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“¿Acaso no desea uno que las cosas sean lo más reales posibles, pero al mismo tiempo profundamente sugerentes o profundamente reveladoras de unas áreas de la sensación diferentes de la mera ilustración del objeto que te propones hacer? ¿no es eso, al fin y al cabo, en lo que consiste el arte?”. Bastan solo un par de preguntas y ya estamos envueltos en las coordenadas de un programa analítico que toma una posición clara frente a las corrientes estéticas de la historia del arte. Su gestor es conocido por la forma oral bajo la cual introduce sus inquietudes, pero también por su originalidad y su sentido de repentización. Ese gestor es John Berger (1926-2017).
En la introducción a Sobre los artistas, Tom Overton recuerda el gesto de détournement situacionista del Berger de Modos de ver (1972) en el momento en que recorta el lienzo de Venus y Marte de Botticelli; esta imagen de un Berger que interviene en las obras nos permite acercarnos a un tipo de enfoque que podría dar el sentido a todo el libro: “La reproducción aísla un detalle de un cuadro del resto. El detalle se transforma entonces. Una figura alegórica se convierte en el retrato de una chica”.
Los más de setenta artículos que conforman esta edición castellana de Sobre los artistas se encuentran repartidos en dos volúmenes y cubren el arco que contiene, en un extremo, a los pintores de la cueva de Chauvet, y en el otro, a la artista siria Randa Mdah: lo que es como decir que el abordaje comprende más de treinta mil años de historia del arte. La disposición permite al lector ir siguiendo en el tiempo cronológico la irrupción de cada artista y, a la vez, percibir de qué manera ese artista “retrataba” el espíritu de la época. Este ordenamiento no parece muy atractivo si se quiere conocer cómo fue evolucionando la forma de ver del que realizaba las anotaciones. Al reordenar la ecuación, este Wunderkammer deviene ejercicio de autobiografía soterrada y desde esa nueva configuración vemos cómo el Berger que se desenvuelve en el texto lo hace a través de un compendio de recortes en el que confluyen vida y arte, mundo y representación, percepciones estéticas y personales de un autor. Es decir, un retrato.
Si a modo de juego uno ordenase los artículos que dan sustrato a Sobre los artistas por año de aparición en catálogos, revistas y libros, podría visualizar claramente cómo el autor de Un séptimo hombre fue “ajustando” su sistema de abordaje e interpretación de las obras. Mientras que el “primer Berger” se caracteriza por largos escritos y puntualizaciones de corte ideológico (“Bacon interpreta el comportamiento alienado de nuestras sociedades en unos términos según los cuales lo peor que pudiera suceder ya ha sucedido y, por consiguiente, propone que tanto el rechazo como la esperanza carecen de sentido”), el “último” se beneficia de la concisión y exactitud que imprime la palabra indicada, respetando el viejo adagio según el cual “la lengua es siempre una abreviación”.
Quien alguna vez se haya abandonado a la lectura de Berger sabrá que es sumergirse en una suerte de conversación infinita. El gesto blanchotiano de bordear los temas, el trabajo con variantes dentro de las iteraciones, le permite encontrar siempre algo nuevo en autores recurrentes como Goya o Courbet. Sabe muy bien que el secreto que subyace a las descripciones de las obras anida menos en los pormenores de la pieza descripta que en el lenguaje necesario para articular esa descripción: “Los escritores luchan continuamente contra la lengua que utilizan por conseguir la mayor claridad, o, para ser más exactos, luchan contra el uso común de esa lengua”; y además su estilo de escritura juega sobre los contornos de la susceptibilidad misma del lector, transportándolo a través de sus sospechas y elucubraciones. Quizás por la importancia que Berger da a la lengua le sorprende la manera en que trabaja Cy Twombly (“es el maestro pictórico del silencio verbal”).
Es sabido que toda decisión editorial es, ante todo, una decisión “política”, y sobre este punto quisiera profundizar un poco. En su doble acepción, la palabra “retrato” incluye, a la vez, la impresión plástica de una persona (particularmente del rostro) y el carácter o la personalidad de quien se (re)trate. Quizás por eso la edición en lengua inglesa de Sobre los artistas comience con la palabra “portraits”. Sin la palabra “retrato”, el título refleja un mero compendio de escritos sobre artistas, suerte de dietario sin coordenadas ni programa. Otra diferencia sustancial reside en que la edición anglosajona es en un solo volumen y la castellana, en dos. Estas decisiones suscitan un par de interrogantes: ¿qué factor determina que se retire la palabra central que da sentido a un ensayo? Y también: ¿cuál es la razón de peso que lleva a dividir una obra íntegra? No sería pertinente hacer exclusivo hincapié en el factor económico (dos libros cuestan más que uno); quizás haya que hacerlo en algo aún más grave: el desconocimiento por parte del editor del estilo Berger, es decir, un tipo de escritura en la que es recurrente la idea de “desmaterialización orgánica” de una obra para su enfoque, pero que en el fondo siempre respeta la ecuación gestáltica por la cual el todo es más que la suma de las partes.
A pesar de esto, es preciso destacar que Sobre los artistas es una obra maestra de nuestro tiempo y una guía lúcida para las generaciones futuras, un testimonio labrado con la técnica de un amanuense de las palabras, reflejo apasionado de un creyente de las imágenes y de la continuidad del arte en una época en que la mayoría, dudando de la duración de las formas de existencia, se enfrenta a la disolución de toda continuidad. Leyendo a Berger uno alcanza al fin a comprender que donde hay arte hay esperanza.
Imagen: fotograma de John Berger on The Art of Looking, de Cordelia Dvorák (2016).
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