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Un Frankenstein de barrio, con personajes cuya ambición es menos robarles el fuego a los dioses que copiar la extrañeza de la actividad del otro, seguirlo en su delirio módico, darle un sentido de ocasión al sinsentido de la vida; un mundo surgido de la mente de un demiurgo que jugara a concebir una aventura de terror gótico sobre la base del costumbrismo grotesco de los hermanos Discépolo y el humor gráfico de Oski; una narración interesada por las pequeñas peripecias de la vida cotidiana, por el culto (¿argentino?) a la respuesta ingeniosa, por las psicologías constituidas en el trabajo rutinario, el chisme y la primera escolarización, antes que por el misterio de la resurrección de la carne: en Caracú hay un nudo fantástico, pero permanece solapado. Es una novela en la que las monstruosidades existen incesantes pero atrás, como secreto motor inmóvil, y se complace en cambio en la construcción escénica del trajín diario, en la recreación pormenorizada de diálogos a través de un realismo caricaturesco, en la indagación de los vericuetos emotivos de los vínculos matrimoniales, laborales, de compañerismo y amistad.
Reconocido guionista de historietas, Federico Reggiani suele combinar en sus obras algún género “menor” con una especie de mirada humorístico-antropológica de las relaciones humanas. En sus universos, la ciencia ficción, el fantástico, la aventura, el policial, el folletín se abren para albergar la exploración cercana al absurdo de gente que, si no conocemos, podríamos conocer: son como el vecino, la tía, el amigo, la persona amada. Pero en Caracú (primera novela firmada con su nombre) deja aparecer algo que en las historietas, es de imaginar, sólo está al alcance del dibujante, acaso en didascalias extendidas, acaso en charlas: aquí las escenas conforman el espacio donde desplegar un narrador que se detiene en el detalle del mobiliario y la vestimenta, en la indagación de la estructura mental y la historia de los personajes, en la reflexión sobre los patrones sociales de comportamiento y sus causas (o sus vacíos). Las páginas están atravesadas por intervenciones que son en realidad parte de un diálogo con el lector, como si su verdadero objetivo fuera auscultarnos, reírse de lo que somos siempre, aun en situaciones extraordinarias, convertir en disfrute el comentario malicioso que se bandea entre la burla y la ternura.
Una maestra jubilada consigue trabajo como acompañante de una anciana que acumula kilos y kilos de carne cruda en la cocina. Un par de bribones experimentan con la vida y la muerte sin más conocimientos científicos que los que hay en el manejo de la electricidad que circula en un cable de velador. Un vendedor de hamburguesas y su amigo, que bien podría ser en verdad su único parroquiano, reflexionan y se chancean a la espera de la aparición de algún cliente. El de Caracú es un mundo cercano que muestra que lo siniestro está del otro lado de la puerta, como no puede ser de otro modo, pero que al fin y al cabo no es tan siniestro, ni tan revelador, ni tan grave.
Federico Reggiani, Caracú, Azul Francia, 2024, 180 págs.
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