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ARTE

Siempre que se repite la comparación entre el museo y el cementerio, se habla del curador como sepulturero, forense y basurero. Se trata de ideas que buscan pensar al arte como un cortejo fúnebre hacia su entierro, y las obras como meros cadáveres fríos y sin vida.

En Paseos, muestra de Tamara Goldenberg en la Fotogalería del Centro Cultural Rojas, la artista presenta fotos que reencuadran una serie de pinturas con el objetivo de moverlas de la colección en la que todavía permanecen y para que, de esta manera, puedan visitar otras pinturas. Les permite que salgan a dar una vuelta y conozcan el sol colgado en el cielo o las nubes que se recortan en el fondo celeste. La artista pareciera ensayar algunos gestos para sacar el arte de las listas de la sección de necrológicas y darle un soplo de vida. Sueña con que una obra pueda visitar a otra. Piensa en aquello que estas ven cada día desde su inmóvil quietud y lentísima rutina a lo largo de las décadas. ¿Cómo se ve el mundo desde los ojos de una pintura? ¿Ve ella misma sus bordes (el marco) como pestañas o como una visera que encuadra su visión?

Goldenberg trata a esas imágenes como a alguien y no como algo, devolviéndoles la calidez que aquella visión mortuoria del arte les había negado. Podría decirlo así: el paseo es un privilegio de les vives. No tendría ningún sentido ni valor poner una correa a una piedra o exhumar un cadáver para que sienta el sol por un rato. La vida, energía y salud de una obra radica en la fuerza y el amor que recibe por medio de las miradas que reafirman su presencia. Es de ellas de quien obtiene su alimento. Pero las obras son imágenes inmóviles como cuerpos postrados, que no pueden por sí solas obligar a les espectadores a que se acerquen para mirarlas. En una de las fotos, se muestra la mano que asiste a un retrato para mantenerse frente a otra obra, evidenciando así esta condición débil e impotente de las imágenes.

Mirar una obra extiende su vida por un breve momento, la enciende. Pero no mirarla no la mata, sino que la posterga o la pausa. Intentar matar una imagen no acaba con su vida. La reafirma y revitaliza hasta lo más alto, como tantas veces en la historia del arte, con tajos, perforaciones, quemaduras, borrones, tachaduras o salpicados. Las imágenes se mantienen como en un limbo: sin vitalidad plena, pero sin poder nunca alcanzar la muerte. El espíritu de conservación de los museos restringe el movimiento de las cosas que se guardan en ellos, también prohíbe tocarlas o incluso acercarse. Se espera que les visitantes adquieran el hieratismo de una escultura, se despojen de su vitalidad y la dejen afuera, sin levantar la voz. Los museos tienen por eso la función de repeler los gérmenes que puedan contaminar el espacio aséptico de las obras y desestabilizar el momento de contemplación. Y la mayor contaminación proviene de la vida que se filtra desde afuera a través del ingreso mismo de les espectadores. Los museos generan un espacio de confort y cuidado para mantener las obras en una vida asistida estable.

En Paseos, Goldenberg fotografía pinturas, lo que acorta la distancia de tiempo que cada medio acumula en sus imágenes, al menos durante el proceso de su producción. Las empareja y disuelve, al tiempo que disuelve las colecciones paseando sus obras por otros museos, genera una comparación que habilita la duda en un limbo que mezcla algo con su opuesto. Pero no sólo se registran aquí los paseos de las imágenes fuera de su entorno. Una pieza al final de la muestra (la única sobre fondo negro) lleva un corte en el lugar preciso en que una escultura toca a otra. Ese movimiento rompe el hieratismo y contamina un mármol de otro. La laceración en la fotografía filtra el calor de la contaminación, el calor del afuera, que normalmente queda vedado por la asepsia de los museos.

Tamara Goldenberg, Paseos, curaduría de Gisela Asmundo y Luciana García Belbey, Fotogalería del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, Buenos Aires, 7 de marzo – 11 de abril de 2023.

18 May, 2023
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