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Professor Bad Trip de Fausto Romitelli. La contemporaneidad como disenso

DISCUSIÓN

“Agosto 2000”, se lee al final de la partitura de Professor Bad Trip, la obra monumental de Fausto Romitelli (1963-2004) que el Ensamble ArtHaus presentó este fin de semana bajo la dirección de Pablo Druker. Fecha de cierre de un trabajo compositivo superador, pero también de apertura. Podría decirse que el tríptico para diez instrumentos abrió el siglo XXI y que, veinticuatro años después, es una referencia necesaria a la hora de imaginar horizontes y también pensar el estatuto de lo que conocemos como música contemporánea o actual. Dicho de otra manera: Romitelli, su obra en general, nos interroga sobre la “actualidad” de lo “contemporáneo” en una época que parece haber cancelado la posibilidad de futuros próximos. Pero ¿de qué manera puede seguir siendo “contemporánea” una pieza comenzada en 1997, grabada por el ensamble Ictus y visitada en escena sobre la base de esfuerzos, talento y producción? ¿Acaso por aquello que la ha puesto en tensión con su tiempo y el modo en que esas fricciones perduran productivamente?

Giorgio Agamben, otro italiano, sostiene que “contemporáneo” sería “sólo aquel que no se deja cegar” por las luces de su época y “logra distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad”. Abraza esa oscura coordenada temporal “como algo que le corresponde y no deja de interpelarlo”. Desde ya: esa definición cabe a muchas obras de arte y hasta puede leerse como una salida cómoda al problema Romitelli. Como si quisiéramos escudarnos en la legitimidad del autor de Lo que queda de Auschwitz. Sin embargo, una razón geográfica y sentimental nos lleva a la cita y le da un sentido, si se quiere, de vecindad. Antes de llevarla al libro, Agamben expuso su idea en la Facultad de Artes y Diseño del IUAV de Venecia, en el curso de Filosofía Teórica de 2006-2007. A veinte minutos de bicicleta de esa casa de estudios, en la Fundación Giorgio Cini, funciona el Fondo Romitelli (tal vez desde esos años, o en el mismo momento que se impartía el curso: nos gustaría que fuera así). Allí se preservan manuscritos y otras pertenencias del compositor que había nacido en Gorizia, muy cerca de Venecia, en febrero de 1963. Murió el 27 de junio de 2004 como consecuencia de un cáncer. Antes había compuesto An Index of Metals, otra de sus piezas indispensables, de alguna manera anticipada por Professor Bad Trip, una ópera visual que nos enceguece, pero por lo que escuchamos.

Romitelli, entonces, era (es) “contemporáneo” porque estaba con un pie afuera de ciertos sentidos comunes predominantes. Dicho con palabras de Agamben: no coincidía con todo lo que se esperaba de un músico del campo en el cual se inscribía (lo que le valió suspicacia, pero también reconocimientos: si bien jamás fue un paria, se atrevió a cruzar umbrales que otros prefirieron evitar). “Muy a menudo, la música contemporánea que escuchamos está censurada por una especie de ideología, ligada a una sobrevaloración formal. En mi opinión, el verdadero interés de la obra no reside ni en la profundidad y coherencia del material, ni en el rigor de la formalización. Los compositores tienen que ensuciarse las manos, salir del cómodo gueto de la música artística contemporánea y enfrentarse a todo el mundo sonoro que los rodea”, decía en 2001. Había que “producir una diferencia”. Y había, también, que acortar las distancias entre las argumentaciones inflamadas, remanencias de viejos manifiestos, y los hechos. Nada mejor que Professor Bad Trip para corroborarlo desde el mismo comienzo, sobre la base de la repetición obsesiva de dos notas hasta que el caos se organiza y atraviesa el auditorio.

Romitelli duele y no sólo por su destino desgraciado. Es su poética, que incorpora la morfología de las músicas no escritas, la que contiene el aguijón. “La escritura musical es una herramienta para investigar lo real: su poder consiste en iluminar las estructuras de la experiencia vivida, a partir de su transposición metafórica en estructuras de representación”. Su música data un cambio generacional significativo en la escucha. Romitelli crece y se educa con referencias que en principio provienen del rock (Hendrix, Jeff Beck, Sonic Youth, acaso King Crimson y el progresivo italiano), pero lo que le interesa de esa música de iniciación no es su estructura armónica o melódica, que consideraba un cliché, sino su densidad material, eso que ha constituido uno de los rasgos del género en su momento de mayor despliegue creativo. Se había educado en el sonido sucio, rugoso, saturado. El punto de sutura de una dialéctica entre “lo alto” y “lo llano” de la música, lo escrito sobre el papel y lo escrito en el estudio, podría ser la amplificación de los instrumentos acústicos para constituir junto con el bajo y la guitarra eléctrica la textura romitelliana por excelencia.

