y explorar sus propias posibilidades.

No se trata de adaptar al ideal de lo bueno, lo justo y lo verdadero aquello que no conforma los pilares de la belleza platónica, sino de cambiar el eje de la mirada para descubrir qué hay más allá de aquel horizonte, qué búsquedas podemos trazar para desadaptar nuestra forma de ver, y cuánto coraje debemos juntar para amar una perla berrueca, por berrueca y no por perla.

¿Cómo asociarnos a aquello que nació torcido sin rechazar lo que refleja de nosotros mismos? ¿Qué posibilidades de belleza hay en la torcedura, de qué podemos dotarla sin corregirla? Lo berrueco se define por aquello que no es y nunca será, y por qué potencialidades tendría para ofrecer si le desadjudicáramos la carencia.

La respuesta quizá esté en el ejercicio creativo de, en palabras de Umberto Eco, ingeniárselas para hallar lo maravilloso en el espacio negativo que recorta la forma. Sorprendernos con la anatomía de lo monstruoso, si lo observamos sin esperar que coincida con algo que no se parezca a sí mismo.

Alejandro Moreyra hace ese ejercicio cuando expone sus “joshas berruecas” artesanalmente trabajadas. En Galería Grasa, nacida al calor de la pandemia, el barroquismo de sus pinturas nos lleva a contemplar la inclusión de lo que, de otro modo, sería descartado. Acrílico sobre madera, con detalles en óleo, en donde el artista cala los soportes y es quien da el remate con forma a los bordes. No es sólo pintura, es objeto. Una de las propuestas de esta obra es la invitación a observar lo que está por detrás, lo que normalmente no se mira y queda oculto entre un clavo y la pared. Como es afuera, es adentro: cada obra tiene en su parte trasera un revestimiento aterciopelado. Terciopelo en el dorso, suavidad donde no alcanza la mirada. El tiempo hoy es nuestro bien más preciado, y así la obra dispone de tiempo para lo que escapa al ojo que mide y califica. Como pintor, un gran joyero.

Josha berrueca resuelve la antítesis griega de sonido y visión al suscitar las pasiones de la música, lado oscuro de la belleza apolínea, dentro del plano de la visión y de lo medible. Extiende una invitación a apostatar de la premisa religiosa y moral de lo bello como la naturaleza deseable y a aceptar que la monstruosidad equilibra ese orden.

Somos contemporáneos de este presente distópico en un país de América Latina, golpeado por la pandemia y las políticas neoliberales. Altísimamente competitivo, el tempo nos lo marcan las comunicaciones, el engagement, los índices de productividad y el empobrecimiento de nuestra fuerza laboral. Se suman los turnos de trabajo adicionales que invertimos en el perfeccionamiento de nuestras capacidades, así como también de nuestro aspecto físico.

Filtramos nuestras imperfecciones y creamos el relato de nuestras vidas en código reality fiction. Invertimos cuanto podemos: recursos de energía, tiempo, dinero, afectos, para desterrar lo berrueco de nosotros. Cuanto mucho, pulimos la perla deforme y la incorporamos como lo exótico, pero nunca por sí misma.

La excepción aparece en los espacios de resistencia de los movimientos feministas, trans, queer, afro, gordxs, discapacitadxs, diversofuncionales… agrupaciones que, aún con sus reglas, crean nuevas narrativas para su existencia en lo abyecto.

El impacto de estas perspectivas es directo y brutal en el tránsito de nuestras vidas. Como resultado de estas reflexiones, la pregunta última de Josha berrueca es si tendremos el valor de renunciar al mercado de la belleza para abrirle paso a la singularidad de lo monstruoso.

 

Alejandro Moreyra, Josha berrueca, curaduría de Antonella Agesta, Galería Grasa, Buenos Aires, 16 de octubre – 20 de noviembre de 2021.

25 Nov, 2021
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