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La función de la marea

Silvia Dabul

LITERATURA ARGENTINA

Tal como señala Silvia Dabul en su nota introductoria, La función de la marea se encuentra compuesta por tres actos hilvanados a partir del ejercicio libre y extensivo de la fuga musical.

En “Diario de fuga”, surgido del “registro de impresiones posteriores a los ensayos del espectáculo Fuga (performance de teatro musical)”, el lector se topa, antes que con una serie de apuntes, con una apuesta multifocal. Haciendo uso de la anacronía y abstrayéndose del hilo de la obra contemplada, el diario visualiza escenas en clave de instalación, donde no es posible adjudicarle primacía a ninguna de las disciplinas invocadas (teatro, música, danza, pintura, cine), ni tampoco a un género (didascalia, narración, verso, guion, écfrasis, etcétera).

El resultado es una prosa que incorpora las coreografías del sujeto y el contrasujeto en su propio ojo: “Paisaje con bosque de alisos. El tema es la bondad. Las voces repiten un canon infinito. El director pide gestualidad indiferente, carácter trivial. Las agujas del reloj giran en sentido inverso. En el centro, el sujeto se inflige una herida pequeña. El sujeto es un mártir, o un santo. Hay paz en medio de las paradojas. Pero la forma de las sombra no coincide con los árboles”.

“Invenciones a dos voces”, la segunda parte, se entrega a la coexistencia de lo oído y lo dicho. Los poemas se yerguen como bailarinas sobre el escenario. Cada una de ellas es siempre la voz de una poeta amada y la propia, que se vuelcan al contrapunto libre. Los versos se integran hasta confundirse y a la vez se repulsan para mantener el equilibro de su sinergia. La primera que habla dice: “Hay un peligro / detrás del rumor / de las hojas // un lugar cuyo vientre es dulce y te empuja / te envuelve y sube hacia una esfera poblada de voces”. La otra se lanza a mitad del curso de la primera, interviene lo enunciado como una orquídea su árbol: “gota de rocío fundida / en el mar brillante / fuente de mi calor”.

El texto es danza de dos, reproduciéndose en la hoja el otro baile ineludible —el del poema y el lector—. No hay así más deseo que transcurrir en ese abrazo, ese ligamen de dos voces, espejadas por el propio movimiento, como en la fuga.

Por último, “Viaje de invierno” va en busca del revés de los poemas de Wilhem Müller que Franz Schubert musicalizó para el ciclo de lieder. Decimos revés porque, a través de la prosa —poética, pero prosa al fin— y en nuestro idioma, los textos intentan una nueva historia dentro de cada historia, una no contada tal vez, o no advertida: “El brillo blanco de la luna ayer me hizo feliz. Mi cabeza se escarchó entre el crepúsculo y la aurora. Este viaje es tan largo que mi voluntad se derrite. No hay nadie que entienda el dolor de otro ni nadie que entienda su alegría. Aunque no puedas creerlo, me he vuelto al fin una anciana que no teme morir de amor”.

De esta manera, se cierra la sucesión de actos tan diversos con la sensación de unidad secreta. Algo que se debe a la sensibilidad detonada en el lector (gracias al constante juego de fraseo y contrafraseo), y también a un imaginario producto de un ojo inclinado a la detección de ciertos rasgos binarios en la physis, cuyo ballet no cesa nunca.

 

Silvia Dabul, La función de la marea, La Gran Nilson, 2022, 70 págs.

16 Mar, 2023
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