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Abundan los relatos de libreros que observan a sus clientes desde lejos, como si el mostrador que los separa fuera un abismo que sólo admite una representación caricaturesca del posible comprador. Esos relatos suelen ser irónicos, ingeniosos y olvidables. En general, parten de una perplejidad: la del administrador de catálogos que no comprende las necesidades ajenas y desde una altura imaginaria intenta descifrar los pedidos más extraños. Un ejemplo: “Me pregunta por las obras completas de Cortázar y también por las de Coelho”. Esa incomprensión sirve para articular la anécdota cómica y, de paso, denotar la inferioridad de un gusto literario que no se ajusta al canon de la lectura aceptable. El chiste tal vez funciona por un rato, pero lo cierto es que dice menos del lector que del librero.
Patricio Rago hace todo lo contrario. Su gesto, podríamos decir, es político: primero, escucha al otro. No juzga ni explica, muestra. Deja que el relato vaya a su encuentro o va en busca de la historia, pero no desde el prejuicio sino desde la curiosidad. Las crónicas de Rago no necesitan incurrir en la burla para ser graciosas, pero tampoco descansan en la solemnidad. Son escenas sencillas de personajes extraordinarios. Hay delirantes, obsesivos, solitarios, tímidos, extremistas y todos comparten un objeto de fascinación: el libro. Pero no el libro como mercancía cultural sino como condición de posibilidad. Dice Rago: “el significado de la palabra ‘libro’ es muy amplio, como el de la palabra ‘peronismo’”. Tres elementos componen la materia de su narración: necesitar, buscar y finalmente dar (o no) con el libro. En estos relatos, la existencia se cifra en ese movimiento vital.
El otro mérito es la ubicación del narrador: funciona como testigo, investigador y filtro de historias que esquivan la verificación de los hechos porque, como dice el autor, “es siempre la realidad la que imita a la ficción y no al revés”. Es decir, no importa que la realidad sea un punto de partida para la ficción, lo que importa es ese paso que va de un mundo reconocible que se mide con la lógica de lo real hacia un espacio imaginario que puede ser soñado pero que sigue siendo verdadero. El gran logro de Rago es su modo particular de asimilar a Borges: se sirve de fragmentos para hacer mover la imaginación; escucha las voces que llegan para edificar los relatos, visita sótanos donde se le revela el universo. El narrador recoge la información y después vuelve para contar la historia. Una pulsión atraviesa todas las crónicas y conecta al narrador con el autor: la inclinación al placer de la experiencia que organiza desde su mítica librería Aristipo. Mundano en el mejor sentido de la palabra, Rago sabe que “al final todo se trata siempre del amor”.
Patricio Rago, Ejemplares únicos, Bajo la Luna, 2019, 200 págs.
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