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Se asiste, ante un nuevo libro de Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967), a un programa que tiende a lo recursivo, es decir, a volver una y otra vez a los mismos problemas (de la forma, de las derivas de la lengua, de lo que marca y no deja huella, etcétera); del ritornelo como único y último horizonte de posibilidad. Se podría pensar que este carácter programático comenzó a gestarse con Las hernias (2004) hasta volverse definitivo en El momento de la verdad. Esto es: se ve un ininterrumpido desenlace hacia la ruptura total de la estructura clásica de la novela, con sus peripecias y sus purple patches por separado. En su caso, el todo se vuelve indiferenciado y la narración se torna estilo puro, lo que genera que las protagonistas terminen siendo las ideas mismas.
En el caso que nos convoca hay al menos dos sucesos relevantes e inéditos, si se tiene en cuenta su producción anterior: una es la introducción de una primera persona total y activa que recuerda e introduce valoraciones personales (diferente al monólogo exterior, de neutralidad aparente, que figura en Una belleza vulgar y en El amo bueno), y la noción de “futuro anterior” que toma prestada de la lengua francesa. Recurriendo a su vez a la idea de que el pasado “es todo lo que tenemos por delante”, el narrador va y viene con su mira descriptiva haciendo una tipología de los transeúntes comunes a la intersección de las avenidas Scalabrini Ortiz y Córdoba. Desde un pormenorizado análisis de los medios (el andamiaje de su corrupción) hasta un recorrido por el vaciamiento de sentido en los valores de la sociedad contemporánea, se nos devela una voz casi nostálgica, una voz que utiliza la literatura (son frecuentes las incorporaciones de poemas, frases célebres de su corpus como “sólo tengo planes para el pasado” o “hay esperanzas pero no para nosotros”, y guiños implícitos a sus ensayos anteriores) como arma. Eso que apunta, que sirve como mira para caracterizar lo circundante, es la literatura misma. Trabajando a partir de un viejo postulado, Tabarovsky propone que justo ahora que la literatura no importa ni incomoda a nadie, que la cultura dejó de ser cultura y se volvió mero gesto que acompaña a los intereses del capital, que la vanguardia murió, es cuando la dimensión política del arte se vuelve más determinante. Quizás sea justo ahora cuando pueda acontecer el momento de la verdad.
Es menester acotar que el libro supone un tipo de clausura y de apertura en un mismo golpe de dados, ya que no es sino bajo la irrupción del malentendido (esa contraseña de los solitarios) que logra una vez más sostener en clave literaria un comienzo sin inicio, un final sin fin.
Damián Tabarovsky, El momento de la verdad, Mardulce, 2022, 88 págs.
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