Ramiro Quesada Pons en Smol es un hito en una amplia cosmogonía en la que me gustaría incluir su cadencia genealógica, para ilustración del público porteño. Su abuelo fue un virtuoso maestro del arte moderno, un intelectual, comunista, que entre sus obras de una belleza casi inobjetable pensó y fundó una comunidad ideal de artistas y artesanos que convivían en El Bermejo. Su padre fue un arquitecto y pintor de conceptos delicados, partícipe y practicante de la poética del rock, más bien hippie. Rodeado de esos imaginarios, en la infancia Ramiro Quesada Pons empezó a modelar. A diferencia de la estructura de las aplicaciones artísticas a fondos y becas, donde muchas veces hay como intermediario un planteo o hipótesis intelectual, las obras exhibidas en Smol – Cámara de proyectos surgieron a partir del modelado casi inconsciente de la plastilina a pequeña escala, praxis fundacional de su relación con el arte.
La primera de las piezas de la serie exhibida surgió como un retrato del gesto de piernas cruzadas de Charly García, esa postura de comodidad enrevesada y excéntrica del cuerpo que, en palabras de Quesada Pons, “se contiene a sí mismo”. Recuerdo cómo en las clases de primer año de dibujo, en la carrera de artes, muchxs alumnxs acababan retratándose a sí mismxs cuando intentaban retratar las cabezas de yeso que teníamos como modelos… Era sorprendente. Retrataban al otro parecido a sí mismos: una especie de proceso mimético inconsciente que, con la racionalización de la práctica del dibujo en los años siguientes, perdían. Hay en las esculturas exhibidas esa misma operación mimética; en esa rienda suelta al inconsciente de la inmediatez del modelado de los seres que Quesada Pons crea aparece su propia morfología, su propia languidez. ¿Qué más aparece de manera escultórica en ese gesto irreflexivo y salvaje, infantil, de modelar sin pensar? ¿Es así como dice Charly: “Yo sólo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decir”?
La antena de Quesada Pons también percibe al sujeto contemporáneo inmerso en un contexto de consumo de envasados y dispositivos geométricos de relativa comunicación; relativa porque quizás son más bien canales de consumo, de imágenes. Concibo el perderse mirando en el teléfono como un feed que discurre sin volver atrás, como de quien contempla un río en silencio. En nuestras pantallas, es un río digital propio. Las esculturas se ensimisman, entonces, en ese gesto encorvado sobre el teléfono tan propio de nuestros días. El consumo de imágenes por el que nos encorvamos sobre las pantallas libera endorfinas y genera placer. ¿Será un placer casi democrático?
Las esculturas, que podrían representar al propio Quesada Pons en distintos estados de ánimo, también podrían retratar a un ser ocioso, políticamente opuesto al ser-máquina hiperproductiva. En conversación con él, surgió el concepto-hashtag “modo goblin”, palabra del año para el Diccionario Oxford en 2022, que refiere a algo entre vagancia y nihilismo, a estar echado en el sofá de forma perezosa y autoindulgente. Volviendo a su genealogía artística (“la esencia quesadezca”, dice Quesada Pons, “está, esa cuestión bichezca, figurativa’), es curioso cómo su abuelo sostenía un ideal de comunidad y expresaba en su obra y sus seres escultóricos e imágenes la perfección de la geometría y la simetría, y cómo su padre llevó el arte a un modus vivendi, a la ropa que vestía, a la poesía de lo cotidiano (pintaba en grandes dimensiones pequeños bocetos que hacía Ramiro de niño, así como dibujaba con niños y formaba grupos artísticos con cualquiera), y cómo él mismo, trabajando en la tercera década del siglo XXI, en una Argentina quebrada y un mundo en crisis, parece mostrar seres que tienen un lado dark, de agotamiento de un sistema que nos supera a todos, una selva llena de buitres buscando metales, exitista e hiperproductiva. Pero son seres hedonistas que también gozan. Un poco como todos nosotros.
Ramiro Quesada Pons, Ramiro Quesada Pons, Smol – Cámara de proyectos, Buenos Aires, 15 de abril – 14 de mayo de 2023.
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