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Las novelas que más me gustan de Aira son las novelas sobre nada. Todas lo son a su manera, pero algunas encarnan especialmente el anhelo flaubertiano. Cumpleaños, El tilo, Fragmentos de un diario en los Alpes se desafectan de la anécdota para adentrarse en un gozoso, innecesario discurrir. Allí se aprecia mejor lo que con frecuencia se pierde de vista: la maestría de Aira para ir de acá para allá, no porque acá o allá designen un punto de llegada, sino por el simple impulso de ir y venir. En el trayecto se configura la escritura aireana (¿aireana por estar hecha de aire?), con el punto de retorno en la palabrita del título, sin que ningún otro elemento más que el encadenamiento de una oración con la siguiente tenga oportunidad de presionar sobre la forma (un modo del relato que Aira comparte con sus admirados Denton Welch y João Gilberto Noll).
En Aira está viva entonces la quimera de la novela sobre nada, que pone blanco sobre negro la novela actual, en su abrumadora y abominable mayoría hecha de tema. Pero ¿sería posible un ensayo sobre nada? También aquí habría que ahuyentar todos los fantasmas tópicos, por ser la cuestión del tema concomitante del problema de la verdad, uno de los dos elementos recurrentes en Ideas diversas.
La verdad es para Aira “lo que arruina toda espontaneidad del discurso”, es decir, lo que obstruye su libre discurrir. Donde hay verdad hay también una maquinaria puesta a funcionar que no sólo constriñe el lenguaje a partir de una matriz, como tal predeterminada, sino que muestra a la postre su voluntad de imponerse. La verdad no tiene causas, es predicativa y predicadora: policíaca. Sería bruta y aburrida, y lo es, pero lo perdemos de vista frente a su aterradora amenaza.
Por el lado de la escritura, el modo de comparecer de la verdad-tema es, podríamos decir, el de venir antes. Y esta anterioridad es privativa: achica la escena mental y la circunscribe de antemano, impidiendo un discurrir que de otro modo se presentaría futuro. El fluir del discurso se escurre por la alcantarilla de la verdad, que es anterior, siempre vieja. La escritura de la verdad va hacia atrás, y tarde o temprano se presentará melancólica.
Para abolir esa anterioridad, Aira suprime toda huella de tema, instalándose en su amague, la idea, que es evanescente. Donde, para machacar, el tratamiento de la verdad es continuo, extenso, recursivo, el de la idea es breve, fragmentario, diverso. Con la idea, la fuerza del discurso no se agota en la extensión sino que se renueva con cada recomienzo. Su función, como en la ficción, no consiste en edificar sino, multiplicada como se presenta, en retumbar. Y luego olvidar.
Pero para que el olvido se haga efectivo, que es lo importante, hay que escribir bien. Sólo lo mal escrito se recuerda, que está mal escrito por venir de la verdad. Este es el segundo elemento recurrente en Ideas diversas: el de la calidad, la patria sintáctica que es soberanía exclusiva del escritor. Pero el escritor está demasiado ocupado hoy especulando sobre su propia importancia (sobre su actualidad), por lo que, aun cuando se la haya echado de casa, la verdad vuelve a entrar por la ventana.
No instruir, no predicar, escribir bien, como si dijéramos: no poner en falta al lector con mis verdades, estos son los valores de la resistencia en Aira. Son improntas parecidas a las del ensayo inglés, a las que cabría agregar una: la personalidad. ¿Y qué otra cosa le daría continuidad a estas Ideas diversas más que el propio artista?
César Aira, Ideas diversas, Blatt & Ríos, 2024, 112 páginas.
Imágenes: fotografías de Alejandra López.
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