Algo más: con la mirada puesta en Adorno, el musicólogo francés Alessandro Arbo lo observa en una relación especular con Gustav Mahler por el uso de lo “residual” de esos materiales exógenos (la música electrónica low fi, también). Procedencias que se vuelven sin embargo “incandescentes” gracias al conflicto reflexivo que establecen con las estructuras formales. Para Arbo, los usos que hace de ciertas sonoridades o gestos idiomáticos connotados y provenientes de su archivo personal dan la clave de “una singularidad insustituible”. Desde ya que la asociación entre instrumentos acústicos y eléctricos constituye sólo una parte de la riqueza sonora de Professor Bad Trip. Bach, el espectralismo, el post serialismo, las enseñanzas de Franco Donattoni y Gerard Grisey, todo se pone al servicio de una síntesis personal.

La obra que se presentó por primera vez en Buenos Aires (años antes lo había hecho en Córdoba el ensamble Suono Movile, bajo la dirección de Juan Carlos Tolosa) es también fruto de lecturas, miradas y deseos de indagación interior. La poesía y los dibujos de Henri Michaux, los Tres estudios para un autorretrato de Francis Bacon y la ingesta de mescalina. Pero atención: no es que la música se “mescaliniza”, ni siquiera hace falta saberlo para percibir la textura de una alucinación sonora e irreductible que el Ensamble ArtHaus comunicó con estremecedora elocuencia. Se impone nombrar a los protagonistas: Marcelo Balat (piano y teclado), Guillermo Rubino (violín), Mariano Malamud (viola), Benjamín Báez (violonchelo), Bruno Lo Bianco (percusión), Eugenio Massa (bajo eléctrico), Pablo Boltshauser (guitarra eléctrica), Valentín Garvie (trompeta), Amalia Pérez (flauta) y Federico Landaburu (clarinete).

Professor Bad Trip se construye a partir de repeticiones, recorridos que se abandonan sorpresivamente, torsiones, distorsiones y colores. Romitelli dijo haber ido a la búsqueda de un aspecto hipnótico y ritual de la música, a partir del “gusto por la deformidad” y las “repeticiones obsesivas”. El bucle como retórica. “El cálculo está ahí, y es riguroso, pero su objetivo es organizar los excesos de una escritura hipertrófica que se desahoga en arrebatos histéricos, situaciones desequilibradas exageradamente previsibles, incluso impredecibles”. Cada viaje sucesivo “engendra una serie de retroalimentaciones, interferencias y cortocircuitos con los precedentes”. El mismo material es trabajado tres veces sobre la base de “un ritual enigmático y violento”. Como se ha señalado, lo “roquero” llega a través de los gestos, las puntuaciones y dibujos de la guitarra y el bajo. Pero es cuando esos materiales son “traducidos” (o transducidos) por las cuerdas o el piano cuando se hace más nítida y potente la operación conceptual. La bellísima cadencia del violonchelo del segundo cuadro, interpretada por Báez a la altura de la destreza que se le exige, nos conmueve entre ruidos de masa y el paso de la señal a través del micrófono. Rezuma algo más que una escritura virtuosa: el dolor del mundo que vibra a nuestro alrededor. Esa es la carnadura de Professor Bad Trip y el corpus construido en dos décadas de escritura febril. No casualmente se llama Le corps électrique, voyage dans le son de Fausto Romitelli el libro en el que Arbo reúne algunos de sus textos y otros ensayos de compositores y musicólogos.

Professor Bad Trip se extinguió con la sala a oscuras, los restos del feedback de la guitarra, los golpes ominosos de una frecuencia grave y unas frecuencias contrastantes. El aire de la sala de ArtHaus se había cargado de la potencia de un acontecimiento. Los cuerpos oyentes no podían ser los mismos después de tamaña energía. Y quizá la audición del tríptico tenga para muchos la marca de un clivaje sensible, portadora de afirmaciones e interrogantes incitadores. Acaso esa pueda ser otra acepción de lo “contemporáneo”: el llamado a una permanente inclinación hacia el disenso y la celebración donde se quiera que esté.

 

Fausto Romitelli, Professor Bad Trip, Ensamble ArtHaus, dirección de Pablo Druker, ArtHaus Central, Buenos Aires, 25 y 26 de mayo de 2024.

30 May, 2024
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