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Se vive y se traduce

Laura Wittner

TEORÍA Y ENSAYO

Pocas tareas debe haber más invisibilizadas que la traducción. En demasiadas ocasiones, cuando más logra su objetivo, cuanto mejor es el producto de su ejecución, más secreto se vuelve el esfuerzo que ha demandado. Notamos casi de inmediato que un texto está mal traducido, pero sentimos que son Flaubert, Emily Dickinson o Kafka mismos quienes nos alcanzan las palabras que recibimos en nuestra propia lengua, si la labor se ha llevado a cabo con talento. Para peor, siempre existen voces refinadas dispuestas a desmerecer la práctica en conjunto, aduciendo que es mejor leer versiones originales… Como si alguien fuera capaz de manejar todas las lenguas, como si el desconocimiento del ruso o del japonés obligara a abandonar la fantasía de sumergirse en una obra de Dostoievski o de Mishima.

Y con el olvido de una actividad, del otro lado de la página suele ocurrir también el olvido de una vida. Es más fácil dejarse sobresaltar por la grandeza de una imprenta de hierro que imaginar el fervor que puede habitar un cuerpo consagrado a llevar una frase de una lengua a otra, el desvelo de una mente entregada a recrear una expresividad con un vocabulario, una gramática, un ritmo distintos a los que le dieron origen. Se vive y se traduce viene a poner en escena ese nudo. Lo hace desde variadísimas perspectivas, fragmentariamente, por medio de todas las sustancias literarias que alcanza la mano: microrrelatos (autobiográficos y de terceros), meditaciones (sobre la traducción y sobre cualquier X que pueda ser llamada “vida”), observaciones lingüísticas (acompañadas de máximas y sugerencias que se confunden y hasta se contradicen); tiene algo de bitácora de trabajo pero también de antología de reflexiones sobre la disciplina (ahí están Borges, Anne Carson, Sergio Chejfec, Marcelo Cohen…); es un anecdotario, un diario, un poemario. “Notas sobre cómo se entrelazan la traducción y la vida”, escribe en algún momento Laura Wittner para referirse al caleidoscopio que está forjando.

Si tiene una estructura, está oculta o borroneada, como puede suceder con un collage que invita a prestar atención a los pedazos de materia que lo conforman y genera de todos modos una imagen de conjunto. Por momentos, trae al recuerdo La soledad del lector y Esto no es una novela, esos libros extrañísimos y prodigiosos de David Markson, compuestos de cascajos literarios, partes de partes que brillan por un instante independientes. Acaso puede aventurarse que aquí el impulso está gobernado por una idea que emparenta desde la base dos actividades: toda escritura es de alguna manera traducción, escribir es traducir experiencias. Wittner se exhibe emocionada y exhausta, divertida y lúgubre, infantil y experimentada. Hace descubrimientos sobre sí y sobre su lengua, se permite pasajes patéticos y chistes, rinde homenaje a los colegas que admira. El famoso aforismo de Delfos “conócete a ti mismo” podría aparecer deformado: “tradúcete a ti mismo”, como quien dice “hazte palabras”. Se vive y se traduce convida, además, hallazgos poéticos en la construcción de algunas frases. No es un rasgo del todo inesperado: como toda traducción, al fin y al cabo, la literatura también se enfrenta a “lo que conocemos y no sabemos nombrar”. A veces sale airosa.

 

Laura Wittner, Se vive y se traduce, Entropía, 2021, 90 págs.

12 May, 2022
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