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Una reacción en cadena y un conjunto

Lucía Caleta

LITERATURA ARGENTINA

Como un bosque de abetos plantado pensando en el futuro, como un mensaje que transporta una paloma, como el micelio en la selva que comunica en subterráneo, este libro se mueve en intersecciones. Cruza géneros, une saberes y tiempos. Teje en versos una poesía narrativa de lógica fantástica “en la que la antigua luz de los mitos brilla como recién nacida”, según dice José Fraguas en la contratapa. Como si se quisiera mito fundacional para tiempos venideros.

“Arriba en el peñasco / la vaquera enojada preguntó / qué había dicho la casita / no hay que dudar nunca de lo invisible, dijo / juntas con las vacas / empezaron a cabalgar”. En esta naturaleza encantada, lo que concebimos inanimado tiene voz y cuerpo. La tierra piensa, el poema es amigo y personaje: “Hola, / ¿sos vos poema? / a veces hablo mucho y no te escucho / tenés una voz que titila intermitente”. Al poema se le convida un pan. El cosmos predica a través del tentáculo de la medusa que “somos la pieza que da forma al conjunto”. Cada ser vivo es eslabón, parte de una suma puesta a estallar para reordenar en su onda expansiva las nociones que tenemos naturalizadas sobre el mundo.

En el poema medular del libro acontece una especie de big bang que empieza en el mar. Esa fuerza de creación en grado cero se disemina por páginas donde feminismo y naturalismo se trenzan como lianas en una torzada que nos transporta de un paisaje a otro: de la isla a la ruta, de la cueva a la yunga, del arroyo boreal a la avenida 9 de Julio. Nos pone de este modo a transmigrar hacia un mundo en el que los vínculos entre todas las formas de vida y los elementos son otros: horizontales, dialógicos, vitales, inéditos. Por un lado, los personajes protagonistas son pluralidades: pastoras, adivinas, astrónomas, cachorras, yeguas. Por otro, presencias femeninas que vemos deslizarse en manada. “En un universo infinito cada punto puede considerarse el centro”, reza uno de los poemas en su título. Y es por esto que no hay jerarquías aquí. Las historias transcurren a la deriva en un espacio temporal de carácter mítico.

“No sé si nuestra vida tiene un objetivo y no veo que eso importe. Lo que sí importa es que somos una parte. Como una hebra en una tela o una hoja de pasto en el campo”. Ya desde este epígrafe, a través de Ursula K. Le Guin, se nos invita a olvidar nuestra pequeña subjetividad y adentrarnos en el arte de perderse en este universo sympathico donde el poder parece diseminado y oculto en todas partes. Como revelándose al paso de los personajes, que piden pistas, que ponen atención, que escuchan la canción del agua y reconocen las lecciones del paisaje. El poder se parece en este universo alternativo más a lo que conocemos como un superpoder: es móvil, fluye, se presenta en formas y alcances misteriosos.

En su último ensayo, Lo que no vemos, lo que el arte ve (2022), Graciela Speranza hace foco en las obras sensibles a los nuevos debates que genera el descalabro climático. Esas que se alejan del realismo craso propio de los discursos de la economía, la política, las ciencias sociales y en las que, aun sin vocación política, “el arte se vuelve político cuando revela los límites de la imaginación y vuelve realistas fantasías a primera vista impracticables”. En esta clave de lectura, la obra de Lucía Caleta articula el recurso liberador de la fantasía a una ficción protagonizada por agentes y procesos naturales. Lejos de obtener un efecto escapista, estos son estímulos para prácticas que permitan entablar acciones y reacciones que revolucionen nuestro estar en el mundo.

 

Lucía Caleta, Una reacción en cadena y un conjunto, Palabras Amarillas, 2022, 48 págs.

20 Abr, 2023
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