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Heredera de una tradición y en permanente puja con ella, la obra de Enrique Lihn encarna el intento radical de despojar de certezas todo enunciado, de horadar toda enunciación. Como dijo Roberto Bolaño (ese poeta al que se le daban mejor los relatos que los versos): “Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz que lo cuestiona todo”. En cada género que ensayó el autor de La orquesta de cristal (1976) campea una persistente interrogación de las posibilidades de representación del lenguaje a la vez que el cuestionamiento recursivo de su propio escepticismo. De ahí la importancia de revisitar esta nueva edición de Conversaciones con Enrique Lihn, título escogido por el poeta chileno Pedro Lastra para dar cuenta de los intercambios entre uno y otro a lo largo de veinte años en una “una zona liminal entre el lenguaje oral y el escrito”.
No siempre son de interés las opiniones de los escritores, incluso si versan sobre su propio trabajo. Por lo general, cuando no decantan en fórmulas insustanciales o melifluas, abonan el regodeo narcisista. Lihn es de las pocas excepciones a las que vale atender lo que dice o deja de decir. Si bien giran de manera pormenorizada en torno a su obra, estas conversaciones distan de ser unidireccionales: Lastra no es periodista, es un par y, sobre todo, un interlocutor que se permite disentir. Por eso no se ahorran nombres ni embates mientras dilatan sus intereses poéticos y literarios al terreno de las artes visuales y la política. Pero no se trata de meras declaraciones al paso; por el contrario, las argumentaciones son generosas, con algún atisbo de teoría, como cuando se explaya sobre la noción de cuño propio de poesía situada: “Yo quisiera rescatar un concepto de la literatura que no excluye los datos de la experiencia, no se trata de la presunción realista de una literatura que sería reflejo artístico de la realidad objetiva, pero creo que el enrarecimiento de la literaturidad lleva a una literatura o a una metaliteratura que sin ganancia ninguna se engolfa en sí misma, dando cuenta así negativamente de una situación. Lo que yo he intentado hacer al menos, por mucho que parezca irrealista, es el producto de un cierto enfrentamiento con la situación”.
Organizadas en capítulos temáticos, las conversaciones se detienen en la revisación esmerilada de la infancia que tiene lugar en los poemas de La pieza oscura (1963), mojón ineludible de la obra linheana y de la poesía en nuestra lengua; continúan versando acerca del contrapunto dramático, el tono burlesco y la respiración ancha de sus poemas, de la implosión de la anécdota y del curso ensayístico de sus novelas, y del desarraigo del poeta que no logra conocer ningún lugar nuevo por llevar a cuestas el imaginario cultural heredado. Un punto álgido se encuentra en los coloquios sobre Gabriela Mistral (a quien Lihn dedicó una célebre elegía estando viva la poeta), y sobre Borges, a cuya obra reprocha la simpleza y vetustez de sus versos. Por supuesto, no podría faltar Nicanor Parra, quien ofició de faro para toda una generación que prefería tomar distancia de la vasta sombra oficial de Neruda. Así lo hace notar su mención omnipresente en estas páginas.
Reacio en partes iguales tanto a las concepciones de una poesía enamorada de sí misma como a la mera transcripción de lo vivido, Lihn se fue probando diversas máscaras, y en cada una de ellas tensó la lengua hasta dar cabriolas sobre sí. De esos pliegues tratan estas imperecederas conversaciones.
Pedro Lastra, Conversaciones con Enrique Lihn, dibujos de Enrique Lihn, Editorial Universidad de Valparaíso, 2020, 220 págs.
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