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La monarca

Mildred Burton

ARTE

Mildred Burton emplea el dibujo, la pintura y, especialmente, las leyendas para fundar un universo propio. Esta fórmula ya se ha utilizado infinidad de veces con el objetivo de ponderar el trabajo de otros artistas, pero en su caso es una expresión certera. Con “propio” no quiero expresar nada del orden de la posesión, más bien quiero decir: individual, impar, extraño, un universo paralelo a la lógica común de los mortales. Ella se lo puede permitir porque es La monarca (título de la muestra que inauguró el 22 de marzo en Ruth Benzacar).

Burton inventa o reinventa mundos. La obra paradigmática de este procedimiento es la serie de Caperucita Roja. Son seis acuarelas organizadas en viñetas que narran el clásico cuento con una variante básica: al final, Caperucita carnea al lobo. La violencia del relato es feroz, cómica y hasta un poco aniñada. De ahí cierta incomodidad al enfrentar la historia. Todo en los dibujos parece inocente, incluida la violencia. Se sabe que la abuelita de Burton profesaba el nazismo y esa marca quedó grabada a fuego en la quinta viñeta: “abuelita ss”. Es algo medio macabro, típico de los juegos infantiles.

Los análisis sobre la obra de Burton son proclives a la interpretación psiquiátrica (Jacques Lacan, siempre atento a desvaríos ajenos, sugería que el punto más alto de la locura era el del rey que se creía rey, y por desplazamiento de género, el de la reina que se creía reina), la cual sirve para tranquilizar al espectador y obturar el pensamiento: era una débil mental, vale esperar cualquier cosa de ella. Claudio Iglesias la incluyó entre sus Genios pobres (él también coquetea con la locura y el delirio, aunque sale airoso). Con extrema probabilidad, el perfil de Burton es la entrada más sensible del libro.

En YouTube se puede ver la performance de 1992 que la tiene como partenaire de Federico Klemm. Burton, vestida con traje futurista, lee, impostando la voz en flexión robótica, una reseña biográfica de Klemm. En ese momento tendría cincuenta años, si bien los biógrafos nunca se han puesto de acuerdo sobre la edad. El texto de María Gainza, escrito especialmente para La monarca, dice: “había nacido en 1923 o 1931 o 1936 o 1942”; en Genios pobres figura “el 28 de agosto de 1948”, y Wikipedia afirma: “28 de diciembre de 1942”.

Al ingresar en la sala, nos interpela la mirada del retrato de la muñeca siniestra que Burton era o creía ser o le dijo la abuelita que había sido. A la derecha aparece la pintura de un libro sobre la mesa, abierto en la página donde se representan llamas emanando un humo que excede los límites de la página. Un poco más allá, vemos cuatro pequeñas pinturas protagonizadas por manzanas ejecutando distintas actividades: de viaje por la India, disfrutando de un estanque, sobrevolando un camino y, en la última, la fruta está bajo la alfombra, como si estuviera ocultándose de alguien.

En la saga de entrevistas que le realizaron Analía Couceyro y Albertina Carri en 2001, Burton cuenta anécdotas familiares y entre ellas, se detiene en las múltiples personalidades del hijo. En el libro de Iglesias, redoblaba la apuesta: “Creo que todos somos muchas personas al mismo tiempo”. No hace falta estar loco para comprobarlo, ¿o nadie se sintió nunca otro? Las múltiples personalidades equivalen a múltiples búsquedas, como si nada saciara el impulso original de Burton hacia la nada.

¿Cuál es la verdadera obra de Burton? Ella misma, sin dudas (por algo decidieron exponer el compilado de entrevistas de casi dos horas). Aunque esa condición no opaca ni disminuye el objeto pictórico, al contrario. Ser artista significa construir una figura y, en su caso, la condición artística le era insuperable: no hay más acá ni más allá, Burton-artista es una unidad cerrada en sí misma.

Para llegar a La monarca debemos atravesar los dibujos de amantes y de locos de Aída Carballo. La decisión curatorial de ubicar primero las obras de Carballo revive la vieja intuición de Burton: Aída la protegía y la quería salvar de algo, aunque ninguna de las dos sabía muy bien de qué.

Desde la sala dedicada a Carballo es posible distinguir un ¿autorretrato? de Burton fundiéndose dentro de la representación con una pared de ladrillos. Sobre la pared contigua, aparece otro (¿autorretrato?) de mayores dimensiones, con un procedimiento similar: fondo y frente acaban fundidos. Estas pinturas develan el núcleo de su arte, los problemas de la representación, las variaciones técnicas y los mecanismos ficcionales.

La selección de registros de Couceyro y Carri, inédita hasta ahora, revela su inescrutable personalidad, sus obsesiones, sus manías, la incontinencia verbal, su fascinación por la ciencia y los mitos. Atrapados por las diferentes caras y capas de Burton, los espectadores somos presas de esta artista que cuenta la historia propia y ajena, la del individuo y su mundo imaginario.

La gracia extrañada de Aída Carballo y La monarca de Mildred Burton acompañan a Pintora de fin de semana, de Catalina León, expuesta en la sala principal de Benzacar. Son tres muestras en una, tres artistas en diálogo directo a pesar de las distancias espaciales, temporales y psíquicas, tres pintoras de fin de semana que se juegan la vida en cada trazo.

Mildred Burton, La monarca, Ruth Benzacar, Buenos Aires, 22 de marzo a 6 de mayo de 2023.

20 Abr, 2023
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