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El precedente es el nuevo libro de Romina Freschi. Allí reafirma no sólo su destreza en el arte de la poética barroca (una tropología de desvíos y anamorfosis) sino también su disposición para explorar todo lo posible la forma, íncipit productivo en el oficio de escribir. Partiendo de la materia, cuya “centralidad” móvil confiere a la escritura su densidad “identitaria”, los artificios que intervienen el trabajo insisten en una concepción de lo real abierta sobre una suerte de paradoja; los fragmentos que aparecen como residuos (espejos refractarios de un “pasado” esquivo, relentes de babas, chorreos, sangre, fluidos y goteos lácteos) son menos restos que condensaciones atómicas de la potencia creadora. Ya Lucrecio sabía de mónadas demiúrgicas y de líneas fugadas en los juegos ópticos de luces y perspectivas. La poesía de Freschi pone énfasis sobre una letra que opera como función especulativa en el dispositivo imaginario de tiempo-espacio, donde principio y fin coinciden como periplo de un eterno comienzo. La repetición y el desplazamiento del sentido instalan así la imagen de un acontecimiento por el que la transformación de la vida se hace visible en, al menos, tres puntos: el lenguaje, el sujeto, el cosmos. Materia prima para desfondar la falsa mística del fundamento esencial, la escritura se aleja de las tentaciones ontológicas cediendo lugar a una teoría de los estados, estar en las redes de instantes vislumbrados como fragmentos extendidos de un presente al límite de la suspensión. Hasta aquí el trazo aéreo que la letra necesita para moldear la imagen-sentido de un mundo-cosmos, la pincelada leve para augurar el ritmo de la caída que los objetos dejan al paso de su propia gravedad. Así, el lenguaje impulsa el movimiento lúdico de las procedencias, afirmando lo contrario de un origen estable y regulador. La letra es artífice de la construcción perpetua del mundo, en los bordes de su nacimiento y su inminente extinción. Lenguaje, entonces, como objeto de un trabajo y medio de una mirada (un ojo y una voz manifestando el momento de una presencia furtiva que se completa en su derrame y diseminación), el rastro lúcido que acontece sobre el desmontaje de la palabra y simultáneamente, su reconfiguración como superficie inconclusa del significante. Entonces, el sujeto imprime su huella como fósil de presencia y oráculo de su falta. Se hace lícito, así, leer la sintaxis de la poesía, como inscripción residual que, al decir de Nietzsche, aloja como gramática la sentencia de Dios. Sólo que en la escritura de Romina (devenida Rom) es vestigio de un augur, anuncio siempre renovado de transmutaciones elementales (del fuego, de la tierra, del aire, del agua y sus océanos de tiempo). En parte, de este modo funcionan no sólo los cortes y la proliferación de las palabras, sino también la puesta en escena de un sistema pronominal donde la corporalidad no reconoce clasificaciones genéricas. Si la neutralidad (el nec-uter de Blanchot) alterna constitutivamente con lo otro, el “precedente” es lo que escapa siempre a la regla estructural de los signos. Acaso sea por ello que hablar de sujeto implique pensar en una autopercepción desde las membranas lábiles entre humano y animal. Será a partir de simetrías radiadas que la vida-eros transmite sus ondas físicas desde el inventario infinito de sus formas. De este modo, el tiempo-espacio registra el acontecimiento simultáneo, allí donde se dibujan los “sueños-máquinas” de un cosmos estelar. Y en estas constelaciones donde la sintaxis es ritmo se filtran las profusiones líquidas, tectónicas, aéreas, de un exceso que comunica o interfiere (lo que es decir lo mismo) los mensajes cifrados entre las marcas-huellas de Freschi y Sor Juana. Esas señales inscriben las mediaciones de un cielo intervenido a gran escala por la tecnología que atraviesa eones: “al pasadizo pasado / oscura memoria / sin cuento / calla el precedente / con mundo / con cuerpo/ con tierra /materia torpe tosca / bella, sensual”.
Si el olvido es silencio, lo es en tanto condición de un vacío que anuncia un sonido sin nota, rasgado apenas en la antesala de la aliteración. Es silencio ahuecado, elíptico y circular (plato, cara o mundo), que dibuja un semblante para que el último fulgor de las estrellas estampe su promesa, la de iluminar, entre claroscuros, el cielo atávico del sentido, o las supervivencias del destino polinizado como futuro.
Rom Freschi, El precedente, LP5 Editora, 2022, 86 págs.
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